(Foto: AFP)
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Francisco Carrión

Salah Abdalá recordará siempre la mañana en la que un ataque aéreo se llevó por delante a su vástago Yusef, de 9 años. “Desperté con el grito de mi hijo mayor diciendo que habían atacado el autobús de los niños. Corrí al mercado y supe que era Yusef por su ropa”, relata Salah en conversación telefónica con El Comercio.

El 9 de agosto, un bombardeo de la coalición árabe que lidera Arabia Saudí segó la vida de 26 menores de edad que esperaban en un vehículo estacionado en el zoco de Dhahyan, un pueblo remoto de  a 60 kilómetros al sur de la frontera saudí.

Los escolares se dirigían a un cementerio de miembros del grupo rebelde chiita de los hutíes caídos en combate y a la mezquita de Al Hadi, un monumento del siglo IX. El conductor, también fallecido, había detenido el bus para comprar agua en una frutería. “¿Por qué nos atacaron? Somos gente sencilla. No tenemos nada que ver con las guerras, pero hemos perdido lo más preciado que teníamos. Debimos recoger las porciones de nuestros hijos con nuestras propias manos y darles sepultura. ¿Hay algo más horrible para un padre?”, despotrica Salah.

El conflicto que Arabia Saudí e Irán libran en Yemen, la nación más pobre del Golfo Pérsico, por su hegemonía regional se ha transfigurado en una tragedia sin fin para sus 27 millones de almas.

Desde que la coalición árabe inaugurara los ataques sobre el país en marzo del 2015, 6.592 civiles han muerto y otros 10.470 han resultado heridos, según la ONU. En total, la aviación saudí ha arrojado hasta 16.000 ataques que han golpeado bulliciosos mercados, infraestructuras vitales como hospitales y escuelas e incluso enlaces nupciales.

“Lo primero que vi al llegar al lugar fue a parientes desconcertados escudriñando entre los escombros en busca de sus seres queridos. Nosotros tardamos dos días en localizar a Husein y pudimos hacerlo tras ver imágenes e identificar un fragmento de su ropa. Enterramos la cabeza, las manos, los hombros y parte del torso”, narra a este Diario Abdeljalek el Agari, hermano de Husein Mohamed, un niño de 8 años también fallecido.

—El negocio de las armas—

“Es un crimen de guerra, uno de los tantos que ha cometido la coalición en Yemen contra escuelas, hospitales o mercados”, denuncia Fatik al Rodaini, activista de derechos humanos, desde Saná, la capital yemení. “Sin la presión de la comunidad internacional, nos seguirán matando”.

Más de 5 millones de niños, como este pequeño que vive en Aslam, se hallan al borde de la hambruna en Yemen. (Foto: AP)
Más de 5 millones de niños, como este pequeño que vive en Aslam, se hallan al borde de la hambruna en Yemen. (Foto: AP)

Los fotogramas del ataque muestran la huella del crimen, un fragmento de una bomba guiada por láser GBU-12 Paveway II manufacturada por el gigante armamentístico Lockheed Martin en su fábrica tejana de Garland. Mientras las organizaciones de DD.HH. llevan años exigiendo el fin de la venta de armas a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, Occidente mantiene el lucrativo negocio.

Solo Suecia, Canadá, Finlandia, Noruega y Bélgica han suspendido las transacciones. Francia, Reino Unido o EE.UU. mantienen el grifo abierto. Tras el bombardeo en Dhahyan, el nuevo Ejecutivo español paralizó una venta de 400 bombas de precisión rubricada por el anterior Gabinete, pero rectificó más tarde cuando vio peligrar un contrato para la construcción de cinco buques de guerra en los astilleros públicos por 1.800 millones de euros firmado en julio por el príncipe heredero saudí. Una enmienda similar a la de Alemania, que esta semana ha aprobado la venta de un sistema de artillería a Riad a pesar de haber anunciado inicialmente el veto.

Los efectos de la batalla se sienten con crudeza entre la población en la que es ya la mayor crisis humanitaria del planeta, según la ONU. Esta semana, la ONG Save the Children alertó que 5,2 millones de menores de edad se hallan al borde de la hambruna. La falta de asistencia sanitaria ha propagado el cólera y la difteria. La semana pasada, se avivó la batalla por el control de la estratégica ciudad portuaria de Hodeida, puerta de entrada de la ayuda humanitaria.

“La infraestructura está destruida, el tejido social roto y la población desnutrida. Y a pesar de ello, la comunidad internacional no está ejerciendo suficiente presión para que las partes en liza detengan los combates. Yemen ya no es un país sino una colección de varios centros de poder que compiten entre sí. Y es poco probable que esto cambie incluso si se resuelve la dimensión regional de esta guerra”, apunta a El Comercio April Longley, experta de Crisis Group.

CLAVES

Los dos bandos
Uno está integrado por las milicias hutíes, una minoría religiosa chiita y las unidades del ejército leales al ex presidente Abdallah Saleh. En el otro, se encuentran el presidente Mansur Hadi, grupos locales opuestos a la hegemonía hutí y una coalición internacional formada por una decena de países de la región y liderada por Arabia Saudí.

►Empezó en el 2015
Las hostilidades se desencadenaron
después de que los hutíes ocuparon por la fuerza la capital Saná y dieron un golpe de Estado contra Hadi. Riad concedió asilo al presidente y entró en la guerra contra los hutíes, que son apoyados por Irán.

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