Rudys Columbié Ramírez navega en una embarcación del poblado de Bajo Chiquito, luego de sobrevivir 12 noches en una de las zonas más peligrosas del mundo. Foto: Cortesía Rudys Columbié Ramírez, vía El TIempo/ GDA
Rudys Columbié Ramírez navega en una embarcación del poblado de Bajo Chiquito, luego de sobrevivir 12 noches en una de las zonas más peligrosas del mundo. Foto: Cortesía Rudys Columbié Ramírez, vía El TIempo/ GDA

Dos meses antes de adentrarse en la espesa selva de la frontera entre y , Rudys Columbié Ramírez, un ingeniero industrial de 45 años proveniente de , se accidentó en su moto. Un par de días atrás había vendido todas sus cosas con el objetivo de iniciar su travesía el 23 de enero de este año.

Tras el accidente, los médicos determinaron que se había fracturado la tibia y el peroné y ordenaron operarlo de inmediato. Para fijar sus huesos tuvieron que insertarle tres platinas y 15 tornillos. Sin embargo, su estado de salud no le impidió seguir concentrado en su sueño.

► 
► 

Mientras permanece en México, aguardando ingresar a Estados Unidos, Rudys dice que llegar allí representa dejar atrás el régimen cubano, del que huyó el 9 de diciembre de 2016, y que todavía describe como una dictadura perseguidora de todo aquel que piense diferente.

Con tres platinas y 15 tornillos en su pierna derecha, Columbié Ramírez atravesó a pie la frontera entre Colombia y Panamá. Foto: Cortesía Rudys Columbié Ramírez, vía El Tiempo/ GDA
Con tres platinas y 15 tornillos en su pierna derecha, Columbié Ramírez atravesó a pie la frontera entre Colombia y Panamá. Foto: Cortesía Rudys Columbié Ramírez, vía El Tiempo/ GDA

A pesar de las heridas, que le costaron medio mes de hospitalización y largas semanas de fisioterapia, inició su travesía el 27 de marzo, pasándose por alto los tres meses de reposo que el cuerpo médico le aconsejó guardar.

En menos de una semana, luego de atravesar Perú y Ecuador sin problemas, llegó a Necoclí, un municipio ubicado en el golfo de Urabá, una región compleja en materia migratoria. Su ubicación estratégica la convierte en un paso obligado para las migrantes que quieren cruzar de Suramérica a Centroamérica.

Los datos de Migración Colombia arrojaban que para finales del pasado mes de mayo al menos 3.500 migrantes irregulares habían atravesado esta zona en el transcurso de 2019. No obstante, la cifra podría ser mucho mayor, según los cálculos de los habitantes.

“Cuando llegamos éramos como 50 cubanos y unos 70 emigrantes de Haití y África. La situación se fue poniendo difícil debido a que no nos autorizaban salir con las lanchas y los migrantes aumentaban por día. No había baños, ni agua cerca. Había mujeres embarazadas, niños de 2 meses de nacidos y ancianos de hasta 81 años. Llegamos a ser unos 1.500”, recuerda Rudys.

Al llegar al golfo de Urabá los migrantes suelen embarcarse en las rutas que salen de Turbo o Necoclí (Antioquia). De allí, salen a Acandí, en Chocó, donde el camino hacia Panamá solo deja dos opciones: mar o selva.

La primera, más segura, implica el riesgo de tener que devolverse si las autoridades panameñas no autorizan el ingreso al país. La segunda, implica el peligro de perderse para siempre en medio de una maraña de empinadas laderas, ríos crecidos, cocodrilos, serpientes y un laberinto de cientos de miles de árboles del que muchos no salen.

La llegada de Rudys a Necoclí ocurrió las semanas posteriores al naufragio que dejó 24 migrantes fallecidos, lo que ocasionó que la Armada aumentara la intensidad de sus operativos contra el tráfico de migrantes. Los transportadores del golfo entraron en un paro indefinido, alegando sentirse perseguidos de forma injusta y argumentando que la migración irregular no era su culpa, sino de la ausencia del Estado en la zona.

Antes de zarpar a Chocó, para evitar que su pierna se infectara, un par de médicos cubanos que también acampaban en la playa le quitaron los puntos y el yeso que aún llevaba en su pierna derecha. A falta de instrumentos quirúrgicos, los profesionales usaron una cierra eléctrica convencional.

El 4 de mayo, Rudys llegó a Capurganá, uno de los corregimientos de Acandí, donde la suspensión del transporte marítimo por causa del paro le dejó dos opciones: esperar un milagro para embarcarse o llegar a Panamá cruzando el tapón del Darién.

Cruces con números del 1 al 19 identifican a los migrantes que perdieron la vida en el naufragio. Foto: Julián Espinosa, vía El Tiempo de Colombia
Cruces con números del 1 al 19 identifican a los migrantes que perdieron la vida en el naufragio. Foto: Julián Espinosa, vía El Tiempo de Colombia

El sacerdote Aurelio Moncada, párroco de la parroquia Nuestra Señora del Carmen en Capurganá, recuerda que conoció a Rudys al segundo día de su llegada al corregimiento.

“Yo llamé a la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas (Acnur), a la Cruz Roja Internacional, al acalde de Puerto Obaldía, al obispo de Darién, buscando alguna forma de que él viajara por mar o aire, ya que no estaba en condiciones de atravesar la selva en muletas”, dice el sacerdote, quien aún lamenta que ninguna institución hubiera respondido su llamado.

Impaciente, Rudys emprendió su viaje a las 6 a. m. al quinto día de su arribo a Capurganá. Dos jóvenes del corregimiento que tenían un caballo se ofrecieron a acompañarlo en su travesía. Sin embargo, una hora y media después de iniciar la ruta, el animal no pudo continuar por las empinadas laderas de la selva (Ver mapa topográfico).

