“Acción Popular ha podido reacomodarse al mercado mientras que no así el Apra”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Acción Popular ha podido reacomodarse al mercado mientras que no así el Apra”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Mauricio Zavaleta

y el han sido las expresiones partidarias más populares de nuestra vida republicana. En las elecciones presidenciales de 1963, 1980 y 1985 ambos concentraron más del 60% de los votos. Esa fortaleza les permitió gobernar en los ochenta, en sus respectivos períodos, con mayorías parlamentarias que lamentablemente no fueron de utilidad para solucionar los problemas de un país sumido en la violencia y la escasez. Ante la profunda crisis la ciudadanía optó por elegir a un ‘outsider’ como presidente. El fin de la historia había llegado al Perú.

Hoy, ambas organizaciones persisten con enorme dificultad. Es cierto, Acción Popular ha ganado tres gobiernos regionales y Lima Metropolitana en las elecciones del 2018, pero una mirada más profunda muestra un panorama diferente: solo uno de los candidatos ganadores –Mesías Guevara en Cajamarca– tiene un récord de postulación en el partido de la lampa. Jorge Muñoz en Lima, Jean Paul Benavente en Cusco y Juan Alvarado en Huánuco han postulado en elecciones previas con otro vehículo electoral. Lo mismo puede decirse de más del 60% de sus alcaldes provinciales electos. Es decir, los candidatos ganadores de Acción Popular son, en su gran mayoría, agentes libres: políticos competitivos con tenue arraigo partidario.

Pero el Apra muestra un panorama aun más árido. No solo ha obtenido los peores resultados electorales de su historia, sino que ha perdido candidatos competitivos. Los gobernadores electos Pedro Bogarín de San Martín, Luis Hidalgo de Madre de Dios y Francisco Pezo en Ucayali fueron antes candidatos apristas. Mientras al primer partido se acercan, del segundo se alejan. ¿Qué ha determinado esta dinámica? ¿Por qué los políticos con oportunidades electorales ven a Acción Popular como un vehículo viable, pero al Apra no? La respuesta, considero, consiste en las propias dinámicas del mercado electoral.

Los partidos son útiles para los políticos cuando son capaces de proveerles dos tipos de commodities: prestigio y recursos. Por lo general, las agrupaciones políticas peruanas son incapaces de proveer cualquiera de ellos y, en consecuencia, lo que ofertan es un activo más modesto pero esencial para ingresar a la competencia: el cupo. Desde 1990 los partidos peruanos son vehículos que brindan la inscripción a políticos libres que cambian constantemente de agrupación. Muestra de ello es que más de la mitad de los gobernadores electos este año han pertenecido a tres o más partidos. Anselmo Lozano en Lambayeque y Ricardo Chavarría en Lima Provincias han sido candidatos de cinco agrupaciones distintas. Elisbán Ochoa, en Loreto, de ocho.

En este contexto, Acción Popular ha podido reacomodarse al mercado mientras que no así el Apra, pero esta diferencia no supone una mayor fortaleza por parte del acciopopulismo. Al contrario, su adaptabilidad responde, en parte, a una mayor debilidad en términos organizativos. Si bien la estructura aprista se ha reducido notablemente, obtener una candidatura en el Apra aún requiere un proceso de deliberación interna o contactos directos en Alfonso Ugarte. En Acción Popular estos mecanismos son más simples, muy parecidos a los del resto de vehículos electorales que habitan nuestro sistema. Salvo en algunas pocas ciudades con comités activos, los cupos son brindados a aquellos políticos con interés y capacidad de asumir los costos de una campaña electoral.

Sin embargo, Acción Popular no es solo atractiva por su fluidez organizativa sino, ante todo, por su flexibilidad programática. O, mejor dicho, por su neutralidad. Los políticos competitivos requieren de una marca que les dote de prestigio inmediato y los sitúe en el espectro ideológico, pero cuando no existen partidos con marcas establecidas, como en el Perú, los candidatos se conforman con logos que permitan una recordación rápida: el arbolito, el corazón… la lampa. Alejado del Gobierno Central desde la transición, el logo de Acción Popular es un continente vacío: permite hacer campaña sin la asociación inmediata a un programa nacional ni a un ex presidente vivo.

Por el contrario, el logo de la estrella no está vacío. La marca aprista, como partido reformista, se degradó al extremo durante el segundo gobierno de Alan García y quedó expuesta a la mera asociación con su líder ‘natural’. Al igual que el resto de las agrupaciones políticas que han ocupado la presidencia en el siglo XXI, los escándalos de corrupción durante la gestión hicieron que el logo de la estrella fuese motivo de desprestigio instantáneo: son muy pocos los políticos competitivos que quieren vincularse al aprismo. Es, en simple, un pasivo. Sin embargo, a diferencia de Perú Posible y el Partido Nacionalista, el Apra no tiene la inicial de ningún candidato como logo y su dirigencia debe atreverse a pensar que existe la vida después de García. Solo así podrá sobrevivir.

Finalmente, la situación de Acción Popular, de ninguna manera, puede ser vista como ideal. Es un partido muy débil, pero tener un logo neutro puede ser el primer paso para construir algo más. Dotarlo de contenido. Dependerá de los gobernadores y alcaldes que alzaron la lampa en el 2018 decidir si apuestan por un proyecto colectivo o si los veremos en la siguiente elección vistiendo otros colores.