(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Mayte Dongo Sueiro

La VIII Cumbre de las Américas terminó, ¿pero qué nos ha dejado? La cumbre ha tenido una coyuntura particular que nos permite observar dos imágenes de las relaciones hemisféricas. En primer lugar, la situación venezolana nos hace ver la división política y económica en la región: por un lado, una mayoría condenando la situación en Venezuela y diciendo que no reconocerá las elecciones y, por otro, una minoría (Bolivia y Cuba) apoyando todavía el gobierno de Nicolás Maduro. Recordemos que las cumbres anteriores fueron marcadas por la participación de gobernantes más favorables al Gobierno Venezolano –como las de Rafael Correa en Ecuador y Cristina Fernandez en Argentina– y, en este sentido, esta cumbre nos muestra una América Latina diferente.  

En segundo lugar, el accionar del Gobierno Estadounidense en la cumbre nos da luces sobre la política que este país tendrá hacia la región. Por un lado, la inasistencia de Donald Trump corrobora que América Latina no es una prioridad para él. Lo cual se suma a la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que busca cambiar los términos de la integración con sus vecinos. Por otro lado, la intervención de Mike Pence, vicepresidente estadounidense y asistente a la cumbre, mostró los posibles ejes de su política hacia la región: cooperación en seguridad y accionar en contra del gobierno de Maduro. Asimismo, Pence fue claro en señalar qué países eran del agrado estadounidense al agradecer a las naciones que mostraron su apoyo al ataque a Siria (Canadá y Colombia) y al elogiar las medidas tomadas en contra del Gobierno Venezolano.  

Tomando en cuenta estos ultimos dos acontecimientos, ¿la cumbre perdió relevancia? No necesariamente, pues nos ha dejado interpretaciones sobre la cooperación hemisférica en términos de posibles aliados y accionar de sus gobiernos. Además, ha abierto oportunidades de cooperación. Por ejemplo, el lamentable asesinato de los periodistas ecuatorianos ha dado pie a la cooperación entre Colombia y Ecuador en seguridad. Este podría ser un paso para afrontar problemas transnacionales con soluciones intergubernamentales latinoamericanas.  

Asimismo, ¿sabía usted que Proética estima que la corrupción en nuestro país tiene un perjuicio económico de más de S/30 mil millones anuales? Esta situación alarmante se repite en los demás países de nuestra región y ha sido el tema principal de la cumbre: “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”. En este marco, se ha adoptado el “Compromiso de Lima”, un texto de 57 puntos sobre la lucha anticorrupción y que fue negociado durante siete meses. La importancia del texto reside no solo en que es la primera vez que la cumbre logra un compromiso entre sus miembros, sino también en que es un precedente en la cooperación en la lucha anticorrupción en el hemisferio, pese a que no es un documento vinculante.  

Ante este compromiso aparecen preguntas adicionales. ¿Acaso no son estos políticos, quienes han adoptado el texto, los acusados de corrupción? ¿Qué pasa con el “otorongo no come otorongo”? La desconfianza hacia nuestros políticos es grande; no obstante, en política se debe pensar más allá de los gobernantes de turno. Por ello, el compromiso es una oportunidad para acabar con la corrupción, especialmente porque cubre aspectos como la educación civil desde la infancia: punto trascendental para eliminar un problema que está enraizado en toda la sociedad y no solo en los niveles más altos de gobierno.  

Finalmente, la relevancia de la cumbre depende de aprovechar las oportunidades de cooperación abiertas y del accionar de los latinoamericanos frente a un Estados Unidos con una nueva agenda en la región.