Keiko Fujimori no fue captada por las cámaras llegando al hotel de Ate, pero fue quien dio inicio al primer evento del cónclave de Fuerza Popular. (Twitter)
Keiko Fujimori no fue captada por las cámaras llegando al hotel de Ate, pero fue quien dio inicio al primer evento del cónclave de Fuerza Popular. (Twitter)
Juan Carlos Tafur

No solo el Gobierno muestra enorme orfandad política. El fujimorismo hace gala de enorme torpeza a la hora de conducirse como la absoluta mayoría opositora que es y su lideresa está muy lejos de ser el fiel de la balanza de la democracia peruana, como le correspondería.

El fujimorismo vive dizque traumado porque entiende, entre muchas otras razones, que una de las que explica su sucesiva derrota electoral en el 2011 y el 2016, es haber sido demasiado benévolo con García y Humala, particularmente con este último, con quien no correspondía ello por la abierta divergencia ideológica.

En esa medida, el entorno cercano a Keiko Fujimori le aconseja mantener la guardia en vilo frente a , aun cuando las cercanías programáticas sean evidentes.

En ese trance confuso, lo que resulta es una actitud política escindida, que luego de otorgar generosas facultades legislativas, censura un ministro y provoca la renuncia de otro, que exige la recomposición del Gabinete acusándolo de sinuoso por el camino trazado en el manejo del conflicto magisterial y a la vez envía a sus portaestandartes congresales a reunirse con dirigentes sindicales que ellos mismos han descalificado por su presunta cercanía con Sendero (lo que es peor, se abstiene de participar en una de las mejores cosas que ha hecho el Congreso, como es intermediar en el conflicto).

Fuerza Popular transita por una severa indefinición ideológica entre ser un partido liberal, cualitativamente superior al fujimorismo de los 90, o uno neoconservador, lo que se refleja en la cercanía de grupos ultras a su alrededor.

En medio de los trances que lo agobian, Fuerza Popular ha optado por escabullirse de la necesaria definición y se parapeta en el zarandeo estéril a un gobierno débil y torpe (encima, no le está resultando la apuesta: no hay trasvase alguno proveniente del declive del Gobierno a favor de la oposición), como se ha visto en el último “mensaje a la nación” dado por la ex candidata presidencial.

Keiko Fujimori olvida que inevitablemente el 2021 nos pondrá frente a un candidato excéntrico al sistema, producto del desgaste irreversible del espíritu de la transición y que seguramente tendrá que lidiar con esa radicalidad política en pocos años.

Así, lo que más le convendría a Fuerza Popular es mantener en alto una imagen de sensatez y estabilidad, antes que una de beligerancia y necedad frente al Gobierno. Si hace lo primero, a contrapelo de lo ocurrido en las elecciones anteriores, el fujimorismo podría aspirar a ser el mal menor y obtener el postergado triunfo.

Keiko Fujimori aún no logra convertir su derrota en activo político, lo que pasa por mostrarle al Gobierno las dotes de estadista cuya ausencia le imputa. Con 71 congresistas y teniendo al frente un régimen confundido, la solvencia ideológica, la solidez programática y la claridad política debieran marcar la diferencia. Y eso no se ve ni por el forro. La oposición naranja es políticamente pueril.

La del estribo: urgente acudir a la muestra “Resistencia visual 1992” que se expone en el Lugar de la Memoria, que contribuye a darle mirada crítica a una exposición permanente que adolece, en aras de una presunta “objetividad”, de ser estándar y edulcorada, cuando la memoria debe irritar y así cumplir su papel reconciliador. Ir a ver la muestra es también un endose al injustamente defenestrado director del museo, Guillermo Nugent.