(Foto: AFP)
(Foto: AFP)
Virginia Rosas

regresa a Pyongyang cual emperador romano victorioso que ha logrado, a sus 34 años, lo que ni su abuelo ni su padre pudieron: encontrarse cara a cara con su más acérrimo enemigo.

Una hazaña sin precedentes, pues desde la Guerra de Corea (1950-1953) jamás un mandatario estadounidense se había dignado siquiera hablar por teléfono con un dirigente norcoreano. Punto para Kim que, de esta manera, obliga a Washington a reconocer, al menos oficiosamente, su estatus de potencia nuclear.

El encuentro no fue propiciado por Washington. Tras reunirse con su homólogo surcoreano, Moon Jae-in, en abril de este año, Kim propuso la intermediación de Seúl para invitar a Donald Trump a una reunión. El multimillonario aceptó el reto, y después de marchas y contramarchas, voló hacia Singapur para conocer a su rival.

Aunque China no haya jugado un rol directo en el encuentro, la sombra de Xi Jinping estuvo siempre ahí. Kim lo visitó dos veces antes de encontrarse con Trump y no resulta anodino que llegara a Singapur en un avión de Air China. Tras bambalinas también está Rusia, cuyo ministro de RR.EE., Sergei Lavrov, visitó Pyongyang hace poco.

Beijing conserva el fiel de la balanza: endureció recientemente las sanciones contra Corea del Norte, pero nada le impide aligerarlas ahora que bajaron las tensiones.

Esta historia recién comienza: la declaración que firmaron ambos líderes viene muy cargada de buenas intenciones, como la desnuclearización completa de la península coreana, pero sin ningún detalle del cómo, ni de los plazos a cumplir.

Por lo pronto, el joven timonel norcoreano regresa a su país coronado de laureles. Ha enfrentado al león, pero a diferencia de los emperadores romanos no tiene un esclavo que le susurre al oído: ‘Memento mori’ (“Recuerda que vas a morir”), para recordarle que no es un dios.

Contenido sugerido

Contenido GEC