Desilusión, por Gonzalo Portocarrero
Desilusión, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

La paulatina filtración de los datos contenidos en las agendas de sugiere que, al menos desde el 2007, el matrimonio Humala-Heredia decidió desviar los fondos que venían de la Venezuela de . En vez de dedicarlos a la construcción del , la pareja Humala-Heredia los empleó para financiarse un tren de vida propio de los sectores más privilegiados. Es decir, la seducción del lujo pudo más que la posibilidad de fundar un partido orgánico y representativo de los sectores más postergados del país. 

El lujo y la expectativa de poder son grandes tentaciones. Mientras tanto la lucha por construir una fuerza política que sea organizada y constructiva es ardua y demandante. Requiere del espíritu austero y combativo de quien ha hecho del servicio a los demás la causa de su vida. Y la opción por la lucha se vuelve más improbable porque, a cambio de la entrega, no hay una recompensa asegurada. Solo –quizá– el cariño de la gente, y, sobre todo, el reconocimiento de la posteridad que el político veraz tiene que anticipar, como consuelo y sostén, especialmente en los momentos en que todo parece perdido. Entonces, en el campo del cálculo personal, decidirse por el poder y los beneficios personales es, para la persona metida en política, una opción más brillante y atractiva que la renuncia a los propios intereses. Más aun en la época en que vivimos en la que tanto se nos repite que cada uno está llamado a actuar como le convenga, en función de su éxito personal. Pero que esta casta de políticos veraces no ha dejado de existir lo demuestra, por ejemplo, el caso de José Mujica, el ex presidente uruguayo. 

Para Humala y Heredia, el reto “grande” era organizar una fuerza política que fuera a la vez organizada y constructiva. Siempre cabe decir que un intento así es imposible, que desemboca, necesariamente, en las incoherencias del populismo; en la corrupción, la dictadura y la parálisis económica. Situación que se pretende defender en nombre de una supuesta justicia para las mayorías. Ciertamente el reto era formidable, pero el hecho es que Humala y Heredia no consideraron siquiera la posibilidad de enfrentarlo. Entonces, aceptaron el financiamiento venezolano, pero para su propio beneficio.

Lograron consolidar su popularidad, no en base al partido, sino gracias a decir aquello que la gente quiere escuchar y gracias también, y sobre todo, a su imagen de un matrimonio de clase media, mestizo y honrado, modesto, de orígenes provincianos. Es decir, la vigencia política de la pareja se sostuvo, y creció, gracias al encanto que proyectaban sus personas. 

Ollanta Humala aportó el semblante de un sentido trascendente y heroico, pero también práctico y moderado. Un activo que provenía de su familia, especialmente de su hermano Antauro y de su padre, Isaac. Y Nadine Heredia dio a la empresa el empuje de su notable carisma. Joven, bella, mestiza, de una gran simpatía natural, Heredia se convirtió en un modelo de identificación, y esperanza, para una gran cantidad de peruanas y peruanos que veían en ella la mezcla de buena intención y compromiso que garantizaría un caminar “derecho” y efectivo. Lo que no sabíamos, o no queríamos ver, era su vocación por la suntuosidad y su deleite con el poder, su obsesión por estar siempre en el primer plano, prisionera de la moda. Es probable que esta fragilidad para sucumbir frente a la tentación de la grandiosidad sea también un hecho social que corresponde a la inseguridad de las incipientes clases medias y su necesidad de diferenciarse; es decir, a haberse identificado con modelos aristocráticos y excluyentes en vez de reafirmarse como portadoras de una nueva cultura horizontal y democrática. 

Entonces, es una gran desilusión saber por las famosas agendas que desde tan temprano la pareja Humala-Heredia estaba ya comprometida con poner sus intereses en el primer plano, con hacer de la política un ejercicio de arribismo en vez de una práctica de acercar a los peruanos. Decir que pudo ser peor y que el gobierno de Humala sea probablemente uno de los menos corruptos de los últimos años es contentarse con demasiado poco. Es una actitud desilusionada que contrasta con la prestancia para la fe que define a la mayoría de los peruanos.