"Rehenes" tiene ene la dirección al uruguayo Federico Lemos.
"Rehenes" tiene ene la dirección al uruguayo Federico Lemos.
Sebastián Pimentel

El formidable cineasta chileno Patricio Guzmán decía que un país sin documentales es como una familia sin álbum de fotografías. Pues bien, al Perú le faltan muchas. Sobre nuestra historia políticosocial reciente, podemos contar muy pocos documentales que resulten satisfactorios. Y es quizá sintomático que dos de los mejores estén dirigidos por extranjeros. El primero es “El choque de dos mundos” (2016), de Heidi Brandenburg y Mathew Orzel. El segundo es “”, del uruguayo Federico Lemos, sobre el secuestro en la residencia del embajador de Japón en el Perú perpetrado por un comando terrorista del MRTA en 1996.

En su superficie, “Rehenes” tiene la forma del reportaje estándar, de la narración puntual y directa sobre un hecho. Sin embargo, su interés tiene que ver, primero, con el buen uso de los hallazgos modernos del género. El influjo de Errol Morris y su inquietante cotejo de testimonios están allí. Lemos prescinde de la voz en o , muchas veces de un didactismo que estropea la capacidad del espectador para sacar sus propias interpretaciones. Y, en efecto, solo hablan las imágenes y los protagonistas del encierro: entre ellos, el diplomático Francisco Tudela y el almirante Luis Giampietri.

Lemos es hábil a la hora de hilvanar estos testimonios, pero también para contextualizarlos. “Rehenes” construye un drama de muchas vidas que se encuentran en una encrucijada que, de todas maneras, será trágica. En ese sentido, recopila el contenido humano y psicológico, biográfico y social de víctimas de todos los bandos. Es conmovedor, por ejemplo, ver a la madre de uno de los secuestradores. Ella reclama por el cadáver de su hijo, por un entierro que las autoridades le niegan. Allí, “Rehenes” prueba que está más cerca de la “Antígona” de Sófocles, que de cualquier reportaje de la BBC.

El realizador uruguayo tiene la capacidad de tomar distancia para extraer la anécdota, la confesión íntima, a veces casi susurrada, y así establecer una historia coral que está lejos de ser maniquea. Son muy valiosas las muestras de contrariedad, de impotencia, de frustración e indignación. Quizá el cardenal Cipriani sea el personaje que se desgarra más en su confrontación con el pasado. Pero también cuentan los momentos de humor en medio de la tensión, como cuando Tudela pide que las autoridades confirmen una comunicación secreta poniendo el tema popular “La cucaracha” por los altoparlantes.

Otro aspecto importante en “Rehenes” es que no juega a la falsa carta de la absoluta objetividad. Es decir, el punto de vista del realizador está allí, debajo del fi no tejido de palabras e imágenes que fluyen como una corriente de agua fresca. Sin embargo, es notorio que se trata de una perspectiva que se hace en medio de una delicada investigación, una que no deja de considerar los testimonios de todas las partes.

Si “Rehenes” funciona por su rigurosidad analítica, se debe al trabajo de producción y de estudio histórico de más de dos años de Melissa Cordero y Kathy Subirana. Ese primer piso proporciona veracidad. Pero también permite, luego, un salto certero al contenido privado, debido a la capacidad del filme para extraer los afectos y reflexiones de las víctimas. Ahora bien, es también cierto que a veces se nota cierta laxitud en la edición, lo que hace perder algo de precisión en la exposición de las imágenes. No obstante, esto no quita que se trate de una película fascinante, sensible y, sobre todo, muy valiosa para la indagación en nuestra historia reciente.

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