La FED mejoró las previsiones de crecimiento económico de Estados Unidos a 3.1% para este año, frente al 2.8% calculado en junio. (Foto: Reuters)
La FED mejoró las previsiones de crecimiento económico de Estados Unidos a 3.1% para este año, frente al 2.8% calculado en junio. (Foto: Reuters)
Annelise Riles

Hace unos años, un banquero central japonés me contó un lado secreto de su vida: como otros en su mundo enrarecido, le apasiona Sherlock Holmes. Después de las reuniones formales en las capitales de todo el mundo, se une a los demás amantes del detective para tomar una copa o para cenar y probar su conocimiento sobre detalles poco conocidos de la trama. Todo es muy casual, pero la camaradería es importante para él. A través de este club de fans informal, el banquero me dijo que había forjado amistades profesionales más cercanas.

Como antropóloga, he pasado 20 años estudiando a los banqueros centrales de todo el mundo. Se ven a sí mismos como los que resuelven complejas crisis financieras antes de que puedan dañar al público. Son tan inteligentes como los ejecutivos bancarios que regulan, pero motivados por ideales más elevados. Tiene sentido que Sherlock Holmes, distante y justificadamente arrogante, pudiera representar para ellos un ideal de brillantez masculina (en su mayoría aún son hombres), racionalidad y autocontrol. Como Holmes, creen que ser distante es un activo.

Pero en el mundo real, esta mentalidad ha tenido un costo. En Estados Unidos, el presidente Trump sugirió que la Reserva Federal (FED) no está haciendo “lo que es bueno para el país” y le dijo a Fox Business que esta era su “mayor amenaza”. También dijo que estaba “subiendo las tasas muy rápido”, y que “es demasiado independiente”. Hasta el momento, el presidente de la FED se ha mantenido por encima de la lucha política. Pero si el presidente convence a suficientes estadounidenses de que la decisión de la FED de elevar las tasas de interés tiene la culpa de sus problemas financieros, el silencio basado en principios puede no ser suficiente.

El proceso de aculturación para los banqueros centrales comienza temprano. La mayoría de ellos asiste a un puñado de universidades de élite para estudiar economía neoclásica, y su formación temprana a menudo implica una adscripción a las instituciones bancarias centrales de otro país. En Tokio, Fráncfort o Nueva York.

Este mundo está empezando a sentirse como un anacronismo, especialmente después de la crisis financiera del 2008. Puede que no sea posible que el oficio secreto de la banca central continúe sus tradiciones en un mundo que exige una mayor transparencia y responsabilidad. La tradición del banco central apolítico ni siquiera está bien establecida. Se remonta a finales de los años ochenta y principios de los noventa, cuando una serie de investigaciones académicas sugirieron que los bancos centrales independientes estaban correlacionados con una menor inflación.

En respuesta a las críticas, muchos bancos centrales están tratando de diversificar sus fuerzas de trabajo y compartir más detalles sobre sus deliberaciones. Pero estos pasos han sido demasiado modestos. Los bancos centrales deberían pensar más audazmente sobre la diversidad, al darles la bienvenida no solo a más mujeres y personas negras, sino también a más personas con experiencia económica y comercial del mundo real. ¿Por qué no reunirse con grupos de la sociedad civil que critican su trabajo?

Esta arrogancia, hacia el público e incluso entre sí, socava la eficacia de los bancos centrales. Cuando un banco central dice que anticipa que los precios subirán, espera que el público actúe. Para que ello funcione necesitan credibilidad.

Algunos países tienen este nivel de confianza pública, construido cuidadosamente durante décadas. En Dinamarca, por ejemplo, los funcionarios del banco central hacen un esfuerzo por contar la historia de cómo su trabajo contribuye a la sociedad igualitaria que los daneses valoran. Así, los daneses aman a su banco central.

En una era de nacionalismo económico creciente, la cultura actual de los banqueros centrales puede ser difícil de mantener. A Holmes nunca le preocupó este tipo de cosas. En “Un estudio en escarlata”, cuando se le dice que la Tierra en realidad gira alrededor del Sol, Holmes dice: “¿Qué diablos significa eso para mí?”. Watson se sorprende, pero Holmes insiste: “Si damos la vuelta a la Luna no supondría una diferencia para mí o para mi trabajo”. Sus acólitos de la banca central pueden no ser tan afortunados.

© The New York Times.
–Glosado y editado–