"Cierro los ojos y viene a mi memoria el nombre de Virginia Magnani de Sáenz, una concejala que sembraba con sus manos docenas de geranios en los parques de mi distrito". (Ilustración: Víctor Aguilar Rua)
"Cierro los ojos y viene a mi memoria el nombre de Virginia Magnani de Sáenz, una concejala que sembraba con sus manos docenas de geranios en los parques de mi distrito". (Ilustración: Víctor Aguilar Rua)
Carmen McEvoy

“Lo digo con mucha humildad, estoy seguro (de) que no me afecta porque la gente es inteligente, la gente es sabia”, afirmó hace poco refiriéndose a su notoria ausencia del debate municipal que definió, como señalan varios analistas, el triunfo de El candidato Reggiardo, quien declaró que él fue un “congresista nacional” mientras Muñoz tan solo un “alcalde distrital”, perdió por soberbio. Sin embargo y a pesar de su “estilo ganador”, debemos admitir que no se equivocó en su análisis del electorado limeño. Porque, a diferencia de lo que algunos sostienen respecto a la irracionalidad del votante, pareciera ser que va surgiendo un ciudadano presto a escuchar los debates y propuestas que impactan sobre su vida cotidiana. El hartazgo generalizado frente a la corrupción–que nos viene robando la esperanza– es una de las razones que obliga a los candidatos a dejar de lado el insulto, la victimización y el aislamiento para salir, en su lugar, a conversar sobre ideas y proyectos que impacten en el día a día del ciudadano de a pie. Pienso, por ejemplo, en mi querido Callao, tan rico y a la vez tan desgraciado debido al enquistamiento de la mafia chimpunera que aún sigue luchando por su vida. Esperemos que las nuevas autoridades elegidas el domingo cuenten con el apoyo suficiente para fiscalizar cada espacio retomado, luego de un cuarto de siglo de latrocinio sistemático.

Además de sus carencias estructurales –que en verdad avergüenzan–, Lima es una ciudad caótica, plagada de una violencia que no nos da tregua. El millón y medio de votos que en diez días se volcaron a Jorge Muñoz tardaron en encontrar a un candidato que exhibiera no solo honestidad –en un mundo de degradación política generalizada–, sino el mérito y la experiencia capaz de instalar la ilusión en un cambio que a estas alturas es ineludible. Muñoz convenció no solo con ideas republicanas poderosas (“colocar al ciudadano en el centro de la política”), sino con proyectos concretos, en el corto y largo plazo, tendientes a mejorar la vida de millones de limeños esforzados y trabajadores.

La prepotencia, el racismo, el sexismo e incluso el clasismo populachero de la herencia caudillista más primitiva no lograron desplazar el civismo de un candidato que se caracterizó por sus buenas maneras, su persistencia, su claridad de objetivos, su fe y su sentido del humor. Y ello me hizo acordar el revivir del municipalismo en la década de 1860 y sus repercusiones en el renacer político que vivió el Perú en la década de 1870, cuando se funda el primer partido moderno de su historia: el Partido Civil. Cabe recordar que el funcionamiento del binomio ciudad-nación demandaba del buen estado de la organización municipal. La revitalización de la actividad municipal a partir de la Revolución Liberal de 1854 y su reimposición en 1860 significó el rescate de la tradición de la independencia, la que estuvo ligada, desde sus inicios, al cabildo no solo limeño sino provinciano.

Manuel Pardo, que sería presidente de la República, promovió trabajos de edilicia urbana durante su paso, a fines de la década de 1860, por la Municipalidad de Lima. Los mismos significaron la extensión de la ciudad hacia las zonas suburbanas, el embellecimiento de las calles como espacios de desarrollo de una nueva civilidad, la civilización de los intercambios (remodelación del mercado de abastos) y la reorganización de los espacios urbanos con la finalidad de convertirlos en cuna de nuevas pertenencias. Dentro de un contexto en el que las élites urbanas percibían al poder municipal, al espíritu ciudadano y a la instrucción pública como pilares del edificio republicano, el inicio, durante la gestión municipal de Pardo, de la construcción de un hospital que honrase al Combate del 2 de Mayo y la celebración, durante el gobierno civil, de la figura del prócer Hipólito Unanue, apuntaron a la creación de una sociabilidad ilustrada capaz de oponerse al predominio de la corrupción y la violencia. La “tarea civilizadora” en la que se embarcaron las élites urbanas no se circunscribió solamente a los usos y a las costumbres. En 1869 la inauguración de la Exposición Industrial Nacional mostró cómo Lima, en especial su municipio, buscó erigirse en el soporte de la producción y de la diversificación económica.

Resulta obvio que con una Lima netamente provinciana –70% de su población lo es– no sea posible imponer un pensamiento hegemónico y homogeneizador como el que pretendieron señalar las élites ilustradas decimonónicas. Sin embargo, lo que queda de aquella temprana iniciativa y de las que le sucedieron, pienso en el municipalismo acciopopulista del siglo XX, es la noción de que es en el gobierno local donde se construye ciudadanía, especialmente en las prácticas cotidianas de una sociabilidad compartida. Entre los recuerdos felices que guardo de mi infancia en La Punta están las retretas, las kermesses domingueras, las bicicleteadas por Cantolao y los paseos en lancha a la mágica isla San Lorenzo, pero, por sobre todo, la dedicación de los alcaldes y concejales, muchos de los cuales solventaban con su propio peculio los gastos de la municipalidad. Cierro los ojos y viene a mi memoria el nombre de Virginia Magnani de Sáenz, una concejala que sembraba con sus manos docenas de geranios en los parques de mi distrito. Para Virginia, La Punta era nuestro hogar y había que cuidarlo regando sus plantas, pero también, y en especial, velando por las necesidades concretas de sus familias, algunas de ellas severamente carenciadas. Con el recuerdo de una concejala punteña en la mente, le deseo mucha suerte a Jorge Muñoz, haciendo votos porque ese amor y respeto por el distrito, la provincia y la región regrese a nuestro querido Perú. Más aun que se multiplique y extienda como aquellos geranios rojos que alegraron mi infancia punteña, de donde adquirí la fuerza y la constancia para afrontar todas las pruebas de la vida.