En Maracaibo, dos hombres revisaban los desperdicios en busca de objetos que todavía sirvieran o que pudieran ser reciclados. (Meridith Kohut para The New York Times).
En Maracaibo, dos hombres revisaban los desperdicios en busca de objetos que todavía sirvieran o que pudieran ser reciclados. (Meridith Kohut para The New York Times).

Maracaibo. El colapso de Zimbabue con Robert Mugabe. La caída de la Unión Soviética. La desastrosa crisis de Cuba en la década de los noventa. El desplome de la economía de ha superado todos esos desastres.

Venezuela experimenta el mayor colapso económico sucedido en un país sin guerra en al menos 45 años, según los economistas.




“Cuesta pensar en una tragedia humana de esta magnitud que no sea producto de una guerra civil”, comentó Kenneth Rogoff, profesor de economía de la Universidad de Harvard que fue el economista en jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI). “Este puede ser el ejemplo más sobresaliente de políticas desastrosas en décadas”.

Jenifer Del Valle Vejar Martínez con su bebé de dos meses, durante un apagón Credit Meridith Kohut para The New York Times
Jenifer Del Valle Vejar Martínez con su bebé de dos meses, durante un apagón Credit Meridith Kohut para The New York Times

Para encontrar niveles similares de devastación económica, los economistas del FMI mencionan a países devastados por la guerra, como Libia a principios de esta década o Líbano en los setenta.

No obstante, Venezuela, que fue el país más rico de América Latina, no vivió un conflicto armado. Según los economistas, el mal gobierno, la corrupción y las políticas erróneas del presidente Nicolás Maduro y su predecesor, Hugo Chávez, desataron una inflación desenfrenada que clausuró empresas y destruyó al país. Además, en meses recientes, el gobierno de Donald Trump ha impuesto duras sanciones para tratar de paralizar todavía más a esta nación.

Mientras la economía del país se desplomaba, grupos paramilitares tomaron el control de poblaciones enteras, los servicios públicos colapsaron y el poder adquisitivo de la mayoría de los venezolanos se redujo a un par de kilos de harina al mes.

En los mercados, los carniceros se ven afectados por los apagones frecuentes por lo que, al final de cada jornada, compiten para vender la carne en descomposición; quienes antes trabajaban como obreros escarban entre pilas de basura en busca de sobras y plástico reciclable. Los minoristas hacen decenas de viajes al banco con la esperanza de depositar varios montones de billetes cuyo valor se desvanece debido a la hiperinflación.

Aquí en Maracaibo, una ciudad de dos millones de habitantes en la frontera con Colombia, casi todos los vendedores de carne en el mercado principal han dejado de vender cortes, debido a que las vísceras y las sobras como la grasa y las pezuñas de vaca se han convertido en la única proteína animal que pueden costear muchos de sus clientes.

Personas que compraban despojos no refrigerados y otros subproductos de carne de res en un mercado de Maracaibo. (Meridith Kohut para The New York Times).
Personas que compraban despojos no refrigerados y otros subproductos de carne de res en un mercado de Maracaibo. (Meridith Kohut para The New York Times).

En parte, la crisis actual se ha desencadenado por las sanciones estadounidenses que buscan obligar a Maduro a ceder el poder al líder de la oposición nacional Juan Guaidó. Las recientes medidas de Estados Unidos contra Petróleos de Venezuela, la petrolera estatal venezolana, han dificultado que el gobierno de Maduro pueda comercializar el petróleo, que es el principal producto de exportación del país. Aunadas a la prohibición estadounidense a comercializar bonos venezolanos, el gobierno de Trump ha dificultado la importación de productos, desde alimentos hasta medicinas.

Maduro culpa a Estados Unidos y a la oposición venezolana por la hambruna generalizada y la falta de suministros médicos, pero los economistas independientes afirman que la recesión comenzó años antes de las sanciones que, si acaso, aceleraron el colapso.

“Tenemos una batalla cruenta contra las sanciones internacionales que le han hecho perder a Venezuela al menos 20.000 millones de dólares en el 2018”, aseguró Maduro en un discurso reciente. “Nos persiguen las cuentas bancarias, las compras en el mundo de cualquier producto, es más que un bloqueo, es una persecución”, agregó el mandatario.

La escasez ha sumido a buena parte de la población en una crisis humanitaria que se profundiza, aunque un grupo importante de los mandos militares y funcionarios de alto nivel que siguen siendo leales a Maduro pueden tener acceso a los recursos que quedan para sobrevivir, o incluso se enriquecen de manera ilegal.

Muchos venezolanos se han acostumbrado a que cada mes se registre una nueva caída histórica.

En el Lago de Maracaibo, comerciantes y obreros que perdieron sus trabajos lavaban el plástico reciclable que recolectaron. (Meridith Kohut para The New York Times).
En el Lago de Maracaibo, comerciantes y obreros que perdieron sus trabajos lavaban el plástico reciclable que recolectaron. (Meridith Kohut para The New York Times).

