"Los populismos latinoamericanos son reformistas o revolucionarios porque quieren cambiar una sociedad tradicional por otra moderna".
"Los populismos latinoamericanos son reformistas o revolucionarios porque quieren cambiar una sociedad tradicional por otra moderna".

En mi artículo titulado “” (El Comercio, 25/5/2017) sostuve que los populismos son predominantemente nacionalistas, caudillistas, excluyentes, xenófobos y tienden hacia el autoritarismo. Estos rasgos, salvo el de la xenofobia, existen en los populismos latinoamericanos en los que –como en todo populismo– el pueblo es fuente de inspiración y objeto de referencia.

A diferencia de los populismos europeos actuales que son conservadores y reaccionarios, los populismos latinoamericanos son reformistas o revolucionarios. Además, se colocan en una posición intermedia entre un liberalismo moderado (en el sentido que no cuestionan la totalidad del rol del Estado en el proceso de desarrollo de un país como lo hace ahora el neoliberalismo) y una veta autoritaria que pone en jaque los principios e instituciones de la democracia liberal.

Hay diversos matices. Por ejemplo, tenemos populismos democráticos como el de Acción Popular, el Apra –sobre todo durante el primer gobierno de Alan García–, Jacobo Árbenz en Guatemala y Getúlio Vargas en Brasil. Autores como Torcuato Di Tella sostienen que el Partido Social Democrático y el Trabalhista, en Brasil, son populistas, pero su estilo y práctica política se ciñen a las reglas de juego de la democracia representativa, respetando las estructuras normativas y las instituciones democráticas.

Tenemos también los populismos militares, como sucedió con el peronismo en sus orígenes, que pasó de ser autoritario para participar luego en la competencia democrática. Asimismo, el velasquismo como expresión personalizada de la llamada ‘revolución militar’ en el Perú, la dictadura de Torres en Bolivia y Torrijos en Panamá.

Estos populismos, sean democráticos o autoritarios, son caudillistas. Los líderes están próximos al pueblo, unos más que otros. Ello contrasta con lo que se viene dando en el Perú a lo largo de este siglo, en donde los gobiernos, en especial el actual, han sido y son tecnócratas, se distancian del pueblo por tener una mentalidad más oficinesca que política participativa. Incluso esta característica se presentó en el segundo gobierno de García, aunque matizada por algunos gestores políticos.

En su estudio sobre el populismo en nuestra región, el politólogo anglosajón Peter Wills dice: “Los fenómenos populistas latinoamericanos surgen como movimientos sociopolíticos y en ocasiones como regímenes estatales en aquellas fases históricas caracterizadas como la transición entre una economía predominantemente agrícola a una economía industrial y, concomitantemente, entre un sistema político con participación restringida a un sistema político con participación amplia”.

Es decir, los populismos latinoamericanos son reformistas o revolucionarios porque quieren cambiar una sociedad tradicional por otra moderna, por eso potencian al Estado como gestor del desarrollo y la modernidad.

Precisamente, surgieron y vuelven a surgir en sociedades semiindustrializadas, desiguales y de escasa participación política. Eso explica por qué, históricamente, hubo y hay populismo en el Perú, Bolivia, Panamá, Venezuela, Ecuador, México, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y, curiosamente, Argentina (que a pesar de su alto proceso de industrialización y modernización entre las décadas de 1920 y 1930 no logró integrar a muchos sectores de la población, que quedaron desempoderados).

Ni en Chile ni en Uruguay ha habido populismo porque tuvieron un proceso de modernización democrático, lo que no pasó en Brasil. Cabe precisar que el gobierno de Pinochet no fue populista, sino una feroz dictadura militar reaccionaria, apoyada por los Chicago Boys neoliberales.

No es de extrañar, por ello, que haya resurgido un neopopulismo como respuesta a las desigualdades socioeconómicas producto de la aplicación del modelo neoliberal en América Latina. Desajustes y desigualdades que son más notorios en unos países que en otros.

Por ello, el populismo nacionalista, estadista, caudillista, antiimperialista, con una fuerte carga autoritaria, se consolidó en Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela y Nicaragua. Todos estos populismos son socializantes y consideran que el Estado es un vehículo fundamental para el progreso de sus pueblos.

Ese mismo discurso lo tuvo el ex presidente Ollanta Humala, pero después lo abandonó. No obstante, puede resurgir en el Perú (ahora que por una encuesta se sabe que casi la mitad de los peruanos preferiría un gobierno autoritario).

A este neopopulismo con fuertes prácticas autoritarias, el famoso politólogo argentino Guillermo O’Donnell lo llamó “democracia delegativa”. Ello quiere decir que, aunque el pueblo elige, el elegido o reelegido tiende a concentrar poder. Entonces tenemos una autocracia revestida de formalidades democráticas.

El estilo populista para hacer política en América Latina es como el limón al cebiche: inseparables.