Aquí la columna dominical de Marco Aurelio Denegri en "El Comercio".
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Marco Aurelio Denegri

Refiere el gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung que en sus tiempos de colegial robó una vez, juntamente con otros compañeros, el libro donde se anotaban todos los castigos, y allí había escrito el profesor de religión lo siguiente: “Fulano de Tal, castigado durante dos horas porque estaba jugando con sus genitales en la hora de clase.” (Cf. Richard I. Evans, Conversaciones con Jung. Madrid, Ediciones Guadarrama, 1968, 59.) 

Aquel alumno estaba aladineando (permítaseme esta creación verbal eufemística), quiero decir, frotaba la lámpara maravillosa, o sea la de Aladino; había convertido, pues, la clase de religión en sesión mágica; era la magia inefable de la lámpara maravillosa. 

“Las ideas reprimidas acerca del falo –escribe Neill– se manifiestan como fantasías. La cosa misteriosa que tan cuidadosamente guardan la madre y la niñera toma una importancia exagerada. Vemos esto en los cuentos del poder maravilloso del falo. Aladino frota su lámpara –masturbación– y todos los placeres del mundo van a él.” (A. S. Neill, Summerhill. México, Fondo de Cultura Económica, 1971, 120.) 

“Carl Jung señaló que la lámpara de Aladino era fálica –dice Neill–, porque a un hombre le basta frotarla [esto es, le basta masturbarse] para obtener todos los placeres del mundo.” (A. S. Neill, Hijos en Libertad. Buenos Aires, Granica, 1971, 219.) 

–Putilla– 

Llaman los limeños (o llamaban) putilla a un pajarito que se denomina en latín myarcus coronatus. El suizo Tschudi, todo él muy digno y recatado, escribe al respecto lo siguiente:

“Los limeños dan a este elegante pájaro un nombre muy inconveniente, que no necesito repetir aquí.” (Arona, Diccionario de Peruanismos, II, s.v. “Putilla”.)

Ah, los limeños...

La gente chinchana de color honesto cree firmemente que la putilla arregla las incorrespondencias sentimentales. Diz que no hay como la “putía” para granjearse el amor de la mujer que pretendemos.

“Se anda tra diuna putía cuando el hombre tiene en su corazón una mujé equiva. Una mujé que mira al mozo diallá o al de má acá, meno al que debiera mirá. Putía en mano del hombre da vuerta a las cosas: la mujé se viene sola y dice llegando: ‘Aquí toy, vine a encuerá.’
“[...]

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