La República invisible, por Carmen McEvoy
La República invisible, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

“El aniquilamiento [del alcalde de Huanta] ¡muy bueno!”, exclamó ante la noticia del asesinato de Víctor Yangalí, a manos de un comando senderista. Para el cabecilla, la muerte de la autoridad política ayacuchana era una excelente señal. A partir de este crimen, ya nadie estaría dispuesto a ocupar el sillón municipal de la provincia. Parecía obvio que la alcaldía ayacuchana –descrita por Guzmán como un “pasto de gusanos”– era el camino directo a la muerte. En efecto, alcalde que asumía el cargo, alcalde que, en palabras de Guzmán, se lo “palomeaban” al instante.

La “guerra milenaria” que desarrolló no solo significó la eliminación física del enemigo político sino la perversión de toda regla de sociabilidad republicana. La estrategia política de esta organización terrorista fue eliminar a los representantes de una “democracia burguesa” que por despreciable debía desaparecer de la faz de la Tierra. El anhelado vacío de poder en el país sería llenado con los comités populares o embriones del “Estado de Nueva Democracia”. El escenario político anterior demandaba, en consecuencia, la eliminación de todos los alcaldes, tenientes alcaldes, regidores, tenientes gobernadores, jueces de paz, presidentes de comunidad o agentes municipales adversos al senderismo. El aniquilamiento de quienes corporizaban valores peligrosos (“no le temo a la muerte”, señaló en su momento Yangali) abría la puerta para la dominación absoluta de cada caserío, distrito y provincia del Perú.

La falta de respeto por el cuerpo yacente del alcalde de Quillcaccasa (Apurímac), Juan Linasco Tinoco, a quien sus asesinos le extrajeron el cerebro, ejemplifica la vesania de las huestes senderistas. Cruel e inhumano, Sendero Luminoso menospreciaba el diálogo, pero mucho más la vida del contendor. Por ello, miles de autoridades que desacataron el pensamiento de los terroristas lo pagaron muy caro. No hay más que recordar el trágico final de , teniente alcaldesa de Villa El Salvador, cuyo cuerpo voló en pedazos, mostrando el castigo de Sendero para sus críticos.

La historia épica de los centenares de ciudadanos de aquella república invisible que peleó en solitario contra ell terrorismo que asoló al Perú ha sido recientemente conmemorada. Esto gracias al esfuerzo y tesón de Ricardo Caro Cárdenas, quien desde hace una década recopila los nombres de los caídos en un combate cívico poco conocido. El tejido de ese inmenso telar manchado de sangre inocente, donde se imbrican un sinnúmero de nombres e historias notables, ha permitido visibilizar, con el apoyo de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, una democracia defendida con el bien más preciado. Porque existe una relación, no oficial, de 2.457 hombres y mujeres que representaron dignamente al Perú republicano, sacrificándose en la primera línea de fuego.

Ahora que la discusión política ha llegado a sus niveles más bajos, centrándose en agendas multicolores, indultos al gusto del cliente o adquisición de mansiones millonarias, es bueno recordar el civismo de esos miles de peruanos que enfrentaron al terror. Rememorar los nombres de los ciudadanos de nuestra república invisible –por el olvido y abandono del Estado– nos ayudará a encontrar el ejemplo necesario para la construcción de un Perú que congregue a todos los que apostamos por la justicia, el diálogo y la paz.