Izquierdistas corruptos, por Fernando Rospigliosi
Izquierdistas corruptos, por Fernando Rospigliosi

Los dos gobiernos izquierdistas en los que se apoyó Ollanta Humala para llegar al poder en el 2006 y el 2011, la dictadura venezolana de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, y el brasileño de Lula da Silva y Dilma Rousseff, están ahora en una seria crisis, en parte por el altísimo nivel de corrupción que los desgasta.

El primero, de izquierda radical y autoritaria, el socialismo del siglo XXI, el segundo de izquierda democrática y moderada, pero ambos podridos y contaminados hasta el tuétano por la corrupción, por el saqueo de las arcas públicas.

José Dirceu acaba de adquirir relevancia en el Perú cuando se han hecho conocidas sus visitas al entonces presidente Alan García y otros funcionarios de su gobierno, pero en Brasil es una figura emblemática de la izquierda.

Siendo dirigente estudiantil, fue encarcelado por la dictadura militar en 1968. Al año siguiente, un comando guerrillero secuestró al embajador norteamericano en Brasil y exigió, a cambio de su liberación, que soltaran a 15 presos, uno de los cuales era Dirceu. Viajó a México y de ahí a Cuba, donde recibió entrenamiento militar para hacer la lucha armada en su país. Incluso se hizo cirugía plástica para no ser reconocido.

Cuando regresó, no se incorporó a la guerrilla, pero fundó el Partido de los Trabajadores en 1980, con el dirigente sindical Lula da Silva, y lo acompañó en sus intentos electorales hasta que ganó la presidencia. Entonces Dirceu se convirtió en el hombre fuerte del gobierno y su principal operador político.

Se decía que sería el sucesor de Lula, pero en el 2005 se descubrió que lideraba un esquema de sobornos a parlamentarios para lograr respaldo al Gobierno (caso ‘Mensalao’ o mensualidades). Después se dedicó a la actividad privada, hasta el 2012 cuando fue sentenciado. Hasta hace poco cumplía su condena en prisión domiciliaria, pero ahora, involucrado en el Caso Lava Jato, ha sido llevado a la cárcel.

Dirceu y Lula también fundaron en 1990 el Foro de Sao Paulo, una suerte de internacional izquierdista latinoamericana, donde los políticos de esa tendencia recibían ideas, aliento y contactos para obtener recursos de Cuba y luego del chavismo venezolano y el PT brasileño. Por el Perú participan el Partido Nacionalista, Patria Roja y otros.

En suma, Dirceu aprovechó el poder político para realizar maniobras dolosas en beneficio de su partido y enriquecerse personalmente, mostrando que la corrupción y la degradación personal no reconocen barreras políticas ni ideológicas.
Acá tenemos algunos ejemplos. El gobernador regional de Cajamarca, Gregorio Santos de Patria Roja, está preso por graves acusaciones de corrupción, al igual que su colega de Tierra y Libertad de Islay, Pepe Julio Gutiérrez, que aprovechó su condición de líder antiminero para tratar de engullir un suculento plato de lentejas.

A la luz de estos ejemplos, y otros que posiblemente se conocerán pronto, solo cabe deducir que si los izquierdistas no han robado más y mejor, es solo porque no han tenido la oportunidad.

Por supuesto, hay izquierdistas honrados, como también derechistas y centristas. Lo que es indecente es la pretensión de superioridad moral que exhiben impúdicamente algunos izquierdistas, tratando de hacer creer que la corrupción tiene que ver con la ideología o la opción política de las personas, intentando vender la idea de que izquierdista es sinónimo de honrado y los que no comparten su credo son necesariamente deshonestos e inmorales. Algo así como “honestidad para hacer la diferencia”, el lema de Humala en el 2011.

Más precisamente, algunos izquierdistas que ayudaron a Humala a llegar al poder, participaron en su gobierno al comienzo y luego fueron expulsados tienen hoy el desparpajo de presentarse como los adalides de la anticorrupción, cuando fueron cómplices de alguien que ya venía manchado con serias y fundamentadas acusaciones de violaciones de derechos humanos y corrupción, y que luego participaron en su gobierno hasta que los echaron. E incluso hoy tratan de minimizar las crecientes denuncias que agobian a la pareja presidencial y sus adeptos.

La corrupción, como es evidente, es transversal, no es un problema de ideología o política, de izquierdistas o derechistas, de ricos o de pobres, de empresarios o trabajadores. Es una traba fundamental, sin derrotar a la corrupción no es posible el desarrollo del país.