¿Será posible?, por Fernando de Trazegnies
¿Será posible?, por Fernando de Trazegnies
Fernando de Trazegnies

Hace algunas semanas transmití a través de esta página mi creciente preocupación sobre el aspecto que está tomando el Perú.

Un país en el que el ciudadano común podía caminar tranquilamente por las calles sin temor a ser asaltado y eventualmente asesinado se nos presenta ahora como un escenario exacerbado de asaltos a bancos, boticas, chifas y otros negocios. Salir a la calle, a pie o en el automóvil, es como entrar a una oscura cueva de leones: cuando menos lo pensamos, nos golpean, nos quitan el celular y el efectivo de la cartera. Quienes acuden a un banco para retirar algo de sus ahorros para pagar los gastos familiares salen del local con el alma en un hilo por temor a ser perseguidos en autos, luego asaltados y, como si no fuera suficiente, golpeados por haberse tratado de escapar cuando simplemente debieron someterse. Las personas que trabajan con dinero en la calle –los cambistas, por ejemplo– están permanentemente amenazados para que paguen su ‘participación’ al tenebroso mundo de la delincuencia y la droga. Hace pocas semanas, uno de esos cambistas fue asesinado posiblemente porque se negó a pagar la alta suma que le exigían. Hace unos días, los maleantes asaltaron una ambulancia. ¿Tenemos los peruanos que vivir así?

Hay otro sistema curioso de la actividad delincuencial que he conocido personalmente. Una noche llaman a las cuatro de la madrugada a mi casa de parte de una comisaría de Chorrillos para decirnos que mi hijo (y me dan su nombre incluso) ha atropellado y casi matado a una mujer de la calle con su auto. Por ello, el comisario me dice que si voy de inmediato a una dirección que me darían –no a la comisaría, pues se trata de un negocio turbio– y pago una cantidad de dinero a los policías, dejarían libre a mi hijo. Y para que tuviéramos conciencia de la situación, nos aseguran que nuestro hijo quiere hablar con su mamá para explicarle. Efectivamente, habla con mi esposa con una voz extrañamente agitada, pero parecida a la de mi hijo, y le pide que por favor paguemos por él. Obviamente, estos falsos policías tenían datos incompletos sobre mi familia. Mi hijo se encontraba entonces en en un intercambio estudiantil.

En el campo económico nos encontramos también en crisis. Un país que llegó a crecer hasta 9,1% anual en el 2008 y que sobrepasó la crisis mundial para crecer en el 2010 hasta en 8,5%, ha bajado su tasa al 3%... quizá 4% si medimos por meses aislados. Sin embargo, lo único que hará reducir la pobreza es el empleo y este existe cuando la economía prospera, cuando el inversionista –nacional o extranjero– piensa que puede hacer negocios y, por tanto, desarrollar el máximo de una actividad comercial.

Frente a todo este desastre, ¿qué se nos ofrece para el próximo período presidencial? ¿Cómo está siendo enfocada la campaña por los diferentes grupos políticos? 

Pues, salvo algunas excepciones, de manera desastrosa. Cada grupo –ya no me atrevo a hablar de partidos en este desarreglado horizonte– no basa su campaña en lo que espera darle al Perú si alcanza la presidencia, sino en la manera cómo puede hacer caer al candidato contrario. Las propuestas sobre aquello que se hará en un nuevo gobierno son totalmente superficiales, genéricas e imprecisas. Lo que importa es tumbar al contrincante como sea.

En mi opinión, ciertamente nada importante, es necesario que nuestros políticos dejen de mirar las musarañas y volteen a mirar el país de todos los días: la reducción de la pobreza, las oportunidades de que ayudarán al desarrollo económico como hace veinte años, la adecuada educación (y su forma de mantenerla económicamente), la libertad competitiva del mercado.

Por encima de todo, los tres candidatos con mayores posibilidades –cualquiera de ellos que ocupen esos puestos a medida que nos acercamos a la elección– se deberían comprometer a que una vez elegido el presidente, los otros dos que le siguen y sus partidos acepten trabajar con el ganador por el bien del Perú. Esto debería ser un acuerdo anterior a las elecciones. Y no creo que ello afecte ninguno de los ideales partidarios porque, salvo casos muy específicos, las ideas de todos los partidos se parecen en mayor o menor grado.

Obviamente, un acuerdo de esta naturaleza implica que los candidatos deben guardarse entre sí el debido respeto y no recurrir a la lucha personal, sino presentarse ante los electores con una competitividad de proyectos concretos y positivos para llevar adelante al Perú. Así la competencia no será entre las personas-candidatos, sino entre los proyectos.

Quizá así salvemos al Perú... Pero ¿será posible?