No suele darle importancia a su cumpleaños. Siempre olvida incluirlos en su apretada agenda de presentaciones. Sin embargo, sabe que llegar a los cuarenta es diferente. Definitivamente, uno pasa de una etapa a otra, afirma Juan Diego Flórez al otro lado de la línea, desde su habitación en un hotel neoyorquino. Acompañado de su esposa Julia y su hijo de año y medio Leandro, nuestro tenor se encuentra en la Gran Manzana para encarnar al seductor Conde Ory, uno de los más hilarantes personajes de Rossini, desde el 17 de enero en el Metropolitan Ópera. Allí, vestirá de nuevo el hábito de monja para escabullirse en un convento y robar el amor de la condesa Adèle, interpretado por la soprano sudafricana Pretty Yende.

La mitad de la vida: para muchos, cumplir cuarenta años significa adaptarnos a los cambios, y Juan Diego no es la excepción: Un cambio importante ha sido mi hijo. Me ha ayudado a ser una persona más relajada, me ha hecho replantear mis prioridades, lo que me ha dado mucha más calma y orden. Ahora me ocupo de menos cosas y las hago mejor, dice.

Nuestro tenor no cree en la llamada crisis de los cuarenta. Por el contrario, goza alcanzar esa edad convertido en un hombre de familia, dedicado tanto al canto como a la proyección social con su exitosa iniciativa Sinfonía por el Perú. Sin embargo, el divo admite que ya no es un jovencito: Cuando uno cumple cuarenta, siempre hay un cambio físico. ¡Uno empieza a volverse viejo! Y también en lo vocal se empieza a cambiar, explica.

Uno tiene que saber oír y sentir esos cambios en la voz y adaptarse técnicamente. Hace cosa de un año comencé a pensar en mi técnica, en cómo cantar mejor. Empecé a estudiar mucho en mi camerino, buscando soluciones y alternativas. La curiosidad me abrió un camino, me hizo pensar que todavía hay mucho por hacer y por cantar para disfrutar en esta carrera. Así he podido sobrellevar los cambios. Llegar a los 40, con 16 años de carrera, es como un nuevo comienzo. Me siento como un joven que lo ve todo como algo nuevo, señala el tenor.

También se ha puesto algunas metas. Las principales: establecerse en una ciudad y alejarse de los aviones. Quiero estar con mi familia , no perderme los momentos importantes. Eso significa viajar menos. Continuaré viniendo al MET, pero menos que antes. Ya no iré a tantos teatros de Europa. Estoy contento con esa decisión. ¡Me da como curiosidad saber cómo es la vida de una persona normal! Hasta ahora mi vida es viajes y viajes, comenta.

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