(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

Empiezo felicitando a Augusto Tamayo por su último filme, , que, siendo una creación personal, arroja una figuración muy plausible de Rosa de Lima (1586-1617), un retrato que nos ayuda entender los ánimos encrespados de su época, tan saturada de fantasmas punitivos como de luchas por la salvación. Hago extensivas estas congratulaciones al elenco de artistas que da vida a los personajes de la historia. despliega, en el papel de Santa Rosa, una actuación muy convincente. Igual que Alberto Ísola, Bruno Odar y Miguel Iza, actores plenamente cuajados en la plenitud de sus capacidades histriónicas. Finalmente me detengo en lo bien logrado de la dirección de arte y en la escenografía, aspectos que siempre han estado bastante cuidados en la filmografía del director.

La época que se retrata en el filme corresponde al inicio del período barroco, cuando se hace patente el fracaso de la ilusión de conseguir un hombre autoequilibrado gracias a la identificación con los ideales de la antigüedad. Entonces, la Iglesia Católica asume el compromiso de imponer una moralidad basada en la amenaza de terribles castigos. Pero a esta política le faltó quién le hiciera caso, sobre todo en las Indias. No pudo contener la sensualidad ni la tendencia al abuso. La coexistencia de una intensa religiosidad en las minorías con una inclinación por la transgresión sistemática en los mundos sociales más amplios impulsó un ánimo sombrío y pesimista. La historiadora María Emma Mannarelli ha identificado este patrón con una suerte de desborde pulsional del siglo XVII, patente en las altas tasas de ilegitimidad y en la falta de matrimonios estables.

Esta ansia de santidad caló sobre todo en las mujeres, mientras que la mayoría de hombres estuvieron comprometidos en la búsqueda del placer a cualquier precio. En cualquier caso, la conciencia dolida de no estar a la altura de los mandatos exigidos se aliviaba con los rezos (femeninos) que, en los conventos, permitía que las condenas al purgatorio fueran relativamente leves para todos los que podían donar para el financiamiento de misas y oraciones. De allí que el mundo colonial dedicara muchos de sus recursos a la salvación de las almas. Otro desarreglo fundacional en ese mundo era el maltrato y la explotación de los indígenas, una práctica que constituía la negación directa del evangelio.

En su infancia, cuando vivía en Quives, Santa Rosa fue testigo, según Luis Millones, de esta violencia que debe haberle chocado por la seriedad con la que ella tomaba el evangelio como palabra que compromete. Digamos que Rosa era alguien que estaba buscando a Dios pero que no podía encontrarlo en un medio donde la influencia del evangelio estaba tan menoscabada. De allí que Santa Rosa apuesta por una comunión directa con él, a través de la repetición en su cuerpo de los sufrimientos de Jesús.

El filme de nos presenta a Santa Rosa ardiendo de impaciencia por seguir la pasión de Jesús. No obstante sus confesores le advierten que podría estar dejándose llevar por los consejos del “maligno”. Su búsqueda podría estar más nutrida por la soberbia que por una humildad auténtica. Entonces su consejo es que su entrega es sospechosa y que ella tendría que cimentar sus sentimientos sobre la base de la sujeción y de la caridad. En vez de la obsesión por el asalto al cielo, se trataba de cuidar enfermos y proteger a los desvalidos. Consejo –o advertencia–, que sigue, no con la mejor gana, sino como una renuncia a sus impulsos. La tensión del filme se construye pues entre las ganas de Rosa de santificarse a través del sufrimiento y el deber de compartir que le toca por ser cristiana.

Pienso que esta tensión es muy actual y que el filme pudo aspirar a referirse a las jóvenes contemporáneas. Hoy estamos también en un tiempo de mujeres. El afán de protagonismo y cambios se halla sobre todo entre las más jóvenes, decididas a combatir las injusticias del patriarcado. Ellas son las animadoras más resueltas a propulsar cambios en las relaciones de género que hagan a todos y todas más humanos y sensibles para que así no nos dejemos arrebatar la poca felicidad que podemos lograr en nuestras vidas. Pero Tamayo opta por una narrativa histórica, que resulta difícil de seguir por lo desactualizado de su problemática y su ritmo lento.