Venezuela tiene las mayores reservas comprobadas de petróleo en el mundo pero su producción, que alguna vez fue la más grande de América Latina, ha caído más rápido en el último año que la de Irak después de la invasión estadounidense en 2003, según datos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

Venezuela ha perdido a una décima parte de su población en los últimos dos años, debido a que han huido, e incluso atravesado montañas, desatando la crisis de refugiados más grande que se haya visto en la región.

La hiperinflación de Venezuela, que se espera que alcance los diez millones por ciento este año, según el FMI, está en camino de convertirse en el más largo periodo de aumentos incontrolados de precios desde el que se vivió en el Congo en la década de 1990.

“En esencia, este es un colapso absoluto del consumo”, mencionó Sergi Lanau, economista en jefe adjunto del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por su sigla en inglés), una asociación comercial financiera.

Un grupo de hombres llenaban envases de plástico con agua de un arroyo sucio, su única fuente de líquido durante los días en que no les llega el suministro. (Meridith Kohut para The New York Times).
Un grupo de hombres llenaban envases de plástico con agua de un arroyo sucio, su única fuente de líquido durante los días en que no les llega el suministro. (Meridith Kohut para The New York Times).

El instituto calcula que, durante el gobierno de Maduro, la caída en el rendimiento económico de Venezuela ha experimentado el declive más pronunciado que haya tenido un país que no está en guerra desde 1975.

Para fin de año, el producto interno bruto venezolano habrá disminuido un 62 por ciento desde el comienzo de la recesión en 2013, que coincidió con la llegada al poder de Maduro, según las estimaciones del IIF (el gobierno de Venezuela no ha publicado sus estadísticas macroeconómicas oficiales desde 2014, lo que obliga a los economistas a depender de indicadores como las importaciones para calcular la actividad económica).

En comparación, el declive económico promedio en las antiguas repúblicas soviéticas fue de alrededor del 30 por ciento durante el punto más álgido de la crisis a mediados de la década de los noventa, según cálculos de la asociación.

Por ahora, el gobierno está concentrando sus pocos recursos en la capital, Caracas. No obstante, la presencia del Estado es cada vez más débil en el interior del país, y su ausencia es particularmente visible en Zulia, el estado más poblado de Venezuela.

Su capital, Maracaibo, alguna vez fue el enclave petrolero de Venezuela. En marzo, un apagón sumió al estado en una semana de oscuridad y caos que dejó 500 negocios saqueados.

La energía eléctrica ha sido esporádica desde entonces, lo que acrecienta la escasez de agua y gasolina y deja a las poblaciones sin sistemas bancarios ni cobertura de telefonía celular durante días enteros.

El mercado Las Pulgas, que alguna vez fue un bullicioso laberinto de puestos donde los vendedores vendían alimentos y artículos para el hogar, se ha convertido en el rostro de la crisis.

Vendedores con bolsas de dinero, que ha perdido buena parte de su valor, en un puesto del mercado Las Pulgas en Maracaibo. (Meridith Kohut para The New York Times).
Vendedores con bolsas de dinero, que ha perdido buena parte de su valor, en un puesto del mercado Las Pulgas en Maracaibo. (Meridith Kohut para The New York Times).

Juan Carlos Valles llega a su pequeño restaurante ubicado en un rincón del mercado a las 05:00 a. m. y comienza a preparar caldo de res con huesos y cachapas en la oscuridad. Dice que desde marzo no ha tenido luz en el local, sus ventas han caído un 80 por ciento desde el año pasado y cada día es una lucha contra los soldados que lo obligan a aceptar billetes de bajas denominaciones que casi carecen de valor.

El dinero que gana, lo invierte de inmediato en huesos y harina de maíz, porque los precios aumentan a diario.

“Si descansas, pierdes”, dijo Valles, quien ha tenido este restaurante desde 1998. “El dinero ha perdido su valor. Para cuando lo llevas al banco, ya perdiste una parte de lo que tenías”.

Según el IIF, los ingresos reales en Venezuela han caído a niveles nunca vistos en el país desde 1979, lo que ha ocasionado que muchas personas sobrevivan de tareas como recoger leña, recolectar frutas y acarrear agua de los arroyos.

Daniel González, de 53 años, cuidaba a sus hijos y los de su vecino en el barrio Arco Iris en Maracaibo. (Meridith Kohut para The New York Times).
Daniel González, de 53 años, cuidaba a sus hijos y los de su vecino en el barrio Arco Iris en Maracaibo. (Meridith Kohut para The New York Times).

“El gobierno habla de soluciones en el mediano y largo plazo, pero el hambre sucede ahora”, declaró Miguel González, director del consejo comunal del barrio Arco Iris en Maracaibo.

