(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

¿Es el nuestro un país bendecido por la abundancia de recursos naturales? Todo escolar aprovechado y cualquier peruano amante de su patria contestará, sin duda, que sí. La riqueza de recursos pareciera un elemento central de nuestra identidad. Para muestra están nuestro escudo nacional exhibiendo ejemplares de los tres reinos de la naturaleza y canciones icónicas como aquella de “ricas montañas, fértiles tierras...”.

Hace unos 20 años, los economistas Jeffrey Sachs y Andrew Warner publicaron un estudio en el que, revisando la historia económica reciente, traían malas noticias para los países ricos en recursos naturales. Su investigación probaba que la abundancia de estos, lejos de ayudar al progreso, parecía estorbarlo, de modo que los países ricos en oro o diamantes resultarían condenados al atraso económico, la desigualdad y la pobreza. Surgieron diversas hipótesis para explicar por qué lo que, en principio, debía ser un factor de ayuda y felicidad, se trastocaba en lo contrario, tales como el espíritu rentista, la corrupción, el descuido por la formación de capital humano y la distorsión de los esquemas fiscales. Llegó a hablarse, así, de “la maldición de los recursos naturales”.

Sin embargo, trabajos posteriores, como los de la profesora suiza Christa Brunnschweiler, han cuestionado el concepto de país rico en recursos naturales que usaron sus colegas norteamericanos y su tesis de la maldición de los recursos. Ellos habían considerado como tales a aquellos en los que una parte importante del producto bruto interno estaba constituida por la exportación de materias primas. Pero bien visto, esos son países dependientes de la venta al exterior de sus materias primas, sean estas escasas o abundantes, y no propiamente naciones ricas en recursos. Un país puede ser rico en recursos y no exportarlos, sino consumirlos internamente, o transformarlos en manufacturas antes de su exportación. A partir de estadísticas difundidas por el Banco Mundial, Brunnschweiler definió como países ricos en recursos a aquellos que tuviesen en su territorio abundantes minerales, bienes energéticos (petróleo, gas, carbón), tierras de cultivo, pastos, y bosques maderables y no maderables en relación con su cantidad de habitantes.

El ránking de los países ricos en recursos naturales cambió por completo. Los países ricos en ellos resultaban, en general, los que han tenido éxito en el desarrollo económico. Nueva Zelanda encabeza la lista, seguida de Noruega y Canadá, países ricos en recursos y con poca población. En la parte alta de la tabla figuran también Australia, Venezuela, Trinidad y Tobago, Estados Unidos, Irlanda y Finlandia; mientras que en el fondo yacen sobre todo las naciones africanas.

El Perú no luce muy favorecido en esta tabla. Aparece por debajo de la mayor parte de naciones latinoamericanas. Chile, Ecuador y Uruguay triplican nuestra riqueza, y asomamos por debajo de México y de todas las naciones sudamericanas, incluida Bolivia; aunque por encima de Haití, algunas naciones de Centroamérica y Japón (el único país del Primer Mundo que aparece en este ránking como pobre en recursos). Seguramente, si los datos del Banco Mundial incluyesen la riqueza del mar, mejoraríamos un poco nuestra ubicación, pero no parece que al punto de movernos hacia la parte alta de la tabla, por lo que lo más sensato es despedirnos de la imagen del país rico en recursos con la que hemos crecido, y asumirla como lo que básicamente ha sido: una ideología.

De ordinario se atribuye a Antonio Raimondi la famosa frase del Perú como un mendigo sentado sobre un banco de oro. Como no se la ha hallado en ninguno de sus textos, otros creen que fue de Alejandro de Humboldt o de algún otro viajero europeo, deseoso de halagar a sus anfitriones e impresionar a sus lectores. Pero lo cierto es que no hay tal banco y que, felizmente, el mendigo ha dejado un poco de serlo. La ideología del país rico en recursos se originó en el período colonial, en la misma época en que se acuñaron frases como “¡vale un Perú!”, pero la lección que debemos extraer los peruanos de dicha historia es que una colonia rica no es lo mismo que un país rico en recursos. La primera lo es desde la perspectiva de su metrópolis, que ve en ella una fuente de comercio provechoso; pero ese comercio no necesariamente ha de beneficiar a los nativos.

La ideología del país rico en recursos sirvió para justificar políticas como el extractivismo (la organización de la economía en torno a la exportación de materias primas), dado que nuestra abundancia de recursos naturales haría de ellos nuestra ventaja comparativa frente al resto de naciones, a la vez que cimentó el sentimiento de percibirnos como una nación expoliada: el mendigo al que le saquean su oro. El peruano del siglo XXI debe arrancarse esa venda del colonialismo histórico y mental, y aceptar la verdad de que, en materia de recursos, estamos por debajo de la media mundial y que debemos compensar esa carencia mejorando nuestras destrezas, inventiva e infraestructura para la producción.