Jair bolsonaro
Jair bolsonaro

“Pareciera que esta fuera la segunda venida de Cristo”, me comenta un consternado amigo mientras presencia el júbilo con el que los evangélicos celebran la victoria de (llamado ‘Mesías’ por sus seguidores más fervientes).

Aunque el propio Bolsonaro ha señalado que es “un católico que, por 10 años, frecuentó la iglesia Bautista”, su bautizo en el río Jordán, sus declaraciones en contra del matrimonio igualitario y su promesa de mover la embajada brasileña a Jerusalén, parecen haber sido suficientes para convencer de sus convicciones evangélicas.

Un hombre que, durante su carrera política, ha exaltado el autoritarismo al decir “el error de la dictadura fue torturar y no matar”, trivializado la violencia contra la mujer y reforzado prejuicios hacia la comunidad LGTB, se convirtió en el “salvador cultural” que la derecha religiosa brasileña había estado esperando.

Durante la primera vuelta, Bolsonaro fue la primera opción electoral de todos los grupos religiosos de Brasil (Datafolha, 2018), logrando 42% de los votos evangélicos, 31% de los católicos y 37% de los espiritistas. Esto no sería sorprendente si no fuera porque Marina Silva, una reconocida política evangélica y ambientalista, finalizó la primera vuelta en la quinta posición con tan solo 4% del voto evangélico: su decisión de separar la política de su fe fue interpretada como una falta de voluntad para defender “valores cristianos”. Por el contrario, en su primer discurso luego de su victoria, Bolsonaro prometió seguir “las enseñanzas de Dios al lado de la Constitución”.

El apoyo brindado a Bolsonaro no es la única señal de que el cristianismo bíblico de amor y justicia viene siendo reemplazado por un “cristianismo cultural” que solo representa la nostalgia por una sociedad patriarcal que se esfuma. Las victorias presidenciales de Marito Abdo (Paraguay), Iván Duque (Colombia), Jimmy Morales (Guatemala), Sebastián Piñera (Chile) y el pase a segunda vuelta de Fabricio Alvarado (Costa Rica) confirman el capital político que representa la comunidad evangélica para cualquier candidato que esté dispuesto a enarbolar las banderas “provida” y “profamilia”.

Gran parte de los evangélicos latinoamericanos, mayoritariamente aquellos de corrientes pentecostales y neopentecostales, considera que la “familia” –entendida reduccionistamente como la unión de hombre y mujer– está siendo atacada por gobiernos que “quieren desaparecerla” a través de políticas de inclusión a favor de la comunidad LGTB, por lo que están dispuestos a apoyar a cualquier candidato que les ofrezca “defenderla”.

La predominancia del “cristianismo cultural” se hará aún más visible en las siguientes elecciones. Dada la falta de oportunidades que les permitan construir su identidad cultural en base a factores académicos o profesionales, muchos ciudadanos pertenecientes a los sectores populares optan por construir su identidad personal sobre la base de los factores culturales que la única institución que siempre les abrió las puertas les ofrece: la Iglesia Evangélica. En ella, han encontrado un lugar de refugio y un propósito divino en la lucha “provida” y “pro-familia”. A través de ella buscan obtener el reconocimiento social que sienten que se les ha negado.

En un país en que el 66% de las personas señala que “la religión es muy importante en sus vidas” (Pew 2015), los políticos peruanos deben dejar de ignorar la religión y proponernos formas democráticas y constructivas de “ser cristianos” en el Perú, si quieren evitar la llegada de nuestro propio “mesías”.