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El Hay Festival 2017 superó su propio récord de asistencia
Juan Carlos Fangacio

Lima es tan claxon y cemento y smartphone que es comprensible que haya que escapar de ella para poder conversar. El refugio está al sur, entre el Misti y el sillar, donde el se celebró por tercer año consecutivo en el pequeño damero que constituye el centro de la ciudad. Poder asistir a un concierto de Haydée Milanés, y una hora y unos cuantos pasos después escuchar la charla entre May-lis de Kerangal y Guadalupe Nettel es un privilegio que parecería imposible de hacer, para poner un ejemplo, entre Miraflores y San Borja y su congestión vehicular.

Y el particular encanto del Hay también está en su diversidad, por supuesto. La luminaria indiscutible de este año fue el holandés Cees Nooteboom: 84 años de pura sabiduría y buen humor, que se despachó en una bellísima gala de poesía y en unos conversatorios más en los que sobraron las anécdotas. Como aquella vez en que acudió al Convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid y le preguntó a una de las monjas si allí se encontraba la tumba de Cervantes. “Sí, pero no está”, le dijeron. O el momento en que Juan Cruz le preguntó si un poeta no es, en cierta forma, un psiquiatra de sí mismo. “Puede ser –respondió Nooteboom–. En todo caso, cuesta menos”.

Pero si Nooteboom fue la luminaria, Cercas fue el rockstar. Provisto de pastillas contra el soroche, el español repartió autógrafos en cada una de sus presentaciones. En todas el lleno fue total. Cercas habló de literatura, de memoria, de verdades y posverdades y, cómo no, de política, Cataluña y Puigdemont. “Porque el deporte nacional de España no es el fútbol –dijo–. Es la guerra civil y el golpe de Estado”.

En el imponente Teatro Municipal de la calle Mercaderes estuvieron algunas charlas memorables: la de la periodista y activista mexicana Lydia Cacho fue una de las más ovacionadas por la valentía mostrada frente a su historia de horror: denunciada, encarcelada y torturada por destapar un caso de pederastia. O la de la deslumbrante italiana Andrea Marcolongo, quien con apenas 30 años cumplidos es autora de un fenómeno editorial, el libro “La lengua de los dioses”, donde disecciona el griego antiguo con una soltura asombrosa. Su ponencia incluyó una inédita lectura en voz alta en ese idioma muerto, al que paradójicamente parecía insuflar de vida.

—Para elegir—
Si algo negativo tiene el Hay Festival es que pasan tantas cosas buenas a la vez que resulta imposible abarcarlo todo. Pero valieron mucho la pena las intervenciones del carismático y brillante Teju Cole junto a Rubén Gallo, o su diálogo sobre fotografía con la directora del MALI, Natalia Majluf. También el lúdico cadáver exquisito que armó la ilustradora Issa Watanabe con un grupo de niños, como parte del Hay Festivalito, o las afiladas discrepancias entre Alberto Vergara y Mirko Lauer hablando sobre el ensayo político (y la política misma).

Una grata sorpresa fue la presentación teatral del escritor español José Ovejero, quien adaptó tres de sus cuentos para interpretarlos él mismo en una serie de potentes monólogos. Esa noche, en el mismo Centro Cultural Peruano-Norteamericano, casi un centenar de personas –entre ellos la gobernadora regional Yamila Osorio– quedaron virtualmente secuestradas por varios minutos cuando alguien cerró las puertas del local y nadie encontraba las llaves. Queda para la anécdota en medio de tanto ajetreo.

Los eventos organizados por El Comercio y la Fundación BBVA, socios del festival, también tuvieron ingredientes apetitosos: una conversación sobre los 50 años del “Sgt. Pepper”, disco clásico de los Beatles; una mesa dedicada al microrrelato, que contó con la presentación de la argentina Luisa Valenzuela, 78 años, pero más joven que muchos; y otra en homenaje a Lucho Hernández, que incluyó a su hermano, el carismático Carlos Hernández, capaz de conversar con todos y sobre todo. Otro personaje entrañable del festival.

La fiesta se vivió en su amplio sentido. Después de cada jornada, los cocteles y las discotecas se volvían destino de rigor. Lo que pasaba en ellas recae más en el olvido –etílico o selectivo– que en la memoria, y está bien que sea así. El Hay coincidió también con el partido de repechaje del viernes, que se vivió colectivamente en una pantalla gigante de la hermosa casona Tristán del Pozo. Ni el 0-0 mató el entusiasmo y las ganas de seguir conversando. En todo caso, el ánimo para el definitorio Perú-Nueva Zelanda de mañana está al tope. Y el de la resaca posfestival también. En el 2018 nos espera Rusia (o eso esperamos) y Arequipa, otra vez.

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