(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Óscar Vidarte A.

Con la entrada en vigor del Acuerdo Marco en el 2015 y del Protocolo Comercial en el 2016, la Alianza del Pacífico (AP) ha dado inicio a una segunda etapa del proceso de integración. Una vez culminada una primera fase que tuvo como prioridad la construcción de la integración sobre la base de acuerdos bilaterales existentes (tratados de libre comercio entre los cuatro países miembros), ha comenzado un nuevo momento para la AP.

En ese contexto, este año el Perú asume la presidencia pro témpore de la AP. A diferencia del 2015, cuando lo hizo por última vez, el gobierno peruano tendrá ahora la misión de contribuir a sentar las bases de un proceso de integración pensando en el mediano y largo plazo (lo que la AP denomina la visión estratégica al 2030), para lo que tendrá ciertos retos.

El éxito de la AP se traduce en lo rápido que se ha avanzado, principalmente en términos económicos (comercio, inversiones y movimiento de personas). El interés ha sido tal que la Alianza cuenta con 55 países observadores de todo el mundo, de los cuales cuatro buscan tener la nueva categoría de Estado asociado.

No obstante, aún existe mucho por trabajar de cara al futuro. En materia económica, falta profundizar el comercio intrarregional y articular plataformas regionales de exportación (pensando en ser más competitivos en el Asia-Pacífico). Asimismo, se necesita avanzar en proyectos como el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA), que siendo muy atractivo ha mostrado algunos inconvenientes.

Otro aspecto a considerar es el contenido político del bloque. Aunque desde su creación la AP ha buscado estar al margen de lo este tipo de consideraciones, es innegable su influencia. Desde su tratado constitutivo la AP presenta consideraciones de índole político que vienen siendo trabajadas por sus grupos técnicos.

Sin querer emular lo realizado por organizaciones como la Comunidad Andina, para algunos de ingrato recuerdo, la AP debe pensar en fortalecerse institucionalmente. El futuro de la AP debe pasar por consolidar lo multilateral mediante la creación de mecanismos que permitan una mejor coordinación entre sus miembros y con los países cercanos al bloque. La negociación que una nación del Asia-Pacífico pueda tener con la AP no es igual si ocurre por separado con los cuatro países (haciendo muestra de sus diferencias) o si estos se organizan en bloque bajo los mismos principios e intereses.

Además, en un contexto determinado por el proteccionismo estadounidense y por un posible conflicto comercial entre las potencias mundiales (que son también nuestros principales socios), la necesidad de coordinar políticas para hacer frente a un escenario internacional negativo resulta aun más relevante.

Finalmente, la llegada al poder de nuevos gobiernos en dos de los miembros, Colombia y México, puede significar un desafío para la AP. En el caso colombiano, la victoria de Iván Duque no pareciera implicar ningún problema para el bloque; más bien, es muy probable que su gobierno tienda a fortalecer su presencia en la AP en desmedro de otros foros multilaterales críticos.

Tratándose de Andrés Manuel López Obrador, su reciente victoria en México puede generar suspicacias. Sin embargo, ¿acaso es creíble que estando en el gobierno vaya a afectar un organismo que, con todos sus desafíos y limitaciones, genera un impacto muy positivo para México en el ámbito internacional? Considerando los problemas comerciales que México viene teniendo con Estados Unidos, no parece que vaya a poner en riesgo mercados que pueden ayudarlo en estas circunstancias. En su momento, la elección de Ollanta Humala en el Perú y la de Michelle Bachelet en Chile generaron también dudas en la AP, pero en ninguno de los dos casos el proceso de integración se vio afectado.