¿Grandeza o mezquindad?, por Gonzalo Portocarrero
¿Grandeza o mezquindad?, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

Los factores que dan forma a la vida colectiva, tanto como a la individual, son la necesidad, el azar y las propias decisiones que tomamos. Por lo general estos elementos se entrelazan de una manera tan abigarrada que resulta difícil ponderar la importancia de cada uno. No obstante, a veces la necesidad es tan arrolladora que deja poco margen al azar y, aun menos, a la libertad.  

Se configura así una situación trágica en la que de nada sirven nuestros mejores esfuerzos. Pero en otras ocasiones lo que sucederá depende en mucho de lo que hagamos. Entonces lo que hoy escogemos se convertirá mañana en una realidad objetiva que determinará el espectro de posibilidades entre las que podamos optar.

Se ha insistido, y con razón, que el triunfo de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) obedece en mucho a factores aleatorios, hechos que no eran necesarios y que tampoco fueron decididos por él: como la expulsión de Julio Guzmán de la competencia electoral, circunstancia que le permitió pasar a la segunda vuelta. O la filtración sobre Joaquín Ramírez; obra presumiblemente del gobierno norteamericano, que llevó a los indecisos a sumarse a su caudal electoral, de manera de convertir la ventaja del 5% que Keiko Fujimori (KF) llevaba en las encuestas, en una victoria apenas suficiente para ganar la presidencia.

Señalar la importancia del azar en su triunfo no es desmerecer su esforzada campaña, pues sin su persistencia las cosas se habrían desarrollado de otro modo. Finalmente, por el lado de la necesidad, habría que apuntar la continuidad del modelo económico, pues tanto PPK como KF representan la misma alternativa de desarrollo, aquella que ha venido funcionando desde 1992, con notable éxito para la mayoría, pero excluyendo a muchos peruanos.

Y ahora la ciudadanía y los medios de comunicación reclaman el diálogo y los acuerdos necesarios para asegurar una gobernabilidad que permita mejorar el gobierno del país y hacer realidad el consenso que apunta a luchar por la seguridad, reformar la educación y modernizar el sistema de salud, como las metas que garantizarían un desarrollo sostenible y cada vez más equitativo. El reclamo por un gobierno honrado y eficaz tiene que ser atentamente escuchado por quienes pasarán a controlar el Estado en el próximo quinquenio.

No obstante, la situación no es tan sencilla, pues individuos y partidos tienen que tomar decisiones que podrían ser contraproducentes por sectarias, por subordinar el interés nacional al personal o partidario. Un ejemplo de lo que no debe pasar ocurrió en la década de 1960, cuando la gran mayoría de la opinión pública veía en la reforma agraria y la industrialización las claves para la modernización del país.

En las elecciones de 1962 triunfó Haya de la Torre sobre Belaunde por un margen estrecho. En tercer lugar quedaba el general Odría. Ninguno de los candidatos logró el tercio de los votos requerido para ser elegido presidente; entonces, de acuerdo con la Constitución de la época, le tocaba al nuevo Congreso elegir al presidente. Haya de la Torre y Belaunde compartían la misma urgencia de renovación. Odría, en cambio, representaba a las orientaciones más retardatarias.

Pese a la afinidad entre los candidaturas más votadas, ni Haya, ni Belaunde estuvieron dispuestos a ceder. Entonces Haya decidió apoyar a Odría imponiendo así una política conservadora, contraria a las expectativas de la mayoría ciudadana.

Esta decisión precipitó el golpe militar que impulsaría la elección de Belaunde en 1963. En el nuevo Congreso, el Apra se alió con el odriismo para formar una bancada mayoritaria que desarrolló una política que obstruyó el impulso modernizador de Acción Popular, hecho que favoreció el golpe militar del general Velasco en 1968.

Las decisiones de Haya de la Torre y Belaunde fueron mezquinas, ambos se dejaron llevar por sus deseos de protagonismo, postergando los intereses del país. Se puede comprender a Haya, pues durante mucho tiempo se le había despojado de la posibilidad de ser presidente. También a Belaunde, que pensaba tener la solución a los problemas peruanos. Pero por más que se les comprenda sus opciones fueron injustificables y, a la larga, fatales para sus propios intereses, pues la alianza con Odría debilitó el sistema democrático. La ciudadanía observó, decepcionada, que sus anhelos no importaban. En ese momento faltó la grandeza que hoy en día tenemos que exigir a PPK y a KF para dar gobernabilidad al nuevo régimen. Pero la mezquindad es la inclinación natural de todos, especialmente en la época que vivimos, tan individualista y pragmática.gonz