Conviviendo con el cáncer, por Gonzalo Portocarrero
Conviviendo con el cáncer, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

El cáncer que me ha postrado desde diciembre del 2014 ha desaparecido de las imágenes que tendrían que hacer visible su presencia. En ambos exámenes, la resonancia magnética al cerebro y el ‘pet scan’ (tomografía) en el tórax y la zona pélvica, no hay indicios de tumores malignos. Seguro quedarán muchas células que tratarán de juntarse y multiplicarse para formar nuevos tumores, o sea que el cáncer puede regresar. Pero, al menos por ahora, me encuentro con un horizonte abierto a una recuperación que debo impulsar para evitar las temibles y frecuentes recurrencias. 

A los enfermos de cáncer, parientes, médicos y amigos nos dicen que debemos ser siempre optimistas y perseverar en la lucha, sin dejarnos abatir. Somos presionados para concluir que curarse es, en mucho, nuestra responsabilidad. Cuánto de cierto hay en esta perspectiva, no lo sé… Pero estoy seguro de que, con frecuencia, el malestar se impone crudamente sobre la mente y el cuerpo de manera que no hay buen ánimo que resista. El desasosiego es tan abrumador que no hay margen para pensar fuera de la enfermedad. Sentir que se vive en la antesala de la muerte y, finalmente, acostumbrarse. 

A un cáncer de pulmón con una metástasis cerebral, como ha sido mi caso, le corresponde un mal pronóstico. Los índices de sobrevivencia son mínimos. Entonces en estos años mi vida quedó en suspenso. Todo giraba en torno al cáncer. Me despertaba pensando que no tenía futuro. Y que para mí nada podría tener sentido, salvo arreglar los papeles que facilitaran las cosas a mis herederos. O vivir el día como se presentara. 

En realidad, no he salido mucho a la calle. He estado retraído, invadido por el temor a una muerte que con mucha frecuencia me pareció inminente. Y también injusta, pues vendría a acortar mi vida en unos quince años, en términos conservadores, ya que tengo 67. Cuando me descubrieron seis tumores metastásicos al cerebro sentí que ya no tendría sentido malgastar energías cultivando ilusiones sin mayor fundamento. 

Me tocó entonces pasar por la temible radioterapia que maltrata tanto el cuerpo y el ánimo. Previamente había pasado por cuatro ciclos de quimioterapia, cuatro operaciones y una septicemia. En total, unos 40 días de internamiento. En realidad, los buenos resultados han sido sorprendentes, aunque sea imposible determinar qué factores han incidido en esta suerte de milagro, pues es imposible ponderar la influencia de cada operación, los medicamentos y la influencia de mis familiares en la desaparición momentánea del cáncer. Pese a que no sepa, no dejo de preguntarme: ¿Por qué sigo vivo?

Se dice que el cáncer puede funcionar como estímulo para curarse de la enfermedad que lo produjo. Muchos sostienen que el cáncer resulta, en buena medida, de un estilo de vida desequilibrado y que coloca a quien lo sufre en el dilema de cambiar de vida, y tener quizá otra oportunidad; o resignarse a una muerte segura.

Pero el cambio es difícil. Lo primero, creo, es modificar las actitudes. En mi caso, ahora ya no me llaman la atención muchas cosas que hace un tiempo me interesaban vitalmente. Antes del descubrimiento de mi enfermedad me había dejado encarcelar en una fatídica obsesión que apuntaba al trabajo y al logro. Y que me satisfacía solo muy parcialmente. No le daba suficiente atención a otros aspectos de la vida. 

Desde el momento en que me creí desahuciado mi obsesión comenzó a perder urgencia. Ya no me importaban los logros, cuestan mucho y sirven poco, no llegan a traernos la felicidad que prometen. También dejé de sentir envidia y celos por las realizaciones de los otros. Reduje mi carga de trabajo sustancialmente. Quizá me quede vida como para emprender una aventura intelectual más. Me tientan el estudio del cine peruano y, también, el análisis del proceso educativo. 

En todo caso la enfermedad me ha hecho percibir la vida de otra manera. Ya no una carrera autoinmulatoria, sino algo que no termino de imaginar pero que se hará visible con la exploración de mis deseos personales, y con la identificación de los deberes con las comunidades a las que pertenezco. Entonces, pese a que no tenga un proyecto claro, sí tengo la ilusión de hacer muchas cosas. Algo que dejar a los que nos seguirán.