(Ilustración: El Comercio)
(Ilustración: El Comercio)
Daniela Meneses

La semana pasada, la Confiep (fundada en 1984) eligió a su primera presidenta mujer, María Isabel León. Esta noticia se sumaba a otros nombramientos recientes de a altos cargos en el , que incluyen a Claudia Cooper como presidenta del directorio de la Bolsa de Valores de Lima; Cayetana Aljovín, presidenta de la Sociedad Nacional de Pesquería; y Elena Conterno, presidenta del IPAE.

‘Techo de cristal’ es como se llama a los obstáculos invisibles que evitan que las mujeres lleguen a los puestos más altos. Noticias como estas indicarían que el vidrio se viene al menos resquebrajando, un logro que no es pequeño. El más reciente informe de Aequales y PwC Perú (citado por las periodistas Katherine Maza y Paola Villar en una nota en este Diario), da más luces sobre la situación nacional. Tras una revisión de 137 que operan en el Perú, se concluyó que eran mujeres únicamente el 22% de los miembros de la junta directiva, el 25% de gerentes generales, y el 33% de gerentes de área o equivalentes. Si los números ya son malos, agreguémosle que las mayores disparidades no se encuentran en estas empresas, sino “fuera del sector formal y fuera de las empresas participantes”. Para entender el problema son también útiles los informes de McKinsey y Lean In sobre las barreras que enfrentan las mujeres en ambientes laborales. Un estudio publicado en el 2018, encontró que las mujeres en los Estados Unidos son más propensas al acoso y discriminación, tienen menos apoyo de las personas en cargos altos, menos acceso a líderes y son más vulnerables al escrutinio. Además, otras publicaciones de McKinsey han puesto énfasis en que las mujeres se enfrentan a sesgos como el de la evaluación de desempeño (que lleva a que “los hombres tiendan a ser evaluados más por su potencial y las mujeres más por sus logros actuales”) o el de la maternidad (“la presunción de que las madres tienen menos compromiso con sus carreras”).

Pero así como pensamos que es positivo que el techo de cristal vaya quiñándose y que mujeres que hayan experimentado al menos algunas de estas barreras ocupen lugares donde podrían hacer algo al respecto, también surge una pregunta válida. Una cuestión general, que se aplica a todas las mujeres en un cargo de liderazgo: ¿necesariamente buscarán hacer cambios para su género? Para poder contestar esta pregunta, podemos partir de la manera en la que ya en los sesenta la politóloga Hanna Pitkin sugería pensar en la representación política. Esta, dijo, puede ser sustantiva (dependiente de los proyectos de ley que presenta, cómo vota, los intereses que representa…) pero también puede ser solo descriptiva (dependiente de las características de la persona que ocupa el cargo).

Desde entonces, diversos estudios sobre mujeres parlamentarias apuntan a que ambos tipos de representación muchas veces efectivamente coinciden. En el campo empresarial, Sue Duke, directora de políticas públicas de Linkedin, escribió un artículo asegurando que la data recopilada por su empresa muestra que “cuando las mujeres están mejor representadas en puestos de liderazgo, más mujeres son contratadas en general”.

A lo anterior le sigue otro pero: nuevamente, que esto suceda cuando analizamos grupos de mujeres no significa que suceda siempre, ni que se aplique a cada mujer de manera individual. Primero, porque las mujeres tenemos opiniones distintas. No todas creen en el aborto legal, no todas creen en la necesidad de cuotas parlamentarias, no todas creen que las barreras en las empresas sean tan determinantes. En nuestras creencias también entran a tallar nuestra religión, si somos de derecha o de izquierda, nuestras propias experiencias…

Incluso ahí donde las mujeres en puestos de liderazgo crean que es mucho lo que podrían hacer por su género, no siempre es tan fácil. Rainbow Murray, académica experta en temas de política y género, compartió en un interesantísimo artículo dos ideas que, aunque ella aplica a la representación política, son igual de válidas para el ámbito laboral. La primera es que cometemos un error al ponerle a esas mujeres toda la carga de representar a las personas de su mismo género, pues “al hacerlo, estamos en riesgo de forzar a todas a concentrarse en los llamados ‘asuntos de mujeres’, cuando sus verdaderos intereses pueden estar en otro lado. Los hombres no tienen esa restricción”. La segunda es que “las mujeres no siempre son capaces de actuar por las mujeres, incluso si realmente quieren hacerlo. La mayoría de políticas pertenece a partidos y parlamentos que están fuertemente dominados por hombres”.

¿Quisiera yo que todas las mujeres en cargos de poder hicieran todo lo que puedan por mejorar la situación del resto de mujeres? Sí. ¿Creo que cada vez que una mujer se vuelve CEO, gerenta, directora de una empresa, este será el caso? No.