"¿Qué esperamos los jueces de la Junta Nacional de Justicia (JNJ)? Lo mismo que los casi 14 millones de electores que aprobaron su creación: objetividad y probidad". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"¿Qué esperamos los jueces de la Junta Nacional de Justicia (JNJ)? Lo mismo que los casi 14 millones de electores que aprobaron su creación: objetividad y probidad". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Daniela Meneses

La Junta Nacional de Justicia (JNJ) ya no tendrá un requisito legal de paridad de género para sus miembros, pero no por eso deja de ser ilustrativa la manera en la que los opositores de este punto han construido el debate. En boca de muchos, lo que peligraba si este se incluía era la meritocracia. Según ellos, a quienes pedían la paridad no les importaba conseguir que las personas más capaces ocuparan esos puestos públicos. Lo único que les importaba era que fueran mujeres.

‘Hombre de paja’ es el término que se usa para describir lo que sucede cuando una de las partes de la discusión caricaturiza la posición de su adversario, haciéndola más fácil de vencer. Eso, me parece, es lo que está sucediendo en este caso, al simplificar demasiado la visión de los defensores de la paridad, y al hacerlos ver como personas preocupadas solo por el género de los candidatos, y no por sus capacidades.

En realidad, muchos de quienes defienden la paridad lo hacen por considerar que hoy la cancha no está pareja. Que, en este momento y lugar, la mayoría de mujeres está en desventaja cuando tiene que competir por puestos. Es decir, que todavía no hay meritocracia que defender, hay meritocracia que alcanzar.

Es cierto que quienes se oponen a la paridad legal en la JNJ podrían, por ejemplo, decir que los requisitos para ocupar un puesto en esa institución son los mismos para hombres y mujeres. Y que, si eso no es suficiente, incluso hay normas en nuestro sistema legal que específicamente sancionan la discriminación.

El problema, por supuesto, es que la ley no es solo lo que vemos publicado en “El Peruano”. La ley es también la persona que pone los puntajes en una evaluación; el juez que sentencia; el partido que crea una lista. La ley es también el proceso en el que se aplica lo que vemos escrito.

Y es ahí donde quienes creemos que no existe actualmente una verdadera igualdad entre hombres y mujeres vemos el problema. Vemos el problema en tomadores de decisiones que no consideran que una mujer y un hombre con iguales capacidades valgan realmente lo mismo. Vemos el problema cuando las diferencias en los conocimientos y habilidades de hombres y mujeres se deben no a sus limitaciones personales, sino a una sociedad que históricamente le ha cerrado la puerta a estas últimas. Vemos el problema en un país en el que muchas personas todavía creen que las mujeres deberían quedarse en casa, y crían a sus hijas con esa idea. En un país en el que 64% de los capitalinos dice ser al menos “un poco” machista. ¿O acaso creemos que es pura casualidad que no haya ninguna presidenta regional? ¿Que no hay mujeres igual de capaces que los actuales? ¿Que es solo azar que nunca hayamos tenido una presidenta del país?

Ahora bien, es cierto también que podemos creer que la competencia no es pareja, pero aun así no pensar que establecer cuotas es la manera correcta de enfrentar el problema.

Un primer punto a discutir debería ser si el daño que han recibido históricamente y reciben hoy las mujeres merece alguna compensación. Y si es que es necesario que exista alguna compensación que pueda ser construida de forma tal que llegue a las mujeres que específicamente sufren el daño, y no a cualquier mujer solo por ser mujer. Recién luego de ello es que viene la última parte de la discusión que hemos debido tener como sociedad, pero no hemos tenido. ¿Hay evidencia de que las cuotas funcionen? Si hay evidencia, ¿lo mejor es la paridad, o una cuota mínima que no sea paritaria? ¿Y cómo afecta esto a los hombres capaces? ¿Es legítimo sacarlos de carrera por el bien mayor de la sociedad? ¿Se puede compensar lo anterior con el hecho de que, en todos los sectores privados, estos hombres que pueden haber sido perjudicados tendrán los privilegios que las mujeres seguirán sin tener?

En base a la evidencia y a los resultados positivos que han tenido las cuotas, creo que podemos entender esta medida en sectores públicos como una manera legítima de equiparar la cancha. Pero ese podría ser el tema de otro artículo. Lo que quiero decir ahora es que es cierto que las cuotas son un tema que puede, y debe, discutirse, y eso no se logra pintando a las mujeres (y a los hombres) que las defienden como un club de amigos sin mayor raciocinio que el espíritu de cuerpo. Se logra pensando si, y cómo, las cuotas pueden ser una medida temporal para conseguir la verdadera meritocracia. Se logra con un debate entre iguales.

Y para esto, como decía, debemos partir de la premisa de que la discusión por las cuotas debe estar enmarcada en que la justicia de nuestra sociedad y nuestras instituciones no se reduce a lo que dice la ley. Es necesario ver los procesos detrás de su aplicación. Ya el propio Robert Nozik –sí, el defensor del Estado mínimo, que nadie consideraría que creía en un Estado interventor– advertía en “Anarquía, Estado y utopía” lo siguiente: “Si la historia de una sociedad es injusta, y ninguna hipotéticamente justa historia pudo haber llevado a la estructura de esa sociedad, entonces esa estructura es injusta”.