“La única estrategia que parece viable y efectiva es continuar con la presión democrática externa e interna”. (Ilustración:)
“La única estrategia que parece viable y efectiva es continuar con la presión democrática externa e interna”. (Ilustración:)
Jean Maninat

El 23 de febrero, el carácter represivo del régimen de quedó –una vez más– evidenciado en toda su crueldad gracias a los medios de comunicación internacionales que mostraron en directo lo que se ocultaba en el país. Miles de voluntarios armados con banderitas tricolores fueron salvajemente agredidos mientras esperaban en diversos puntos fronterizos la entrada de ayuda humanitaria para acompañarla. ¿Fue un movimiento naif destinado a estrellarse contra la represión militar y la violencia de los grupos paramilitares al servicio del gobierno? ¿O fue una astuta jugada táctica para forzar la cara más feroz de la nomenclatura gobernante? Cada quien tiene su interpretación al respecto de tales interrogantes.

Lo que sí quedó bastante claro es que el estamento militar está totalmente soldado con el régimen, sin graves fisuras en su cadena de mando, y este dato debe tenerse en cuenta para cualquier estrategia de cambio en el país. La fábula del: yo tengo un amigo, que tiene un tío, que tiene un vecino que es militar y le dijo que ya la cosa estaba lista, fue hecha añicos hasta nuevo aviso.

La única estrategia que parece viable y efectiva es continuar con la presión democrática externa e interna. El extravío con una intervención armada extranjera en algunos sectores minoritarios –pero ruidosos– de la oposición fue alimentado por las declaraciones irresponsables de altos funcionarios de uno que otro gobierno. Pero recogieron velas a toda carrera. ¡Alabado!

Era más que obvio que ninguna instancia intergubernamental iba a apoyar una intervención armada extranjera por más nobles que fueran sus intenciones. Las señales enviadas desde la Unión Europea fueron contundentes: sus principales socios reconocían a Guaidó como presidente interino al tiempo que abogaban por una salida pacífica y democrática entre venezolanos.

La estocada final la dio el , en Bogotá, cuando reiteró que debían ser los venezolanos quienes condujeran la transición democrática en “el marco de la Constitución y el derecho internacional, apoyada por medios políticos y diplomáticos, sin uso de fuerza”. Así, el Grupo de Lima y la Unión Europea han desinflado el dislate de una intervención militar foránea en .

Nadie más interesado que el régimen en situar la en el tablero bipolar –¿tripolar?–, le viene bien al especioso argumento de la revolución asediada por las potencias del mundo. La presión democrática interna y externa ha sido el más eficaz instrumento de lucha para recuperar la democracia. Los triunfos obtenidos –en el caso venezolano– han sido todos en ese ámbito.

La oposición democrática venezolana debería tomar nota del insistente llamado de la comunidad internacional para realizar unas elecciones libres y transparentes como salida a la crisis. El orden de cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres, no puede tener el peso inamovible de las revelaciones divinas, convertirse en un corsé que impida la libertad de movimiento que requiere la dinámica política.

Gracias al liderazgo –refrescante, por lo demás– del presidente interino , la oposición democrática venezolana tiene una nueva energía y ha vuelto a creer en sus posibilidades. Le corresponde a él saber administrarla, con firmeza, sin dejarse llevar por los cantos de sirena que malograron el gran triunfo electoral de las parlamentarias del 2015 (que entre otras cosas lo llevó al escaño desde el que ha cimentado su liderazgo). Hay que retomar el pulso, la lucha continua, y el país democrático parece haberlo comprendido. El gobierno lo sabe y lo teme.