(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Diego Lévano

La conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en nuestro país tiene sus orígenes en los primeros años del asentamiento español en estos territorios. Con la introducción del catolicismo y un rápido proceso de evangelización, las imágenes de esta etapa de la vida de Cristo fueron difundidas entre toda la población. En la capital limeña las cofradías fueron el motor de difusión y representación de la fiesta de la .

Desde su fundación, las cofradías limeñas organizaron las procesiones religiosas de la Semana Santa y otras fiestas religiosas de la ciudad. Para ello, requirieron de múltiples trabajos de esculturas o tallas que representaban a personajes de estos pasajes bíblicos, siendo protagonistas las tallas de Jesús y de María. Estas esculturas eran encargadas a imagineros locales o sevillanos y aún pueden ser encontradas en algunas de las iglesias del Centro Histórico de la capital.

Las primeras referencias sobre la semana mayor de Lima, como se la conocía durante el virreinato, datan de 1560, cuando el cabildo limeño mandó a confeccionar las varas para regir la procesión de disciplinantes del Jueves Santo. Y hacia 1576 se tiene referencia del primer recorrido procesional. Por ello, era el cabildo limeño (lo que hoy conocemos como la municipalidad) el que se encargaba de convocar y organizar las procesiones de la ciudad. Algo que en los últimos años se ha venido dando. Y este año, además, podremos apreciar nueve procesiones desde el último Domingo de Cuaresma hasta el Domingo de Resurrección.

En la de hasta mediados del siglo XX, las procesiones no eran exclusivas de las iglesias o parroquias del casco histórico, sino también de las del Rímac y de Barrios Altos, que participaban activamente. Una de las más populares era, sin duda, la del Domingo de Ramos o Procesión del Señor del Borriquito. En 1817, un viajero francés la describió como una cabalgata de gente de los barrios que la acompañaba con gran algarabía y estruendo. Y Dávalos y Lissón, en su libro “Lima de antaño” (1915), hace referencia a que para el siglo XIX esta procesión salía por las calles del distrito del Rímac, y concurría a ella la población popular vestida con sus mejores galas y las damas adornadas con jazmines.

Las procesiones de las cofradías de Jesús Nazareno (Santo Domingo), Nuestra Señora de la Piedad (La Merced), Santo Cristo de Burgos (San Agustín), la Vera Cruz (Capilla de la Vera Cruz/Santo Domingo) y la Soledad (Iglesia de la Soledad/San Francisco) eran las más importantes y de mayor realce, incluso entre ellas existían rencillas por ver quién salía primero y presidía la comparsa procesional. Como testimonio de estas procesiones han quedado dos representaciones: una pintura del siglo XVI y unas acuarelas del afamado Pancho Fierro del siglo XIX en las que se pueden apreciar las andas con esculturas a tamaño real representando cada uno de los pasajes bíblicos de estos días.

Pero en Lima no solo se asistía a las procesiones sino también a las diversas ceremonias litúrgicas en las iglesias de la ciudad. La ceremonia de la llave, que se realizaba en la Iglesia Mayor, con asistencia de las principales autoridades de la ciudad e incluso con algunas nacionales, también era conocida como la ceremonia de “encerrar y desencerrar el Santísimo”. Los miércoles por la noche se asistía a las Tinieblas en el Convento de la Encarnación. El sábado era costumbre, luego de oír la misa de resurrección, dar el saludo de las “buenas pascuas”.

Sin duda, el recorrido de las siete iglesias era uno de los momentos más esperados de los limeños de antaño. Aquí encontrábamos el Santo Monumento hecho de cera blanca que resplandecía junto al Santísimo. En Lima, las primeras noticias de la puesta en escena de esta alegoría datan del siglo XVII. Incluso Pancho Fierro nos ha dejado una acuarela de un sacerdote limosnero que recorría las calles de Lima pidiendo dinero para la erección del santo monumento.

La Semana Santa limeña ha sido, desde sus inicios, una de las fiestas principales y de mayor relevancia de la ciudad, llena de ceremonias y de rituales que exponían al máximo su fervor religioso en las procesiones que recorrían sus calles. Hoy intentamos recuperar su importancia y quizás dentro de poco podamos convertir nuestra Semana Santa en patrimonio cultural y revalorar todas las representaciones artísticas que hacen referencia a su origen.