Servir y mandar, por Gonzalo Portocarrero
Servir y mandar, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

Cada palabra tiene una resonancia especial pues, al escucharla o leerla, muchas otras palabras son evocadas porque guardan con la primera afinidades de las que los hablantes no somos, por lo general, conscientes. En estas circunstancias identificar y analizar esas resonancias nos permite cuestionar o desprendernos de sentidos comunes que acaso no son aquellos con los que queremos comulgar. Valga un ejemplo: hace unas pocas semanas el primer ministro inglés, David Cameron, fue duramente criticado por usar la expresión ‘swarm’, ‘enjambre’, para referirse a los miles de migrantes que luchan por llegar a Gran Bretaña. La palabra ‘swarm’, como su equivalente español, enjambre, se usa exclusivamente para referirse a grupos de avispas, abejas o moscas, u otros insectos, que revolotean en torno a una presa. Aplicado a grupos de seres humanos el término tiene una evidente significación despreciativa a la vez que dispara una sensación de alarma pues por su gran número y beligerancia los insectos representan una amenaza de la que uno debe protegerse sin importar el destino de los peligrosos animales. Entonces en una sola palabra encontramos una representación que deshumaniza a los migrantes y que se enfila a soluciones “radicales”: alambradas, muros, confinamientos, deportaciones.  

La palabra servir despierta asociaciones mayormente negativas. Para empezar su origen proviene del término latino servus que significa esclavo. De ella se derivan términos como siervo y servidumbre que representan el esfuerzo que se hace a favor del otro como impulsado por la obligación y el temor. Pero, el término servicio, aunque esté menospreciado, designa un vínculo que es el fundamento de la sociedad humana. Sirve la madre, sirve la maestra, sirve la enfermera y sirve la psicóloga. Y servir requiere de mucho esfuerzo,  y de autopostergación, pues supone poner por delante las necesidades del otro. Tiene que haber algo muy satisfactorio en el servir para que, pese a la falta de reconocimiento, mucha gente, especialmente mujeres, siga sirviendo.  Esta situación puede ser graficada en cifras: las y los profesionales, que recién egresan de la universidad, y que ganan menos,  son las/los profesores que reciben como promedio un ingreso de 1.197 soles mensuales. Cinco años de estudios y un servicio sacrificado, para ganar poco más que la remuneración mínima. Pero que el sueldo sea tan bajo significa que hay gente, sobre todo mujeres, que lo aceptan  porque, entre otros factores, son sensibles a las recompensas que ofrece el servir pues la gratitud y el cariño de los servidos  se convierten en alegría del servidor. 

En el extremo más alto de la gama de remuneraciones están los ingenieros civiles. Egresan de la universidad y reciben un ingreso promedio de 2.798 soles mensuales. Un 133% más que las/los profesores. Esta situación tiene que ver con el auge de la construcción. Pero también con el prestigio de actividades donde mandar es un elemento esencial. La palabra mandar proviene del latín manus (mano) y dare (dar).  Implica la idea de dar un encargo, una orden. Y las asociaciones que el término suscita son mayormente positivas y remiten al dominio de la autoridad legítima: don de mando, mandatario, mandamiento. Aunque no siempre sea el caso pues el término mandón tiene una connotación negativa. Y el ingeniero civil tiene que planificar, coordinar y vigilar  el trabajo de los albañiles. 

El 80% de los estudiantes de ingeniería son hombres y el 80% de estudiantes de educación son mujeres. En los últimos años la tendencia ha sido a una igualación del número de hombres y mujeres en las distintas especialidades, como son los casos significativos de Derecho y Medicina, antes reductos masculinos. Pero no es el caso de la Ingeniería y la Educación, carreras en las que mandar y servir son, respectivamente, actividades fundamentales del ejercicio profesional. ¿Y por qué se cotiza tanto la disposición a mandar?  El “don de mando” es parte de la ideología del éxito, hoy dominante en la esfera pública. Entonces habrá que preguntarse si no habrá en el ejercicio de la capacidad de mando un alejarse de los demás, un asumir una superioridad que aísla.  El hecho es que servir tiene poco prestigio pero hay mucha gente, especialmente entre las mujeres, que está dispuesta a postergarse en función del cariño con que el otro nos retribuirá. Y mandar tiene mucho prestigio. Pero no hay tanta gente que esté dispuesta a asumir este rol.