"Esta falta de exigencia hace que pocos opinólogos se tomen el trabajo de informarse bien antes de opinar". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Esta falta de exigencia hace que pocos opinólogos se tomen el trabajo de informarse bien antes de opinar". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Enzo Defilippi

En 1999, dos psicólogos, David Dunning y Justin Kruger, publicaron un artículo que reseñaba las conclusiones de un estudio que intentaba responder cuán conscientes son las personas de sus propias limitaciones. El estudio consistió en administrar pruebas sobre diversos temas a un grupo de estudiantes y luego preguntarles cuán bien creían que habían respondido con respecto a los demás.

Como era de esperarse, la mayoría pensó que era mejor que el promedio. Lo interesante fue comprobar que los buenos tenían una idea bastante acertada sobre cuán buenos eran, mientras que los malos no tenían ni idea de que eran malos. Más aún, precisamente por eso, creían ser más competentes que los mejor calificados. Desde entonces, a este sesgo cognitivo (ser demasiado incompetente para reconocer la propia incompetencia) se le conoce como el efecto Dunning-Kruger.

Hace unas semanas, Diego Macera manifestaba su frustración por la sobrestimada sensación de seguridad y confianza con la que algunos ‘opinólogos’ emiten su opinión. Decía que no es posible opinar sobre temas complejos o inciertos sin admitir dudas o áreas grises. Yo comparto su frustración. Y me atrevo a sugerir que la causa está más relacionada con el efecto Dunning-Kruger que con la simple arrogancia. Es que solo quien es profundamente ignorante de su propia ignorancia puede opinar con seguridad sobre temas que no conoce bien. Peor aún, creer que los domina mejor que los expertos.

Tim Harford, del “Financial Times”, dice que preguntar y escuchar sería una simple cura para quienes sufren de este sesgo cognitivo, pero que no lo hacen porque ello implicaría dudar de su propia racionalidad (por la que concluyen que son mejores que los expertos). También, que en los segmentos más educados, los amigos y colegas son usualmente demasiado corteses para dejarnos saber que estamos diciendo tonterías, lo que en estas personas refuerza su ilusoria sensación de superioridad.

En el Perú, es posible tener un espacio en un medio a pesar de sufrir del efecto Dunning-Kruger porque los peruanos les exigimos poco a los opinólogos. Basta echarle una ojeada a la prensa internacional para darse cuenta de la diferencia. Aquí ni nos enteramos de que lo correcto es fundamentar las opiniones. Probablemente, debido a la absurda creencia de que, al ser subjetivas, quienes las emiten están eximidos de hacerlo. Ello, porque como dijo Isaac Asimov, un error muy extendido es creer que, en democracia, la ignorancia vale tanto como el conocimiento.

Esta falta de exigencia hace que pocos opinólogos se tomen el trabajo de informarse bien antes de opinar. A muchos ni les interesa hacerlo porque solo quieren tener razón (aunque sea con falacias y argumentos absurdos).

En el 2002, el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, dijo, refiriéndose a la falta de evidencia que vinculara al régimen iraquí con armas de destrucción masiva, que hay cosas que sabemos que sabemos, cosas que sabemos que no sabemos, y otras, las más peligrosas, que no sabemos que no sabemos. Este último concepto (la consciencia de que existen temas sobre los que no tenemos ni idea) fue muy comentado en la prensa norteamericana, y hasta se filmó un documental sobre él.

Aquí, más de un despistado hubiese descalificado inmediatamente a Rumsfeld por proponer teorías absurdas sobre problemas inexistentes.