(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Juan Carlos Tafur

¿Las explosivas revelaciones vinculadas al Caso Lava Jato socavarán también la querencia ciudadana por opciones democráticas e incubarán una vocación futura antisistema? No hay forma de determinarlo sin caer en la quiromancia política, pero si nos basamos en la historia, los pronósticos podrían ser bastante acotados.

Algo similar a la atmósfera vigente se vivió en los primeros años del 2000 luego de la implosión fujimorista. La percepción de corrupción alimentó a las fuerzas democráticas que supuestamente arremetían contra el statu quo. Sin embargo, en el 2001 Alan García casi gana la elección presidencial perdiendo por muy poco contra Alejandro Toledo.

Y en ese momento García era el símbolo mayor de la corrupción, luego de su desastroso primer gobierno, imagen que aún hasta hoy lo persigue al no haberse podido librar de ella en su segundo mandato. En medio de una euforia anticorrupción que a priori no lo favorecía, la suya fue una candidatura propicia, que casi se llevó el triunfo, objetivo que logró plasmar cinco años después.

Hoy en día, en principio, la mesa pareciera estar servida para quienes optan por una propuesta ultraconservadora, moralizante, desde la derecha, o para quienes, desde la izquierda, pregonan un cambio radical del sistema.

Nada asegura, sin embargo, dicho escenario. Cuando se produce un impacto de esta magnitud, los efectos se vuelven disfuncionales. Más aun cuando es la propia clase política la que se está encargando de amplificar las revelaciones, en el afán de cada bando por ser el menos afectado, relativamente hablando, o de destruir al futuro adversario.

Hay dos diferencias con el 2000. La primera es que no hay solo una fuerza política afectada. En el 2000 fue el fujimorismo la “víctima”, ahora son todos y el fujimorismo lo es en menor medida. A los nombres de Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Alan García, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski –implicados con distinto grado de responsabilidad, hay que advertir– se ha sumado ahora el de la ex alcaldesa Susana Villarán, rostro visible de la izquierda moderada.

La otra diferencia es que en el 2000 hubo una persona que capitalizó la lucha anticorrupción. Fue Alejandro Toledo. Hoy nadie ocupa ese lugar. Solo quedan inmunes hasta el momento Julio Guzmán, César Acuña (implicado en denuncias, pero no vinculadas a Lava Jato), Alfredo Barnechea, Verónika Mendoza (complicada por las agendas de Nadine Heredia y los dineros venezolanos, pero aún no por el caso brasileño) y Gregorio Santos (también afectado por serísimas denuncias de corrupción, pero de otra índole). No obstante, todos brillan por su ausencia.

Sería muy fácil decir que se viene una definición entre algunos de los candidatos no tocados versus algún antisistema radical, sea de derecha o izquierda. Nuestro país suele sorprender respecto a quiénes achicharra y a quiénes no, o, aun haciéndolo, a quién le brinda respaldo electoral o no. El impacto político no ha concluido. Queda mucho por investigar, estamos al 10% de conocimiento de toda la red de corrupción que se armó.

La del estribo: completa y didáctica la primera retrospectiva que sobre la obra de Jorge Eduardo Eielson ha montado el Museo de Arte de Lima (MALI) con la curaduría de Sharon Lerner. El poeta de la generación del 50 fue, además, un artista plástico audaz y adelantado a su tiempo, que exploró un lenguaje libérrimo. Se apoyó en la heredad ancestral del Perú y en su espíritu incansable de experimentación.