(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

La importancia de los periódicos está en su sentido espiritual. Un periódico no es un simple instrumento, sino un órgano de doctrina, de docencia cívica, de afirmación de lo que atañe a la calidad y la dignidad de la persona humana. Sus bases son, por ello, la libertad de pensar y expresarse; la independencia de los periodistas en relación con las grandes empresas, con los gobiernos y con los intereses subalternos: el sentido ético, difícil de definir pero sobre el que hay afortunadamente un consenso común, ganado día a día, y robustecido con la historia del periódico y con la autoridad personal de quien lo escribe.

Se precisa esclarecer algo que, con el gusto vicioso por lo sensacional, se acostumbra señalar como virtud y la conquista del periodismo moderno: la llamada “objetividad”. Es frecuente hablar de tres épocas del periodismo: el periodismo polémico y político; el periodismo literario y el periodismo esencialmente noticioso e informativo, que se estima que es el actual. En primer lugar, esto no es exacto desde el punto de vista histórico porque precisamente el primer periodismo fue el meramente noticioso (avisos, noticias, relaciones, gacetas). En segundo lugar, la información es solo una parte, pues la noticia trae aparejada, explícita o implícitamente, un comentario. El “periodismo” o “diarismo”, que viene de “período” y de “día”, es el reflejo de lo “efímero”, pero también de la “efemérides”, es decir de los sucesos notables de un día. Por lo tanto, se necesita de un criterio, para determinar qué es lo notable. Lo importante por lo demás, no es solo saber las cosas, sino saber ponerlas en su sitio.

En tercer lugar, hay que distinguir las secciones de un periódico: el editorial, el aviso, la descripción de un monumento, la narración de un partido de fútbol.

La estricta objetividad solo cabe en las ciencias naturales, pero en lo que se refiere al espíritu hay que decir que es imposible. ¿Puede haber fría objetividad al hablar de Dios, al hablar de los santos y los héroes, al hablar de la patria, de la madre, del hogar, de la honra? La hoja de un periódico no está hecha solamente con papel y con tinta. Está hecha con alma.

La simple objetividad –aunque parezca paradójico– resulta muchas veces lo más subjetivo. Tómese un pasaje y hágase pintar por varios; tómese un objeto y hágase fotografiar por muchos; y encontraremos resultados distintos, si se han buscado ángulos propios y se han recogido verdades, deliberada o indeliberadamente, fragmentarias. La media perturba y deforma las cosas. Lo que ocurre es que se equivocan los conceptos. Lo que importa fundamentalmente no es la “objetividad” sino la “veracidad”; que puede ser distinto. En todo caso, la objetividad no es una meta sino una consecuencia; es el resultado material de una base espiritual: el sentido ético.

Como en las concatenaciones de frases orientales, se podría decir: si no hay sentido ético, no hay limpieza de pensamiento; si no hay limpieza de pensamiento, no hay claridad de visión; si no hay claridad de visión, no puede haber objetividad veraz alguna.

¿Cómo conciliar estos dos términos: la visión ostensible al mayor número y la visión más profunda, cabal y esencial del periodista? ¿Cómo se puede evitar que por un sentido doctrinario –aunque se desee la buena doctrina– se caiga en cierto modo en algo tan deplorable como el periodismo dirigido? La solución no pueden encontrarla ni los mezquinos ni los materialistas, sino quien siente y hace suya la fuerza espiritual del cristianismo, que nos ofrece para el rumbo sus cuatro puntos cardinales: la fe, en las relaciones del hombre con Dios; el sentido del bien común, en las relaciones con el Estado; la honra, la justicia, la autenticidad, la lealtad, en las relaciones con los demás; la voz de la conciencia en el debate interior de uno mismo.

Y termino recordando al ilustre Bartolomé Herrera, cuando a mediados del siglo XIX el Convictorio de San Carlos sostenía la competencia ideológica con el Colegio de Guadalupe; uno y otro al servicio del país. Frente al ímpetu juvenil, romántico, liberal, laico y popularista de Guadalupe y de los Gálvez, Herrera sostenía las verdades eternas, el orden clásico, la soberanía de la inteligencia; y comentaba con frase irónica: “Allá se adjetiva; aquí se sustantiva”. Despejemos el recuerdo de toda alusión a ese momento, y extrayendo solo el sentido de la frase, pensemos que lo que corresponde al periodismo es “sustantivar”; es decir, afirmar la sustancia y la esencia de las cosas, ya que, como la frase bíblica, todo lo demás se dará por añadidura.

*Reseña de la charla en la sesión almuerzo del Club Serra, 1957