Didier Deschamps está liderando a un equipo que, a pesar de su juventud, ha demostrado mucha jerarquía.
Didier Deschamps está liderando a un equipo que, a pesar de su juventud, ha demostrado mucha jerarquía.
Pedro Canelo

Didier Deschamps, el técnico campeón del mundo de Rusia, tenía 25 años cuando su selección vivió el día más triste de su historia. El 16 de noviembre de 1993, en el Parque de los Príncipes, una generación dorada liderada por el crack Eric Cantona quedaba fuera del Mundial Estados Unidos 94. Aquella Bulgaria de Stoichkov y Kostadinov noqueó en el último round de una auténtica pelea del siglo.

Ya alistaba la fiesta Francia, con champagne y lluvia de chocolates por todo París. Solo tenía que dejar el tiempo correr, eran los segundos finales y Ginola, en lo que pudo ser un balón parado sin sobresaltos en el área búlgara, centró la pelota sin precisión y puso la alfombra para un contragolpe letal. Deschamps, uno de los más jóvenes de ese equipo, fue testigo en primera fila de ese gol de Kostadinov que aún busca explicaciones en el hincha francés. De lo más increíble que se haya visto en una Eliminatoria europea.

Cinco años después, Deschamps lideró una selección reconstruida después de la desgracia. Fue el capitán de aquel cuadro anfitrión de 1998. En el fútbol a veces es importante abrazar el fracaso para dejarlo ir. Primero el golpe, después (quizá) una alegría. "En esta carrera deportiva más son las derrotas que los triunfos", dijo Ricardo Gareca tres días después de clasificar con Perú a un Mundial.

"Holanda solo será campeón del mundo cuando sea menos feliz", escribió el mexicano Juan Villoro. Y ese equipo galo campeón en 1998 había conocido el dolor. Deschamps, con 30 años, encabezó a ese desfile de talentos y a esa mixtura étnica que engrandeció el orgullo de una nación. Estaba Zidane, Henry, Vieira, Thuram, pero había un capitán que llegaba con moretones, heridas recién cicatrizadas del Mundial ausente.

-No parece de 50-
En medio de las celebraciones francesas en el estadio Luzhniki, a Deschamps se le ve algo cansado. Tiene 49 años, pero su rostro es un libro viejo con mucha historia para el fútbol francés. Páginas multicolor y otras grises. Como esa eliminación de Estados Unidos 94 y como aquella triste exhibición en Sudáfrica 2010, donde el equipo rompió relaciones antes de viajar con el entonces entrenador, Raymond Domenech.

En el 2012, Deschamps recibía, ahora como técnico, a una selección francesa enferma. Como en 1998, usó la medicina del liderazgo, administró la riquísima materia prima y comenzó a edificar este templo futbolístico, con una propuesta que usted o yo podemos discutir, pero que no admite ninguna duda en el plantel del gallito. Equipo convencido reduce la posibilidad de fracaso.

Deschamps fue campeón mundial como capitán en el 98 y ahora como entrenador. No la tuvo fácil nunca. Su presencia ha sido tan decisivo como alguna inteligencia de Griezmann, alguna salvada de Varane o una gambeta de Mbappé. Se va un Mundial de pelotas paradas, bastante táctico, de arqueros, pero también un Mundial donde queda claro que los técnicos sí importan. Claro que sí.

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