“Cuando llegamos al muro donde está la división de las fronteras, los jóvenes me bajaron. Al ver que no podía caminar, decidieron llevarme hasta el río, cerca de la primera posta de policías de La Miel”, recuerda Rudys. Cuando los uniformados de ese puesto le prohibieron su ingreso al país, los jóvenes lo abandonaron.

La soledad de la selva

Rudys continuó su camino arrastrándose por el barro, a gatas, apoyándose en sus rodillas y muletas. Cada dos horas se tomaba dos tabletas de diclofenaco para aliviar el dolor de su pierna derecha. El sendero por donde se arrastraba, oscuro y lleno de hojas secas, estaba demarcado por un reguero de ropa en buen estado, dejada en el suelo de otros migrantes, que habían aligerado sus maletas para no sucumbir por su peso.

Aquel día fue su primera caída. Luego de apoyar una de sus muletas en una zona inestable, rodó más de diez metros abajo, quedando adolorido e inmóvil por más de una hora. Sin embargo, emprendió de nuevo la subida y llegó a un puesto de policía en La Miel, un poblado panameño cercano, donde logró dormir bajo techo.

“Al otro día decidí irme de ese punto. El agua y la comida se me acabaron. Desde por la mañana estaba lloviendo. Seguí caminando y el hambre y la sed comenzaron a agobiarme. Tomé agua de las hojas de los árboles que estaban caídos. Cuando veía un poquito, me tiraba en el piso a tomar agua. Esa noche no llegué a ningún lugar. En plena selva decidí quedarme a dormir, sin linterna, sin nada”, recuerda.

Cientos de migrantes lanzan todos las semanas a las selvas del tapón del Darién para ingresar a Panamá. Foto: Archivo particular, vía El Tiempo/ GDA
Cientos de migrantes lanzan todos las semanas a las selvas del tapón del Darién para ingresar a Panamá. Foto: Archivo particular, vía El Tiempo/ GDA

Continuó su camino por dos días más, hasta que llegó a la entrada del corregimiento Puerto Obaldía, en donde los policías panameños también le impidieron quedarse.

Pese a la sed, cuando paraba para descansar, sacaba de su maleta un paquete de cigarrillos y encendía uno para relajarse. Cuando llegó a otro puesto de policía, le dieron un refresco y un paquete de galletas. Pero tampoco se quedó allí y continúo después de recibir indicaciones.

Aquella segunda noche tuvo que dormir a la intemperie, cubierto por la lluvia, la oscuridad y un frío que le penetraba profundo en los huesos. Su mayor miedo era ser mordido por una serpiente o un animal grande o ser arrastrado por un río.

Rudys asegura que por los días en que cruzó la selva, una creciente súbita de un río arrastró a más de 66 migrantes que dormían en la orilla. Según asegura, muchos de ellos fueron sepultados en Panamá por las autoridades de ese país, mientras que otros fueron devorados por los caimanes que recorren la zona.

A lo largo de la ruta, vio decenas de migrantes que se le adelantaban, pero muy pocos se quedaban a acompañarlo. A paso lento, logró escalar las empinadas laderas y pasar ileso las noches.

“El último día de la travesía, ya no tenía fuerzas. Un grupo de migrantes, que ya habían llegado al campamento y venían de regreso en busca de sus familiares, me ayudaron a llegar al final. Aún me faltaba cruzar cuatro pasos de río y ellos me pasaron en sus hombros. Me dejaron cerca del pueblo de Bajo Chiquito, donde me encontré a un joven con un caballo. Así pude salir de la selva”, dice.

Después de emerger de la selva, continuó su viaje. Al cierre de este artículo, el ingeniero cubano se encontraba en la frontera entre México y Estados Unidos, esperando su turno para pedir asilo político e ingresar al país de forma legal.

Aurelio Moncada, párroco de Capurganá, asegura que la historia de Rudys es tan son solo una entre miles, que muchas veces terminan en la muerte. El sacerdote enfatiza en que le parece absurdo que en una zona llena de aeropuertos y embarcaderos, los migrantes tengan que pasar por la selva, poniendo en grave riesgo su vida.

Los habitantes del golfo de Urabá se quejan de que no hay hospitales, ni una infraestructura apropiada para manejar la situación. Asimismo piden un marco legal claro, para que quienes prestan algún servicio a los indocumentados, no sean juzgados como traficantes de migrantes.

“Este es un problema que se le sale de las manos tanto a la Policía panameña, como a la colombiana. No hay ningún acuerdo entre ambos países que regule el tema, ahí está la falla. Debemos tomar conciencia de que los migrantes son seres humanos, que traen una historia y la quieren continuar en otro lugar”, reflexiona el sacerdote Moncada.

El pasado 4 de abril el canciller Carlos Holmes Trujillo y el director de Migración Colombia, Cristian Krüguer, prometieron la formulación de un plan de choque que pretendía resolver la crisis humanitaria en la frontera con Panamá. Desde el pasado 29 de mayo las políticas comenzaron a ser discutidas por los alcaldes y organizaciones sociales de la zona.

Emigdio Pertuz, representante legal de Cocomanorte, una organización civil que lidera los reclamos de los habitantes de Capurganá, dijo que este miércoles 19 de junio la Cancillería prometió remitir un borrador a diversos despachos, para formular de forma definitiva el conjunto de políticas en al menos un mes.

Entre tanto miles migrantes irregulares aún recorren la espesa selva del Darién, ante la negativa de las autoridades fronterizas de dejarlos ingresar por aire o mar.

Contenido sugerido

Contenido GEC