PPk y Martín Vizcarra
PPk y Martín Vizcarra
Juan Carlos Tafur

Sea cual sea el resultado del proceso de vacancia a definirse este jueves, es decir, si se logra mantener en el poder o si lo reemplaza su actual primer vicepresidente Martín Vizcarra, deberá producirse un cambio cualitativo en el modo de gobernar.

Las circunstancias de zozobra política no van a cesar si PPK sale bien librado o si Vizcarra se ciñe la banda. El maretazo Lava Jato va a seguir golpeando nuestras costas, con la consiguiente disfuncionalidad política (si la ola de descrédito no hubiese tocado prácticamente a toda nuestra clase política, probablemente las reacciones en contra de PPK serían mucho más acotadas).

Como ello va a continuar, cualquiera que ocupe el sillón de Pizarro sufrirá las inclemencias. Tanto de los golpeados, para distraer la tormenta, como de los inafectos, para subrayar su distinción ética.

De hecho, el modelo “gerencial” centrista que hoy nos gobierna no va a poder ser mantenido. Se requiere un Gabinete de un perfil absolutamente distinto. Uno que convoque a la mayor cantidad de fuerzas políticas que sean en alguna medida afines (los tres años que restan deberán seguir al mando de un liderazgo centroderechista; es el mandato de las urnas).

Cabe pensar en una convocatoria explícita –sería más fácil si es Vizcarra quien asume el poder– a otros partidos que puedan comulgar con un mínimo plan de gobierno de acá al 2021. A Fuerza Popular, al grupo de Kenji, al Apra, a Peruanos por el Kambio (excluido por PPK), a Alianza para el Progreso y quizás a Acción Popular.

Si se queda PPK, no se ve posible semejante apertura y consecuente receptividad del resto de la clase política, pero ello no es óbice para que se llame a ministros políticos e independientes bien vistos por los partidos señalados (bien podría ser Vizcarra su primer ministro).

Al mismo tiempo, dada la cortedad del tiempo que resta (tres años y poco más) se necesita un plan de gobierno mínimo, capaz de emprender alguna reforma importante (quizás la laboral) y, sobre todo, afianzar el programa macroeconómico, para poder remontar la parálisis vigente. Si ambas cosas se sobrellevan con propiedad, el país se debería dar por bien servido.

Ponerle especial énfasis al relanzamiento de algunos proyectos mineros, acelerar el proceso de reconstrucción del norte, desplegar una mayor agresividad en nuestra política de comercio exterior, prepararse para el bache presupuestal del primer trimestre del 2019 (dado que será total el número de autoridades nuevas en gobiernos regionales y municipales) y quizás un par de cosas más.

Ojalá la oposición entienda que su concurso en un proyecto político de este perfil no le generará daño electoral alguno. Se ha hecho lugar común la idea de que quien encabece la mayor beligerancia opositora será el inevitable ganador de la justa electoral venidera, cuando los hechos y la historia no lo demuestran.

Veamos el crecimiento en las encuestas de Kenji Fujimori, sin importar que sea colaborador del régimen. Alan García fue la cabeza radical antihumalista y apenas sacó el 5% en la elección del 2016. Keiko Fujimori fue colaboracionista con el gobierno del Apra y sin despecho de ello casi gana las elecciones. No está escrito sobre piedra que hay que ser opositores radicales para cosechar votos futuros.

Si eso se entiende, se pueden disipar los temores de que la crisis actual es el preámbulo de un mayor deterioro político. Tal vez podamos estar, inesperadamente, ante un parteaguas positivo.

La del estribo: la realidad impone un feminismo radical. El statu quo es agobiante y no se va a romper con moderación. Esa clave no la entiende Mario Vargas Llosa. En su última colaboración en “El País”, so pretexto de una defensa de la “autonomía” de la literatura, la emprende contra una de las mejores causas libertarias.