(Foto: Shutterstock)
(Foto: Shutterstock)
Fernando Cáceres Freyre

A comienzos del siglo, Internet empezó a cambiar el turismo. Pasamos de un modelo basado en agencias de viajes y boletos físicos a uno de creciente comercio electrónico, que empezó con la venta de tickets vía páginas web de aerolíneas, para luego incorporar plataformas multiproducto –como Booking, Despegar, Expedia, etc.– que ofrecen también alojamientos y alquiler de autos.

La disrupción de la tecnología generó perdedores que no tardaron en hacer oír su voz para que el gobierno intervenga, a fin de salvaguardar el modelo de negocio de las agencias. Un reclamo ‘justo’ para empresarios acostumbrados por décadas a un gobierno que elegía ganadores en los pasillos del Ministerio de Economía y Finanzas, pero que estaba ya en proceso de adoptar una economía donde la “destrucción creativa” permite que las innovaciones beneficien a la mayoría de personas.

En aquella oportunidad, el gobierno no sucumbió a la tentación de la intervención. Han pasado 20 años, y una nueva innovación amenaza los negocios turísticos. Se trata de , una plataforma digital que permite ofrecer en alquiler propiedades directamente a turistas, desde un cuarto hasta toda una casa, sin tener que pasar por la regulación de los centros de hospedaje ni pagar impuestos. La reputación de los propietarios e inquilinos, ganada a través de las calificaciones online, sirve –muy eficazmente– para elegir dónde alojarte y promueve una oferta más desconcentrada. En Nueva York, por ejemplo, el 82% de las propiedades de Airbnb están dispersas a lo largo de la ciudad, mientras que entre el 60% y 70% de hoteles se encuentra en el centro de Manhattan, una tendencia que se replica alrededor del mundo (Kaplan y Nader, 2017).

El ha publicado un proyecto de Reglamento de Establecimientos de Hospedaje, que propone una medida francamente desproporcionada. Solo autorizar la prestación del servicio de alojamiento en casas particulares de manera excepcional y temporal si se desborda la capacidad hotelera instalada, bien sea por falta de infraestructura en la localidad, una festividad o una catástrofe. El sueño de los hoteleros (mercantilistas).

Es cierto que la proliferación de alojamientos en casas particulares ha generado una serie de problemas en ciudades como Barcelona, Palma de Mallorca y Madrid, pues los millones de turistas que llegan a estos destinos y usan plataformas como Airbnb vienen impactando en el precio de los alquileres para vivienda y en la propia convivencia entre vecinos (hay turistas que usan las propiedades más para armar fiestas que para descanso). Esos usos generan externalidades que podrían motivar evaluar algunas intervenciones. Pero aún parecen situaciones muy distantes a una realidad como la nuestra, en la que durante el 2017 hubo solo 137.200 huéspedes vía Airbnb, según este Diario. De modo que no queda claro si en verdad hay un problema que corregir.

Antes de proponer una regulación tan extrema, que solo beneficia a los hoteleros, el Mincetur debiera evaluar los actuales impactos que está teniendo el uso de Airbnb en los distintos grupos de interés involucrados: turistas, vecinos, hoteleros, etc. Y además, evaluar alternativas menos intrusivas para reducir el impacto en la convivencia entre vecinos, incluyendo la fiscalización de ruidos molestos.

Es cierto que Airbnb puede afectar a los hoteleros, aunque el estudio más riguroso hasta hoy, realizado en Texas, solo encuentra que por cada 1% de aumento en alojamientos de Airbnb se reducen los ingresos hoteleros en 0,05% (Gurran y Phibbs, 2017), y los datos arriba mencionados dan cuenta de que pueden ser servicios complementarios. Pero aun para los hoteles que compiten directamente con esta nueva oferta, el impacto en los hoteleros no sería diferente de aquel que genera absolutamente cualquier producto innovador que reemplaza algo que ya conocemos. No le cortemos las alas a la innovación.