Pese a la eterna negativa de confesar su edad, la mayoría de registros dice que la nobleza de la salsa hoy estaría de fiesta. Que saldríamos los plebeyos a cantarle a la Reina. Que Celia Cruz cumple 88 años. Sí, que los cumple, porque para todos los salseros, amantes del bolero y de la buena música de esta parte del continente, la cubana aún está viva.

La Reina de la salsa, que nació en La Habana un 21 de octubre de 1925, tuvo que luchar contra la voluntad de su padre, que la quería de maestra, hasta que dejó los estudios de pedagogía para iniciar su vida.

Celia empezó cantando en shows radiofónicos y grabando con algunas orquestas hasta que ingresó a la Sonora Matancera para iniciar su carrera en serio y, de paso, conocer a Pedro Knight. Su motita de algodón era el segundo trompetista de la orquesta y a partir de ahí su historia no se acabaría nunca.

Poco después de dejar Cuba (salió de ese país el 15 de julio de 1960, huyendo de la revolución de Fidel Castro), Celia radicó en Nueva York. Con la metrópoli como base fue que se asoció con Tito Puente para sacar cinco discos y se unió a la Fania All Stars, se reunió con la Sonora Matancera y hasta dio un concierto en Guantánamo, ese territorio medio estadounidense dentro de su propia casa al que todavía podía regresar.

Con varios Grammy a cuestas, tres doctorados honoris causa en Estados Unidos, harto tumbao y azúcar, como ella decía, nos dejó un agosto, hace diez años. En su ataúd, flanqueado por Pedro Knight, se colocó un puñado de tierra que había metido en su bolso, la última vez que visitó Cuba.