(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Se avecinan mejores tiempos para el Perú. De un lado, en el entorno internacional, el FMI espera que el crecimiento global bordee el 3,6% para el 2017-2018, cifra claramente por encima del 3,2% del 2016. De otro lado, en el frente interno, lo peor del efecto Odebrecht y de El Niño costero tenderían a diluirse progresivamente. Solamente por esos elementos, no vinculados al accionar de nuestros hacedores de política económica, debemos esperar un mejor desempeño de nuestro PBI. ¿Pero eso será suficiente?

Lo que realmente tenemos que explorar es en qué magnitud deberíamos crecer para asociar ese resultado a elementos que vayan más allá de un mero entorno favorable. Una cosa será el crecimiento inducido por el rebote estadístico, el entorno internacional menos nocivo y el gasto que se generará por la inevitable reconstrucción. Otra cosa es el crecimiento adicional que logremos por efecto de una adecuada orientación y maniobra de política económica.

Si en el 2017 nuestro PBI no crece por encima del 2,5%, si en el 2018 no lo hacemos más allá del 4%, y si, adicionalmente, para el 2019-2020 no logramos acercarnos a algo más de 5% de crecimiento promedio anual, será porque el mismo solo será producto de un mediano incremento del precio de los minerales, algo de megaproyectos e impulso de la reconstrucción. Nada extraordinario. Por ende, una mayor tasa de crecimiento del PBI que la de los tres últimos años no será, necesariamente, sinónimo del éxito de la orientación de la política económica.

Luego de cuatro años, este segundo semestre nos alejaremos de la fuerte desaceleración en la dinámica del PBI y daremos paso a una fase de recuperación. Luego de esta última, solo si hacemos las cosas bien podremos disfrutar de una etapa de crecimiento relevante y sostenible.

La prueba de que ya estamos entrando a la fase de recuperación es que no existe analista económico, por más tremendista y negativo que sea, que desestime la presencia de un mejor segundo semestre de este año y un aun más cómodo 2018. Sin embargo, los elementos característicos que nos permitirán transitar a una fase superior de crecimiento sólido estarán dados siempre y cuando logremos superar los umbrales de crecimiento que hemos reseñado para el período 2017-2020.

Solo si alcanzamos el crecimiento de manera coherente y relevante, dispondremos de mejores condiciones para la diversificación productiva, una recuperación del empleo sostenida, la restauración de los márgenes empresariales, la mejora sostenible de las ventas, la reducción de capacidad instalada ociosa y la presencia de rendimientos esperados crecientes de los activos de renta variable, entre otros.

Asimismo, de alcanzarse un crecimiento por encima del 5% a partir del 2019, mantenernos por un buen tiempo en dicho ritmo dependerá de cómo nos acompañe la dinámica del precio de los minerales o de cuánto logremos dinamizar de manera sostenible la recuperación de la inversión. Para esto último, que es el camino ideal, requerimos una reforma real de nuestra calidad de Estado, de una programación multianual de nuestro déficit de infraestructura, de la mejora del magro desempeño de nuestra institucionalidad, entre otros.

Seamos honestos, sin haber hecho las cosas bien, lo que hemos tenido estos últimos años de desaceleración en materia de crecimiento del PBI fue una fuerte caída en nuestra tasa de crecimiento, nunca tasas abiertas de decrecimiento. No hay duda de que la naturaleza de nuestra economía es muy generosa. ¿Se imaginan qué podríamos alcanzar en materia de calidad de crecimiento del PBI si las cosas empezaran a hacerse correctamente? Tratemos de que los resultados del crecimiento sean producto de nuestra labor y no, simplemente, de un entorno externo menos hostil. La recuperación sin visión de futuro es propia de la miopía económica. No basta con ella.