(Jorge Malpartida Tabuchi / El Comercio)
(Jorge Malpartida Tabuchi / El Comercio)

“Duelo a muerte” entre evolución y cristianismo, lo bautizaron los religiosos. “Dios contra los monos”, según los seculares. En 1925, entre predicadores gritando versículos y cirqueros con chimpancés, comenzaba el juicio contra John Scopes por enseñar la teoría de la evolución en un colegio público de Tennessee, cuyas leyes solo permitían enseñar “la historia de la creación divina”, iniciando la histórica batalla entre la ciencia moderna y el literalismo bíblico en la educación pública. Hoy un “paro nacional” convocado por nos recuerda que esa lucha por una educación “para Cristo” continúa.

Aunque el ha reemplazado a la evolución y el Minedu a Scopes, los cristianos conservadores continúan adoptando una posición de “Cristo contra la cultura” ante todo avance cultural, debido a una interpretación literal de 1 Juan 2:15-17 que los hace ver el “mundo” y su cultura como “una región de oscuridad en la que los ciudadanos de la luz no deben entrar” (Niebuhr, 1951).

Bajo su interpretación del mundo como “un reino bajo el poder del mal”, la derecha religiosa estadounidense construyó un discurso público opositivo, asumiendo posiciones “pro familia” como reacción a la “revolución sexual” (1960) y “pro vida” como respuesta a la legalización del aborto (1970).

Esa misma interpretación viene reduciendo el cristianismo latinoamericano a la oposición al enfoque de género. Sin embargo, la Biblia contiene diversos actos de misericordia, enseñanzas y parábolas mediante las cuales Jesús promovió la igualdad (no solo de oportunidades, sino de valoración moral) de pobres, enfermos, migrantes, mujeres y niños, a quienes no se reconocía como miembros plenos de la sociedad en su tiempo.

Jesús fue un luchador social ante una sociedad patriarcal: viendo que el testimonio de la mujer no era tomado en cuenta, permite que María Magdalena sea la primera persona en verlo resucitado (Juan 20:11-18). Viendo que eran despreciadas, resaltó su lealtad, dejando claro que fueron principalmente ellas quienes lo acompañaron en la cruz (Mateo 27:55-56), a pesar del riesgo de ser vinculadas a un supuesto “traidor”.

Como la lepra era malentendida como “producto del pecado”, los leprosos eran considerados espiritual y físicamente “impuros”, por lo que eran despreciados socialmente. Ante esto, Jesús les mostró compasión públicamente (Marcos 1:40-41). Al calificar a la homosexualidad como “abominación”, un sector de nuestra comunidad evangélica ha convertido a los miembros de la comunidad en los leprosos de nuestro tiempo, tratándolos de “enfermos” o “endemoniados”, olvidando que “no es posible amar a quien se considera moralmente inferior” (Bonhoeffer).

Debemos reflexionar acerca de cómo la enseñanza del “complementarianismo de la mujer” y de la “homosexualidad como pecado” en nuestras iglesias crea la falsa imagen de un Dios excluyente, que relega a las mujeres a un rol secundario y fomenta prejuicios negativos contra nuestro prójimo LGBTIQ.

Como miembro de la comunidad evangélica, comprendo que algunos hermanos (sobre todo aquellos que proceden de los sectores populares) hayan encontrado un “refugio de certezas” en el literalismo bíblico, ante una sociedad que perciben hostil por la discriminación racial, social y económica que sufren diariamente. Usando ese literalismo, ciertos líderes espirituales y políticos los han convencido de que el enfoque de género busca “homosexualizar” a sus hijos, y marchan porque temen que eso realmente ocurra y sus hijos sufran discriminación incluso dentro de nuestras iglesias. Aunque empatizo con su temor, creo que no es posible sostener que marchan para “defender la verdad”, si se usa información falsa (como referencias a supuestas “orgías escolares” que no existen en los textos escolares) o se calumnia a tantos funcionarios públicos.

Como creyentes, estamos llamados a ser sal y luz, fomentando una verdadera educación “para Cristo”, que refleje su amor, misericordia, justicia y paz. Que el amor hacia nuestro prójimo sea desechando todo temor y llevándonos a confiar en que el Dios de justicia usará el enfoque de género y todo avance cultural para construir una sociedad más igualitaria tanto dentro como fuera de la Iglesia.