Mujica prefiere usar la palabra ‘sobriedad’ al hablar de la vida en su granja a las afueras de Montevideo. “La sobriedad es aprender a vivir con lo necesario, sin tener grandes ataduras materiales”, afirma. (Foto: AP)
Mujica prefiere usar la palabra ‘sobriedad’ al hablar de la vida en su granja a las afueras de Montevideo. “La sobriedad es aprender a vivir con lo necesario, sin tener grandes ataduras materiales”, afirma. (Foto: AP)
Milagros Asto Sánchez

A no le gustan las visitas. O más bien no le gustan aquellas que llegan sin invitación. “Disculpen, el senador Pepe Mujica no puede recibirlos por falta de tiempo. Gracias”, reza una pizarra ubicada a pocos metros de la casa del ex presidente uruguayo, en medio del camino de tierra que separa su hogar, en la zona rural de Rincón del Cerro, de la caseta de vigilancia que tiene la misión inútil de alejar a los curiosos.


“Todos los días llega gente de todo el mundo a ver al Pepe. Nosotros tenemos prohibido avisarle. Ellos [Mujica y su esposa] son gente mayor, no podemos molestarlos”, dice Ricardo, uno de los tres hombres –dos civiles y un militar– que vigilan la casa ubicada en la periferia de Montevideo, a la que se llega desde el centro de la ciudad tras una hora y media en bus.

No es difícil saber el porqué de esas medidas. La segunda vez que llegué a su casa –esa y la primera fueron intentos fallidos–, un grupo de visitantes de la India tuvo que irse tras esperar por varias horas que Mujica apareciera por ahí.

En mi tercera visita, un autobús que tenía grabada la palabra ‘Turismo’ se estacionó frente a su casa, tan solo para mostrar a los viajeros que ahí vivía el aún llamado “presidente más humilde del mundo”.

(Foto: Milagros Asto / El Comercio)
(Foto: Milagros Asto / El Comercio)

“La verdad es que ya lo tienen podrido”, me había dicho un joven uruguayo que me aconsejó no ir.

Sin embargo, después de que se alejó ese bus, el ex presidente apareció y accedió a saludarnos a mí y a otro periodista de El Comercio que iba conmigo. También escuchó cuando le propuse hacerle preguntas. “Jódanse, ya estoy harto de los periodistas” fue lo primero que dijo. “Está bien, aprovecha el tiempo que tengo que volver con los tomates” fue lo segundo.

— ¿Qué tan podrido está de que todos lo quieran ver?
Lo que pasa es que viene mucha gente de todos lados, a veces de Japón, de Turquía. Ha venido un ganadero de Uzbekistán, una cosa increíble. ¡Hasta mongoles!, ¿puedes creerlo? Yo tengo que agradecerle a la gente, lo que pasa es que no puedo atender a todos y a veces no estoy.

Dos años fuera de la presidencia no han bastado para mitigar esa fascinación internacional por la figura del ex guerrillero en cuyo gobierno se aprobó el matrimonio igualitario y se legalizó la marihuana. Pero dentro de Uruguay no todo son elogios. Muchos le critican sus polémicas expresiones, su débil posición ante problemas como el de Venezuela o que tienda a “poner lo político por encima de lo jurídico”, como dijo “El País” de Uruguay en un editorial reciente.

Pese a ello, Mujica, de 82 años, sigue firme en la política. Dejó la presidencia con el 65% de aprobación y hoy es el senador más votado y una de las principales figuras de la coalición oficialista Frente Amplio (FA).

— ¿No se cansa de la política?
El hombre es un animal político, aunque no se dé cuenta, y antes que nada es un animal social, no puede vivir en soledad. Pero somos individuos y naturalmente tenemos diferencias en el modo de ver las cosas y por eso siempre va a haber conflicto. Y alguien tiene que lidiar con los conflictos para hacer viable la existencia de la sociedad. Ese es el papel de la política y es lo que intento hacer.

— ¿Cuál es su ideal de un político?
Debe vivir como piensa, no dejarse llevar por la corriente, practicar la verdad en la que cree, lo entiendan o no, y ser profundamente honrado.

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Mujica –considerado un referente de la izquierda latinoamericana– dice que vivir de ese modo es fácil para él: “Porque pienso que pobre es el que precisa mucho”.

— El mal de la corrupción ha explotado en Latinoamérica…
Se la agarran con Latinoamérica, pero es en el mundo entero. Lo que pasa es que en el norte arreglan las cosas distinto. Volkswagen se manda una joda con los caños de escape. Le ponen una multa de 15.000 millones de dólares y arreglan por 7.000. No va nadie preso. Manejan distinto la corrupción. Pero vivimos en una sopa de corrupción, porque hay otra corrupción que es masiva y que la vemos cuando el trabajador público se hace el enfermo y no va a trabajar.

— ¿Cuál es su crítica para la izquierda que también ha caído en eso?
La izquierda no puede escapar al tiempo en el que vive...

Aunque Mujica llegó a decir en el 2016 que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, está “loco como una cabra”, al uruguayo se le ha criticado mucho por su cercanía al chavismo y por no adoptar una posición firme sobre la crisis en el país llanero.

— ¿Por qué no se ha pronunciado más sobre Venezuela?
Yo si me llaman intervengo, pero si no me llaman no. No me meto en casa ajena. Los venezolanos tienen muchos problemas, pero los tienen que arreglar ellos. Meterse en sus problemas es como una moda.

— ¿Cuál es el principal problema que tiene ese país?
Lo que pasa es que Venezuela tiene mucho petróleo y esa es una desgracia. Le ha cambiado la historia, se ha acostumbrado a vivir de la renta petrolera, ha dejado de lado a su campesinado, tiene dificultad para producir alimentos. Se acostumbraron a importar porque tenían plata y ahora se les cayó el precio del petróleo y están con unos problemas bárbaros.

— ¿Y cómo ve la gestión de Maduro ante la crisis?
El problema que tiene Venezuela es difícil para el que esté.

Mujica prefiere hablar de Uruguay y en ese trajín se hace inevitable mencionar a su esposa. Lucía Topolansky, la segunda senadora más votada que asumió la vicepresidencia en setiembre tras la renuncia de Raúl Sendic, inmerso en un escándalo por el uso personal de tarjetas corporativas oficiales y por un título académico que decía tener y no tenía.

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— ¿Se esperaba el nombramiento de su esposa?
No, lo tomamos como un accidente que se dio. El uruguayo es bastante desproporcionado porque, en definitiva, él [Sendic] gastó unos pesos de más en un short, una cosa que no tiene ni comparación con otros casos. Pero, bueno, somos exigentes.

Al hablar sobre lo que lo apasiona en estos días más allá de sus deberes en el Senado, Mujica es muy claro: “Yo pertenezco a una generación que luchó por cambiar el mundo y ahora estoy viejo y solo trato de mejorar mi barrio, que es lo que puedo hacer”. Parece ajeno a las voces de su partido que gritan su nombre cuando se preguntan quién puede ser elegido presidente en el 2019.

— ¿Qué piensa de esa posibilidad?
No, qué voy a estar pensando, no quiero saber nada. Estoy muy viejo, tengo enfermedades. El tiempo que viene es de mucho cambio, pienso que civilizaciones digitales tienen que hacerse más cargo del tiempo que viene. Yo pertenezco a otra época y no voy a cambiar.

— La última pregunta: ¿qué le diría a quien piensa visitarlo mañana?
No me van a hacer caso, ¡van a venir igual! Pero si pudiera les diría que hay lugares más lindos a los que ir en Uruguay.

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