El harakiri, por Francisco Miró Quesada Rada
El harakiri, por Francisco Miró Quesada Rada

Observo la política peruana desde 1958. Era muy pequeño, tenía 10 años, pero me llamaban la atención las discusiones o las opiniones políticas de los mayores de mi familia, tanto por el lado paterno como el materno. Por así decirlo, estaban politizados, interesados en el acontecer nacional.

Gobernaba, por segunda vez, Manuel Prado (1956-1962), hábil y conspicuo político de derecha, miembro de la oligarquía nacional. Había llegado al gobierno con el apoyo clandestino del Apra. 

Años antes el país había padecido el ochenio, el gobierno de Manuel A. Odría de 1948 a 1956, dictador militar recordado por sus obras y por las persecuciones contra sus adversarios.

Como todo dictador en el Perú, Odría tuvo muchos seguidores, tantos que fundó el partido Unión Nacional Odriista y tentó la Presidencia de la República sin suerte. Toda dictadura intenta luego legitimarse ante el pueblo a través de los procesos electorales, consecuencia de la democracia, y eso es lo que hace ahora el fujimorismo en su versión Keiko Fujimori. 

Utilizar la democracia para llegar al poder, es decir, emplear un bien público que los dictadores como Alberto Fujimori destruyen. Odría decía: “La democracia no se come” y muchos partidarios de Fujimori afirman: “Robó, pero hizo obra”, malhadada y despreciable frase. También la utilizan otros no fujimoristas que ponen por encima las obras sobre los valores y los derechos ciudadanos.

Por aquella época, apareció un joven líder de oratoria rítmica, musical y, a veces, poética. Hablaba del Perú como doctrina, de la acción del pueblo, de que el pueblo lo hizo y repetía las palabras de Cristo: “Los últimos serán los primeros”. 

La oligarquía de la época, el establishment, lo persiguió. Así, estuvo en El Frontón, le dijeron “comunista”, entonces el peor insulto de una sociedad dominada por los “barones del azúcar”, por dueños de tierras que, en muchos casos, le pagaban un sol mensual al campesino.

La reforma agraria fue el resultado de ese desprecio que la oligarquía terrateniente tuvo por el “indio”. Los jóvenes de ahora no saben cómo era esa situación precaria del indígena, cuando Fernando Belaunde salió con un discurso reivindicativo. 

Odría y Belaunde, autocracia versus democracia, conservadurismo reaccionario versus transformación de las estructuras sociales de dominación.

El cerebro político de los peruanos está partido en dos. Un lado es autoritario, el otro es democrático. Seamos de izquierda o de derecha, tenemos una pugna entre los dos lados y espero que a las finales gane el cerebro democrático. 

Sin embargo, hay una novedad, en esos 58 años que observo y participo de vez en cuando en la política de mi país nunca había visto que un candidato, en este caso una candidata en plena campaña, tenga un colectivo en contra como el movimiento No a Keiko y que la mayoría sean jóvenes. 

Buen síntoma, porque el fujimorismo, que ahora utiliza la democracia para legitimarse y regresar, es una forma de autoritarismo. Es la síntesis de la corrupción con la violación de los derechos humanos, la destrucción de todos los valores en la política.

La política se llevó a la máxima expresión del populismo-clientelismo-capitalista, en que unos cuantos mercantilistas se beneficiaron a expensas del Estado y se manipuló a los más pobres con dádivas “como cancha”, aprovechando sus necesidades. Como se decía antes, aplicó la política del cholo barato.

Cuidado si la mayoría termina eligiendo a Keiko. Nos haríamos el harakiri y no por honor, sino porque no se distinguen las obras de los valores y de los derechos ciudadanos que deben regir en un honesto y auténtico comportamiento político.