La gran reforma política, por Jaime de Althaus
La gran reforma política, por Jaime de Althaus
Redacción EC

En la Comisión de Constitución hay un debate de máxima importancia: la posibilidad de introducir distritos uninominales (es decir, crear distritos electorales pequeños en los que solo se elige a un representante). Tal sistema tiene tres grandes virtudes: reduce el número de partidos, apuntando al bipartidismo; establece una relación mucho más cercana entre los electores y su representante, enraizando la democracia y los partidos; y permite elegir mejor porque se elige entre pocos candidatos. En un país en el que no hay partidos o no tienen presencia local, y donde la feudalización política se acerca ya a la anarquía, un sistema como este tendría un claro efecto regenerador.

Fernando Tuesta, sin embargo, pone reparos. Dice que en América Latina ningún país tiene circunscripciones uninominales. Pero justamente la región no es un ejemplo de sistemas partidarios estables. Y, además, no es tan cierto. Chile tiene distritos binominales que, según Nohlen, tienen el mismo efecto reductor del número de partidos que los uninominales. La cámara de Diputados de México combina 300 diputados elegidos en distritos uninominales con 200 elegidos en cinco circunscripciones plurinominales, y conserva una estructura básica de tres partidos. El tradicional bipartidismo colombiano, en cambio, originado en causas históricas, se disolvió fácilmente la última década en parte porque no tiene un sistema uninominal.

Tuesta arguye que no habría tal reducción sino que más bien el se poblaría de muchos partidos con bolsones electorales bien marcados. Podría ser, en efecto, que el PPC tenga cinco o seis congresistas en Lima y el APRA o APP algunos en el norte. Pero pare  usted de contar. Y bastaría con mantener la valla del 5% para anular esa distorsión.

Dice que el partido de mayor votación tendría un número de escaños proporcionalmente mayor: De eso se trata, para favorecer gobiernos con mayoría. Sostiene que los cacicazgos locales se reelegirían y pasarían de un partido a otro. Pero si alguien se reelige será porque ha hecho una buena labor. Precisamente el distrito pequeño permite fiscalizar al representante y transmitirle las inquietudes, y elegirlo mejor porque son pocos candidatos en lugar de las decenas de los distritos plurinominales actuales.

Afirma que Lima tendría que dividirse en 44 circunscripciones iguales en electores, cortando distritos. Pero esto no tiene que ser matemático, como no lo es ahora: los 36 congresistas de Lima representan una proporción menor a su peso demográfico. Tendríamos 36 circunscripciones electorales que no tienen que ser idénticas en número de electores: agregaríamos distritos pequeños y dividiríamos los grandes buscando poblaciones similares. Los congresistas –añade– se dedicarían a su pequeño espacio desentendiéndose de los problemas mayores. Pero los problemas de San Juan de Lurigancho son los del país: cómo aligerar las leyes para facilitar los pequeños negocios y la formalización, cómo mejorar los servicios públicos…

¡No hay que tenerle miedo al cambio!