González dijo que perdió su empleo en un hotel cuando fue saqueado en marzo, las personas que irrumpieron en el local arrancaron hasta los marcos de las ventanas y el cableado eléctrico. Ahora recoge ciruelas silvestres que vende por unos cuantos centavos en los parques de la ciudad. La mayoría de la dieta de su comunidad consiste en frutas silvestres, alimentos elaborados con harina de maíz frita o cocida y caldo de huesos de res, dijo.

Lejos de la capital del estado, las cosas son todavía peores.

La Isla de Toas, que alguna vez fue un paraíso turístico de unos 12.000 habitantes que vivían en los caseríos de pescadores, ha quedado casi abandonada.

“Aquí no hay representantes del gobierno local, regional ni nacional”, afirmó José Espina, conductor de un mototaxi. “Estamos solos”.

La electricidad y el agua potable solo están disponibles unas horas al día. El barco que da servicio regular a la región continental se descompuso el mes pasado. Un barco prestado por la petrolera estatal remolca de vez en cuando a un ferri oxidado que lleva unos cuantos suministros de alimentos subsidiados, el precario sustento de los residentes más pobres de la isla.

Un barco petrolero arrastra el ferry oxidado desde la Isla de Toas hacia el continente para conseguir escasas cantidades de alimentos subsidiados. (Meridith Kohut para The New York Times).
Un barco petrolero arrastra el ferry oxidado desde la Isla de Toas hacia el continente para conseguir escasas cantidades de alimentos subsidiados. (Meridith Kohut para The New York Times).

Según el alcalde, Héctor Nava, la hiperinflación ha reducido todo el presupuesto de la isla al equivalente a 400 dólares al mes, unos 3 centavos de dólar por residente.

El hospital no tiene medicamentos ni pacientes. La última persona en ser hospitalizada fue una mujer que murió luego de agonizar todo un día por la escasez de tratamiento para su enfermedad renal, según confirmaron los médicos de la institución.

Las camas del hospital de Toas yacen vacías, Anailin Nava, de dos años, se consume en una choza cercana debido a la desnutrición y una parálisis muscular tratable. Su madre, Maibeli Nava, dice que no tiene dinero para llevarla a Colombia en busca de tratamiento.

El hospital de la Isla de Toas está vacío, su último paciente murió sin recibir cuidados médicos. Cerca de esa institución de salud, Anailin, una niña de dos años de edad, sufre desnutrición severa y una parálisis muscular tratable. (Meridith Kohut para The New York Times).
El hospital de la Isla de Toas está vacío, su último paciente murió sin recibir cuidados médicos. Cerca de esa institución de salud, Anailin, una niña de dos años de edad, sufre desnutrición severa y una parálisis muscular tratable. (Meridith Kohut para The New York Times).

Las cuatro canteras que constituyen la única industria de la isla no han producido desde que el año pasado unos ladrones se llevaron todos los cables de energía que las conectaban a la red eléctrica. Los activistas locales de la oposición calculan que una tercera parte de los residentes se ha ido de la isla en los últimos dos años.

“Esto era un paraíso”, dijo Arturo Flores, coordinador de seguridad de la municipalidad local, quien vende una bebida de maíz fermentado a los pescadores locales para aumentar en algo su salario, equivalente a cuatro dólares mensuales. “Ahora, todos están huyendo”.

En el otro lado del estado de Zulia, en el pueblo ganadero de Machiques, el colapso económico ha diezmado la industria de la carne y los lácteos que suministraba estos productos a todo el país.

Los apagones eléctricos hicieron que cerrara el matadero, que alguna vez fue uno de los más grandes de América Latina. Grupos de hombres armados extorsionan a los ganaderos que todavía mantienen sus rebaños y les roban ganado.

“No se puede producir si no hay ley”, manifestó Rómulo Romero, un ganadero de la localidad.

El matadero de Machiques, que alguna vez fue uno de los más grandes de América Latina, ha estado inactivo por los cortes de energía eléctrica. (Meridith Kohut para The New York Times).
El matadero de Machiques, que alguna vez fue uno de los más grandes de América Latina, ha estado inactivo por los cortes de energía eléctrica. (Meridith Kohut para The New York Times).

Los comerciantes locales se han unido para ayudar en la reparación de las líneas eléctricas y mantener las torres de telecomunicaciones en funcionamiento, también colaboran con la alimentación de los trabajadores públicos y buscan diésel para los generadores eléctricos de respaldo.

“Prácticamente, hemos asumido las funciones del Estado”, dijo Juan Carlos Perrota, un carnicero que lidera la cámara de comercio de Machiques. “No podemos simplemente cerrar la puerta con candado y darnos por vencidos. Tenemos la esperanza de que esto mejorará”.

© "The New York Times"

Anatoly Kurmanaev y Nataly Angulo reportaron desde Maracaibo. Johandry Montiel colaboró con este reportaje desde Machiques.


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