El culto a la cultura, por Fernando de Trazegnies
El culto a la cultura, por Fernando de Trazegnies
Fernando de Trazegnies

En 1926, un joven agrónomo, Rafael Larco Hoyle, decidió instalar un museo prehispánico en la hacienda Chiclín, que pertenecía a su familia, heredando la afición de su padre, Rafael Larco Herrera –primer vicepresidente del Perú, ministro de Relaciones Exteriores y ministro de Hacienda–, quien le había regalado una pieza mochica. Este regalo convirtió al joven en un entusiasta investigador de la cultura peruana precolombina. 

Al verificar que su hijo tenía la misma afición a la historia que él, a sus 23 años su padre le regaló 600 piezas más que adquirió para este efecto de su cuñado Alfredo Hoyle Castro. Esto afirmó de manera definitiva el amor de Rafael Larco Hoyle por el pasado peruano, y es así como instaló un museo en Chiclín, al que le dio el nombre de su padre, Rafael Larco Herrera, como agradecimiento por la forma como lo había educado cultural y patrióticamente. 

El museo fue inaugurado el 28 de julio de 1926. Por cierto, lo primero que hizo Rafael Larco Hoyle al fundar el Museo de Chiclín había sido colocar una placa en la puerta en homenaje a su padre que dice lo siguiente: “A mi nobilísimo padre don Rafael Larco Herrera gran patriota que supo inculcarme desde la infancia su amor por nuestro pasado precolombino. Homenaje de filial devoción, Rafael”.

Las palabras que pronunció Rafael Larco Hoyle el día de la inauguración dirigiéndose a su padre son muy elocuentes respecto del agradecimiento que tenía hacia él y el amor que tenía hacia el Perú: “…Su patriotismo [el de su padre, Rafael Larco Herrera] sin mengua y su devoción por la democracia lo convirtieron en uno de los abanderados de la América de su tiempo”. 

Como estudioso apasionado del pasado peruano, promovió y participó personalmente en trabajos científicos de excavación arqueológica, descubriendo la cultura Cupisnique y las de Virú, Pacopampa y otras que formaban el mundo antiguo del norte peruano.

Es así como comprobó que la cultura Cupisnique era anterior a la de Chavín, que hasta entonces se consideraba la más antigua en el Perú.

Dentro de su afán de presentar las culturas del norte, compró dos grandes colecciones a amigos trujillanos. Preocupado también por el hecho de que muchas de las piezas extraídas por terceros estaban destinadas a ser vendidas en el extranjero al no existir todavía una ley eficiente de protección cultural, intentó salvar hasta donde le era posible ese patrimonio elusivo. Es así como puso especial empeño en evitar la salida del país de objetos arqueológicos, comprando todo aquello que estaba en ese riesgo. Así fue aumentando su colección, con el impulso de su amor por el Perú. 

La ubicación del museo en una hacienda del norte no daba fácil acceso ni a los turistas que venían a conocer el Perú antiguo ni a los arqueólogos que querían estudiar las piezas, dado que tenían que viajar hasta un lugar muy particular.

Así, en 1950, Rafael Larco Hoyle decidió traer su museo a Lima, para que la cultura del antiguo Perú pudiera ser más fácilmente apreciada tanto por los extranjeros como por los investigadores nacionales.

Para este efecto, Rafael Larco Hoyle adquirió una casa hacienda situada sobre una loma en los alrededores de Lima, donde hoy es Pueblo Libre. La placa en homenaje a su padre fue lo primero que colocó, a la entrada del nuevo museo. El proyecto del museo en Lima fue completándose poco a poco hasta reunir a toda la colección. Obviamente, transportar desde Trujillo piezas históricas de cerámica no es cosa fácil, pues se corren muchos riesgos.

Rafael Larco había sido alcalde de Trujillo y, como tal, había defendido el mantenimiento de las casas antiguas en esa ciudad. Sin embargo, terminado su cargo, encontró que se había destruido una casa del siglo XVII en la Plaza de Armas para construir un edificio. Ante la impotencia de restaurar la casa trujillana, compró las rejas y puertas para incluirlas en esa casa limeña que ahora sería el museo. 

Y es así como desarrolló un imponente museo, rodeado de jardines con flores maravillosas y plantas exóticas. Antes de morir, pidió a su hija, Ysabel Larco de Álvarez Calderón, que asumiera el museo y que nunca cerrara sus puertas por ningún motivo. Y, efectivamente, en las épocas difíciles del Perú, cuando a veces no había un solo turista, el museo ha seguido abierto. 

Por todo ello, creo que el 28 de julio próximo, cuando se cumplen los 90 años de su fundación, además de la Festividad Nacional conmemorando nuestra Independencia, debemos recordar a quien contribuyó a darnos a conocer nuestro Perú prehispánico y a perennizar nuestra historia.

Es muy significativo –y quizá es una suerte de regalo del mundo mochica a don Rafael Larco Hoyle– que, en la actualidad, el Museo Larco sea el lugar más visitado por los turistas extranjeros en el Perú, después de Machu Picchu, según estadísticas internacionales.

Dentro de este contexto, bien corresponde al Perú recordar en este 28 de julio, el hecho histórico de la fundación de un museo que es un altar de nuestro Perú precolombino