"Dejando de lado el sarcasmo, la libertad siempre ha sido el principal enemigo de los grupos conservadores". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Dejando de lado el sarcasmo, la libertad siempre ha sido el principal enemigo de los grupos conservadores". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Han llegado a mí diversos escritos y videos en los que supuestos expertos –nacionales e internacionales– despotrican contra el enfoque de género. Estos adversarios del género insisten en que se trata de una ideología impuesta por las Naciones Unidas, el Banco Mundial, y otras organizaciones multilaterales, e invariablemente financiada por George Soros, una suerte de Rasputín con plata. Más aun, elevan todo el asunto al nivel de una “conspiración” cuyas finalidades serían –entre otras– destruir a la familia, homesexualizar a la sociedad, terminar con el capitalismo, desestabilizar a las naciones y debilitar la cultura cristiana occidental.

Y, ¿saben qué?, creo que tienen razón en lo que respecta a las Naciones Unidas. Puede ser que la ONU tenga muchas limitaciones, pero si ha destacado por algo ha sido por la difusión y la defensa de ideas que no han sido populares entre los grupos que han ostentado el poder económico, político y cultural. Hasta podríamos decir que los contenidos de su agenda han contribuido a envalentonar al pueblo y a desestabilizar a distintos regímenes autoritarios y formas conservadoras de vida.

Veamos algunas de estas intervenciones “conspirativas” de la ONU.
De arranque, con tres años de fundada, nos impuso la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Siguiendo la lógica de los antigénero, podríamos afirmar que estos derechos van en contra del orden natural de las cosas porque imponen límites al poderoso. Ello implica desnaturalizar las jerarquías que han existido entre todos los seres vivientes y que –entre los humanos– han sido justificadas, a través de los siglos, por la razón o por la religión.

Las Naciones Unidas también han sido un agente activo en la destrucción del orden familiar tradicional al promover la Convención sobre los Derechos de los Niños, vigente desde 1989. Así, la autoridad paterna se vio minada por cuestiones como los derechos de los niños y las niñas a la participación, y a la libertad de expresión y pensamiento, convirtiéndolos, en la práctica, en ciudadanos en formación. Asimismo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) pretende erradicar el trabajo infantil, entrometiéndose con la patria potestad y con su determinación sobre los hijos “no emancipados”.

La lista, por supuesto, continúa y es casi interminable: el derecho a la igualdad de la mujeres, la capacidad de todos para decidir sobre la reproducción y la sexualidad, la obligatoriedad de la escolaridad, la inmunización universal, el derecho a un ambiente saludable, la lucha contra todas las formas de violencia y discriminación, el impulso al libre acceso a la información y a recursos educativos, entre otros.

Dejando de lado el sarcasmo, la libertad siempre ha sido el principal enemigo de los grupos conservadores porque implica la generación de individuos pensantes que –de una forma u otra– pondrán en cuestionamientos sus dogmas y su autoritarismo. De esta manera, se debilita el control que tienen sobre “mentes y corazones” y, por consiguiente, se va erosionando su poder sobre la sociedad.

Y hablando de conspiraciones. Después de la Segunda Guerra Mundial, la filantropía conservadora en los países desarrollados tendía a apoyar propuestas y organizaciones que trabajaban en torno a los principios económicos liberales, teniendo a Frederich A. Hayek como principal gurú y al socialismo como anatema. Los reveses políticos del conservadurismo en los años 60 llevaron a una reorientación hacia asuntos más sociales y culturales. Se dio mayor atención a los valores tradicionales de la familia, la religión y la patria, acumulando lentamente éxitos frente a las agendas progresistas. Esto se nota claramente en la reciente arremetida contra los derechos sociales en algunos países desarrollados.

Por ello, resulta curioso que los conservadores hablen de conspiraciones y pongan al multimillonario y filántropo George Soros como principal mecenas de la agenda “antifamilia”. No voy a defender a Soros, pero su fundación “Open Society” dona anualmente cerca de US$900 millones a programas y proyectos en unos 120 países del mundo. Nadie menciona, sin embargo, que la derecha religiosa estadounidense dona varias veces esta cantidad. Solo la “National Christian Foundation” reparte US$1.000 millones al año, incluso a organizaciones acusadas de ser grupos de odio anti-LGTBI o de la extrema derecha europea. Más aun, todos los años, los principales filántropos evangélicos se congregan en un evento denominado, apropiadamente, como “The Gathering” –“La Reunión”– (https://thegathering.com) para compartir ideas, estrategias y, bueno, agendas. ¿Huele a conspiración?