Las manos al fuego, por Alfredo Bullard
Las manos al fuego, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

La ordalía o “juicio de Dios” fue una costumbre en algunos pueblos germánicos y nórdicos. Era un rito tan sencillo como terrible. El acusado de un delito debía introducir sus manos al fuego. Según la gravedad (o poca gravedad) de las heridas que resultasen, se interpretaba que los dioses habían o no intervenido para indicar su inocencia.

A fines del año pasado, el congresista aprista Mauricio Mulder ofreció una ordalía. Dijo que no pondría sus manos al fuego por Alejandro Toledo (creo que ni la propia Eliane Karp lo haría) pero que sí pondría sus manos al fuego por Alan García.

Una lealtad incondicional de Mulder, sobre todo en circunstancias tan difíciles para su defendido. Para su suerte, las ordalías están prohibidas. Para su desgracia, el fuego político puede ser tan destructivo como el verdadero.

Es completamente incomprensible (e inaceptable desde el punto de vista ético) que quien “pone las manos al fuego” por Alan García sea integrante de la comisión parlamentaria (Comisión Lava Jato) que va a investigar los actos de corrupción que comprende el gobierno del ex presidente. Y peor aún es convertirse en un activista enemigo furibundo de la fiscalía que, hasta donde se ve, está actuando con independencia en la investigación de los actos de corrupción. Quien no solo defiende a su líder sino la integridad de sus propias manos no puede ser objetivo. Es más. Va a ser (como lo está siendo) totalmente subjetivo.

¿Por qué poner las manos al fuego por Alan y no por Toledo? Es una buena pregunta que solo Mulder puede contestar. No pondría ni la uña del dedo meñique por ninguno. Pero en el caso de Alan hay un agravante. Hace unos años fue juzgado por actos virtualmente idénticos, con personajes similares de nombres también extranjeros.

Ver lo que ocurre con Toledo es un auténtico ‘déjà vu’ (esa sensación de haber ya vivido antes lo que estamos viviendo ahora). Y cualquier diferencia va, aunque no lo crea, a favor de Toledo y en contra de Alan en la competencia por el infame premio de “quien es menos claramente corrupto”.

En ambos casos estamos frente a obras de infraestructura de transporte (tren eléctrico vs. carretera Interoceánica). En ambos casos hubo obstáculos técnico-legales para la aprobación de las obras. En ambos casos se dice que las coimas fueron pagadas por funcionarios de alto nivel de las empresas extranjeras involucradas (el presidente del consorcio Tralima, Luciano Scipione, y su asesor Sergio Siragusa en un caso, y la cabeza de Odebrecht en el Perú, Jorge Barata, en el otro). En los dos casos hubo intervenciones notorias de integrantes de gobiernos extranjeros (Bettino Craxi en Italia y Lula en Brasil).

El dinero fue depositado en cuentas de conocidos amigotes de los dos ex presidentes (Alfredo Zanatti, amigo luego traicionado por García, y Josef Maiman, amigo declarado de Toledo). Aquí hay una diferencia a favor de Toledo: Zanatti declaró claramente que el dinero depositado en sus cuentas era de Alan. Hasta ahora Maiman no echa a Toledo.

Las casas de Ecoteva (de Toledo), que las pruebas indican vienen del dinero de la coima, tienen su paralelo en el avión que Zanatti compró para Alan García (y cuya propiedad quedó acreditada por un fax de fecha 29 de junio de 1992 que el último mandó al primero) y la inversión en acciones del Canal 13 aquí en el Perú.

Podemos seguir con la comparación de similitudes (participación de empresas ‘offshore’, alegación que todo es parte de una persecución política, que ambos implicados estaban y permanecieron convenientemente en el extranjero) y diferencias. La más evidente es que Alan tiene escuderos que lo defiendan con una lealtad a prueba de llamas y a Toledo no lo va a defender ni siquiera su hija.

¿Cómo se salvó Alan? Con el argumento formal y vacío de contenido: el paso del tiempo. Esa prescripción que te salva de discutir las pruebas y los hechos. Dijo que era muy tarde para juzgarlo. La prescripción te salva de la cárcel pero no del infierno moral. Ojalá no pase lo mismo con Toledo.

Pero lo cierto es que, con los antecedentes de su defendido, Mulder debería –por precaución– comprarse un par de buenos guantes de asbesto.