(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Jaime Cordero

La figura del capitán en el fútbol viene de muy atrás. Los ingleses la instituyeron en la prehistoria del deporte, mucho antes de que existieran los árbitros, con la idea de que cada equipo tuviera un interlocutor para ponerse de acuerdo en el cobro de faltas y otros aspectos reglamentarios. Capitán, entonces, no podía ser cualquiera; el elegido debía tener ascendiente y autoridad sobre sus compañeros. No se trataba solamente de arengarlos, sino –incluso– de participar en decisiones que eventualmente podrían ir en contra de los intereses del equipo. Decisiones que, a fin de cuentas, el resto de jugadores debería aceptar.

Claro está que ese modelo de autogestión basado en el liderazgo y el honor pronto quedó anacrónico. No pasó mucho tiempo para que la gente sintiera que lo que se ponía en juego en una cancha de fútbol era demasiado importante como para dilucidarlo mediante pactos de caballeros. Así que antes de que termine el siglo XIX ya existía la figura del réferi. Y ahora, en los partidos de la más alta competencia no tenemos un árbitro en la cancha, sino al menos seis. Más una cabina de visionado de videos, donde ya se aplica el controvertido VAR. Cabe preguntarse si esta tendencia a llenarnos de colegiados, videoayudas y ojos de halcón es una buena medida de cómo se ha depreciado la palabra de los hombres a lo largo de siglo y medio. Pero, al margen de esas divagaciones, lo cierto es que la figura del capitán nunca perdió vigencia ni quedó relegada a la categoría del cargo honorífico. Ha seguido siendo tema de máxima importancia.

Todo esto en realidad viene a cuento a raíz del drama por entregas en que se ha convertido el caso de . Su sanción oficialmente ya concluyó, pero aun así no sabemos si la Blanquirroja podrá contar con él en Rusia. Eso evidentemente trastoca los planes del comando técnico de la selección y tiene al hincha con los nervios crispados. Y es comprensible: Paolo no solo es el goleador del seleccionado, también es su líder indiscutido. Esperemos poder contar con él, pero en el supuesto de un fallo adverso, ¿qué faceta de él extrañaríamos más? ¿La de goleador o la de capitán? No es una pregunta sencilla de responder.

Ni los goles ni el liderazgo son cosas que surjan espontáneamente o que sean fáciles de reemplazar. Pero quizás la publicidad nos aporte un atisbo de respuesta: en los comerciales, doña Peta Gonzales se presenta como “mamá del capitán”, no como la madre del goleador. No parece una elección casual. Tampoco la conmoción que generó su suspensión puede explicarse únicamente a partir del mero aporte goleador. Es probable que a estas alturas el hincha peruano ya valore más los dotes de Guerrero como líder que como el hombre que manda la pelota a guardar.

Para usar el lenguaje de los gurús del ‘management’, estamos poniendo los ‘soft skills’ por delante de las ‘habilidades duras’, y probablemente estemos haciendo bien. Los amistosos que jugó Perú en Estados Unidos refuerzan esa impresión: contra Croacia e Islandia, demostró que hay vías alternativas para llegar al gol. Está trabajando en ello. No está claro, en cambio, que existan fórmulas para reemplazar la influencia de un líder. Y eso no se puede probar en amistosos, pues el carácter del equipo solamente aflorará cuando esté bajo auténtica presión, como la de una eliminatoria o una Copa del Mundo.

Ojalá no tengamos que comprobar cuánta falta nos haría Guerrero en un Mundial. Pero, en cualquier caso, es bueno que de una vez por todas pongamos de relieve la importancia de la capitanía como parte esencial de cualquier proceso exitoso. He ahí un acierto de los tantos que debemos reconocerle al ‘Tigre’ Gareca, y –por qué no– un anticipo de legado. No estaría mal que tomemos el ejemplo de Paolo para crear un molde que nos sirva de referencia futura para los capitanes por venir, porque una de las cosas que nos han faltado durante los peores años del fútbol peruano es liderazgos claros y –sobre todo– positivos.

La comparación con anteriores capitanes de los años recientes no deja lugar a dudas. En sus recientes libros sobre el seleccionado, tanto Umberto Jara como José Carlos Yrigoyen cargan las tintas sobre y lo consideran el modelo de todo lo que justamente no debería ser el capitán de la selección: un tipo que lleva la banda pero elude las responsabilidades inherentes al encargo. Coincido en gran medida, pero creo también que el problema lo arrastramos de antes: desde que se retiró, no hemos tenido capitanes que merezcan ser recordados por cómo ejercieron ese papel. Desde entonces hemos tendido a establecer liderazgos a partir de méritos equivocados, como quién tiene más éxito como jugador de club, la edad o quién tiene más autoridad para negociar con los dirigentes, por ejemplo. Pero el capitán no es eso: no es el jugador más exitoso ni, menos, una suerte de líder sindical. No es el abanderado de un equipo, sino de un proceso; y no está para representar a los jugadores, sino a todos nosotros. Ese ha sido el gran mérito de Paolo Guerrero: ha logrado que todo el país se encolumne detrás de su equipo como antes no pasaba. Esperemos que, cuando llegue el momento, su sucesor sea capaz de lograr lo mismo.