Banco de la Nación cerca de comisaría fue asaltado en Nasca
Banco de la Nación cerca de comisaría fue asaltado en Nasca
Iván Alonso

Comparado con Agrobanco, donde el erario siembra capital para cosechar pérdidas, el Banco de la Nación es tierra fértil. Su rentabilidad patrimonial –las utilidades divididas entre el capital invertido o reinvertido– no tiene nada que envidiarle a la de la banca comercial: 43% en el 2017 y 36% en el primer trimestre, anualizado, del 2018. Quizás, más bien, al revés: entre 15% y 20% al año es la norma entre los bancos comerciales.

¿No es esta una demostración de que la empresa pública puede ser tan o más eficiente que la empresa privada? No necesariamente. Hay que ver nomás cómo hace el Banco de la Nación para lograr esa rentabilidad. Lo que cobra por sus préstamos no es nada extraordinario, un 11% al año, en promedio, que es lo mismo que cobra la banca comercial. Tampoco es que tenga una cartera extraordinariamente grande que le genere muchos ingresos en proporción a su capital. La clave de su rentabilidad está en que los fondos no le cuestan prácticamente nada. Por cada sol que recibe de intereses, paga 5 centavos a sus depositantes; la banca comercial paga entre 25 y 30.

La causa de esta disparidad es que el Banco de la Nación tiene un mercado cautivo. Casi la totalidad de sus préstamos e inversiones en valores se fondea con depósitos del público. Estos son, en su mayoría, depósitos en las cuentas corrientes que las empresas están obligadas por ley a abrir en ese banco para las detracciones, que son un porcentaje del valor de cada factura emitida. Los saldos que se acumulan en esas cuentas solamente pueden usarse para el pago de impuestos. Pero como las facturas se emiten y se pagan todos los días, mientras que los impuestos se liquidan una vez al mes, las cuentas de detracciones tienen permanentemente un saldo a favor, que asciende, en conjunto, a cerca de 12 mil millones de soles, por los que el Banco de la Nación no paga intereses.

Esos depósitos, cabe anotar, no le pertenecen a la Sunat, aun cuando estén destinados al pago de impuestos. No es que una parte del aparato estatal esté subsidiando a otra. En tanto no exista una obligación tributaria determinada, los depósitos les pertenecen a los titulares de las cuentas, esto es, a los contribuyentes. Son, pues, los contribuyentes los que subsidian al Banco de la Nación. Si este tuviera que pagar las mismas tasas de interés que los contribuyentes podrían obtener transfiriendo esos depósitos a un banco comercial, desaparecería entre la cuarta parte y la mitad de sus utilidades.

El sistema de las detracciones no es malo. A la Sunat le sirve para asegurar la recaudación del IGV, el impuesto que grava las ventas. Al contribuyente, aunque le duela no tener esa plata en la mano, también le sirve porque separa una parte de sus ingresos que tarde o temprano tendrá que entregarle al fisco. Lo que está mal es que los fondos no sean remunerados hasta que llegue ese momento.

La solución es muy sencilla: permitir que el contribuyente elija en qué banco quiere tener su cuenta de detracciones, así como ahora cada persona puede guardar su CTS en el banco de su elección. La competencia por esa masa de fondos beneficiaría a los contribuyentes, que recibirían una tasa de interés de mercado. Los bancos que ofrecieran cuentas de detracciones seguramente tendrían que cumplir ciertos requisitos, por lo que la Sunat no debería sentirse desprotegida.