(Foto: Archivo El Comercio)
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Fernando Rospigliosi

Todos parecen darse cuenta de que en el Perú se vive una muy peligrosa situación política de consecuencias imprevisibles. Todos menos el presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y el presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala.

El último de los problemas del Gobierno ha sido el violento enfrentamiento de Zavala con el partido y los congresistas de Peruanos por el Kambio. Zavala reaccionó con dureza el domingo pasado ante una entrevista al secretario general Salvador Heresi publicada ese día. Jorge Villacorta escaló el enfrentamiento poco después calificando como “Gabinete del Ku Klux Klan” al presidido por Zavala.

Aunque es evidente que las relaciones no eran buenas en los últimos meses, lo que menos le convenía al Gobierno era llevarlas a ese extremo de pública enemistad, no solo porque sus recursos políticos son muy precarios y es mejor tener al partido de su lado o por lo menos silencioso, sino porque la sensación de desgobierno y precariedad se incrementa considerablemente.

Si ni siquiera pueden concertar con su propio partido, ¿qué puede esperarse del resto?, es la justificada pregunta que muchos se hacen.
En suma, una muestra más de la falta de habilidad política de Zavala. Tenía un abanico de opciones, desde entregar algunos de los muchos puestos estatales que ahora reparten entre amigos y allegados, hasta guardar silencio. Eligió el peor, donde no tiene nada que ganar y algo que perder.

Y su afirmación de que tiene el cerrado respaldo de diez de los congresistas de la bancada oficialista se resquebrajó inmediatamente, cuando Gino Costa opinó que debería dejar uno de los ministerios que ocupa actualmente.

El desplome en las encuestas de PPK es un problema gravísimo para un gobierno que depende de su popularidad más que ningún otro en las últimas décadas, dado que la oposición tiene una mayoría abrumadora en el Congreso. La principal barrera que puede oponer el presidente a los embates del fujimorismo y sus aliados en el Parlamento es el respaldo de la opinión pública.

Con 19% de aprobación y 77% de desaprobación según GfK, ese parapeto es más bien enclenque. En realidad hace más rentable las críticas, los ataques y las posibles censuras. Por ejemplo, la ministra de Educación, Marilú Martens, tiene en esa encuesta un magro 11% de aprobación y un abrumador 85% de rechazo. Ella carga con las culpas del desastroso manejo del gobierno de la huelga magisterial.
No es consuelo, como han pretendido algunos, que el Congreso también esté desacreditado con solo 19% de respaldo. Para esa institución no es tan importante, en estas circunstancias, el apoyo popular.

La silenciosa lideresa de la oposición Keiko Fujimori adelanta a todos los políticos con 39% de aprobación y hasta la también muda Verónika Mendoza supera al presidente con 26%.

Por último, pero no lo menos importante, hasta el soporte principal de PPK, el empresariado y los sectores altos de la sociedad están empezando a dudar de su capacidad. En la encuesta mencionada, su aprobación en el estrato A/B se desploma desde 41% a 25% en un mes.

En una entrevista con Mariella Balbi, el presidente de la Confiep, Roque Benavides, hizo una afirmación de una franqueza poco usual entre los líderes empresariales: “Ha habido muchos desatinos de parte del presidente Kuczynski y por supuesto de sus ministros”. (“Perú21”, 20.8.17)

El principal diario de negocios del país ha editorializado también en términos claros:

“Quizá el primer paso que debe dar el Gobierno es aceptar que se está equivocando y empezar a escuchar […]. Lo más peligroso para el Gobierno es aislarse y oír solo a su entorno. Luego de ello, el mandatario debe convencerse de que dirigir el país implica hacer política, lo cual significa no solo estar dispuesto a hacer una cirugía mayor en el Gabinete, sino convocar a un mayor número de personas y sectores”. (“Gestión”, 31.8.17)

Casi todos lo demandan, y de hecho se puede cambiar, no obstante, la terquedad es una característica fundamental del presidente. Repito una cita de la historiadora Bárbara Tuchman: “Reconocer el error, reducir las pérdidas, alterar el rumbo es la opción más repugnante para quienes ejercen el poder. Un jefe de Estado casi nunca se plantea la posibilidad de reconocer un error”. Y eso es porque tiene la irreprimible necesidad de proteger su ego. Aunque se hunda y nos hunda a todos con él.