El Perú en Burdeos, por Carmen McEvoy
El Perú en Burdeos, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

En el verano de 1825 un buque francés, llamado Ernestine, atracaba en el puerto de Burdeos. Entre los pasajeros destacaban miembros de la alta oficialidad española derrotada en Ayacucho. A la desesperación por hacer sus descargos ante el rey, debemos añadir la precariedad económica de muchos de los capitulados en la batalla que definió la independencia de Hispanoamérica. Hombres que en el pasado se enfrentaron a Napoleón y combatieron a José de San Martín y Simón Bolívar –como fue el caso del virrey La Serna, los generales Valdés, Ferraz, Villalobos y Maroto– deambulaban por el puerto bordelés en medio de una terrible incertidumbre. La pregunta que se hacían era si su esfuerzo y sacrificio serían recompensados o si, en cambio, se les castigaría con el ostracismo y la degradación.

Unos años después del arribo de los vencidos en los Andes peruanos, Flora Tristán (1803-1844) visitó Burdeos camino a la tierra de su padre. Su viaje, en el sentido contrario de los capitulados españoles, da cuenta de las angustias de una joven peruano-francesa cuya vida fue marcada por el fantasma del desclasamiento social. Cabe recordar que la condición de bastardía de Flora –hija de un noble peruano y de una francesa radicada en Bilbao cuyo matrimonio no fue reconocido legalmente– la convirtió en una paria. Sin embargo, su viaje al Perú a reclamar la herencia de su padre definió su carrera como escritora, dotándola del anhelado reconocimiento internacional. La madre del feminismo francés regresó a Europa sin su herencia pero con un bagaje de experiencias que utilizó en la redacción de su obra fundamental: “Peregrinaciones de una paria”.

El viaje a Burdeos de Manuel González Prada y su familia a fines del siglo XIX fue recogido por su esposa Adriana en su libro de memorias. La calidez de las gentes y el paisaje del puerto a orillas del Garona sedujo a los González Prada, especialmente a su pequeño hijo Alfredo. A pesar que fue en París donde el fundador del “partido radical de la literatura” escribió sus “Pájinas libres”, resulta probable pensar que las caminatas por la ciudad que Víctor Hugo describió como una combinación de “Amberes y Versalles” influyeran en su posterior producción literaria. El Burdeos que González Prada conoció era una ciudad rica que, al igual que la Lima de la posguerra, no dejaba de añorar su pasado señorial.

Hace algunos días tuve la oportunidad de visitar Burdeos y navegar por el río que los capitulados de Ayacucho, Flora Tristán y Manuel González Prada contemplaron mientras pensaban en el Perú. Debido a mi participación en el coloquio organizado para iniciar las reflexiones sobre el bicentenario de nuestra independencia, tuve el enorme privilegio de alojarme en la antigua pensión de la rue Franklin 7, donde los González Prada se instalaron, y, además, visitar la tumba de Flora Tristán.

 En el coloquio, organizado por la Universidad Bordeaux Montaigne, quedé impresionada por la calidad de la investigación que se viene realizando en torno al Perú. Académicos de distintas especialidades e instituciones se propusieron hacer un balance de dos siglos de historia política, social y cultural. El objetivo fue superar el viejo estereotipo de una independencia concedida y una república a la deriva. Desde la iconografía y representación del indígena, pasando por los testimonios de viajeros, militares, intelectuales e incluso religiosos, el Perú fue explorado en sus múltiples dimensiones. Ese Dorado imaginado que va tomando forma en sus mapas, en su estadística, en sus políticas públicas y en su enorme diversidad. 

Estamos ante la primera crisis de un gobierno que prometió, como tantos otros, un gran cambio social. Los analistas inciden en que lo que el momento político demanda es una lucha frontal contra la corrupción. Si bien es cierto no se puede eludir el carácter estructural de nuestra grave situación, es necesario apostar, también, por una política cultural que nos eleve y que abra el horizonte a discusiones fundamentales. Entre ellas, el origen de la república, sus valores, sus desafíos y su lugar en un mundo globalizado. Dentro de este contexto, el gobierno debe asumir el reto de promover una celebración del bicentenario que no se quede en fuegos de artificio. Pienso, entre otras cosas, en el papel de nuestras representaciones diplomáticas integrando y difundiendo el conocimiento de un país cuya rica experiencia histórica, muchas veces transnacional, aún sigue asombrando al mundo.