Una familia, un tren y la guerra, por Roxanne Cheesman
Una familia, un tren y la guerra, por Roxanne Cheesman
Redacción EC

La microhistoria estudia una unidad pequeña y definida: una persona, una familia, una aldea, etc., y permite al investigador llegar a conclusiones de mayor dimensión. Es una rama que muchos académicos menosprecian por considerarla una simple “historia de los eventos” carente de profundidad analítica. Pero en los años 70 la disciplina fue revalorizada por la escuela italiana, con autores como Primo Levi, Giulio Einaudi y Carlos Ginzburg. Este último, por ejemplo, en “El queso y los gusanos”, reconstruye la historia de Menocchio, un molinero de Montereale al que el Papa condenó a muerte por hereje. A partir de las declaraciones de los acusadores, Ginzburg llega a conclusiones sobre la reforma protestante en Friuli, Italia.

Un libro reciente, “El tren de la codicia” (Elizabeth Ingunza Montero, 2013), relata, en forma de historia novelada, las peripecias económicas, políticas y personales de la familia Montero en el último tercio del siglo XIX. Su método linda con la microhistoria, reconstruyendo los hechos a partir de documentos familiares desechados que la autora rescató, y con las anécdotas que cuando niña escuchó a una vieja tía nacida en 1926.

Los Montero son una familia limeña que comenzó a tener importancia económica después de la independencia; una familia que se hizo sola: el abuelo Ramón legó 10 mil pesos a su hijo; este dejó 400 mil pesos en casas, haciendas y minas a sus seis hijos, los cuales, con sus negocios, multiplicaron la suma hasta alcanzar 17 millones de soles.

Lo sorprendente de los Montero es que contradicen la imagen del empresario rentista de la era del guano. Con los recursos esencialmente agrícolas de su herencia, los Montero incursionaron con audacia en los negocios ferroviarios, disputando con Meiggs, mejor conectado y más corruptor, la construcción del ferrocarril central. Decidieron invertir en la red ferroviaria que transportaría el nitrato de las salitreras de Tarapacá, controlando la logística en la zona hasta entonces peruana. 

Desgraciadamente, y en palabras de la autora, “la cercanía de un vecino pobre y envidioso terminó siendo un verdadero y sangriento problema para el Perú”, y también para los Montero. La zona en la que operaba su red ferroviaria pasó a ser chilena de la noche a la mañana y, como detalle humillante, los trenes fueron utilizados para transportar tropas enemigas y la venta del nitrato que trasladaban sirvió para financiar su fuerza bélica. Los intereses ingleses favorables a Chile y su codicia manipularon la maraña judicial que envolvió a Juan Manuel, quien, para mayor interés de la historia real novelada, tuvo vínculos con Balta, Leguía, Billinghurst y otros personajes de la época. 

No faltan las rencillas familiares, las traiciones comerciales, los arreglos políticos y un bello amor. En su estructura, el libro de Ingunza recuerda la monumental obra de Thomas Mann: “Los Buddenbrook”.

La historia de los Montero muestra la historia del Perú y su relación económica y política con Chile en el siglo XIX e Ingunza plantea una moraleja en los últimos capítulos del libro: “Cuando la ambición carece de ética se convierte en codicia y eso es pecado”.