(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
José Ugaz

Los aficionados al fútbol saben muy bien que las tablas de posiciones de los equipos, si bien no siempre son una foto exacta de un campeonato, reflejan una realidad que las tendencias van afirmando progresivamente. Casi siempre quienes más partidos ganan y mayor cantidad de goles meten (o menos partidos pierden y menos goles se dejan meter, según sea el caso), en las etapas iniciales de los torneos, se van perfilando como favoritos y terminan alzándose con la copa, ya sea la del Descentralizado, la Libertadores o el Mundial.

Algo parecido ocurre con la tabla de posiciones de corrupción más famosa y utilizada en el mundo, llamada Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), que año tras año, desde 1995, publica Transparencia Internacional, la coalición anticorrupción global más importante.

Como su nombre lo indica, a través de un complejo método de encuestas, este índice mide percepciones (lo que actores relevantes piensan y sienten que ocurre en materia de corrupción en cada país evaluado). Aunque criticado por algunos, sobre todo por los que salen con nota desaprobatoria, el IPC es el indicador más usado a nivel global por investigadores, inversionistas, analistas políticos, activistas y autoridades. Y es que al final, como dijo un ex presidente del Banco Mundial, normalmente la percepción es la realidad.

Se acaba de publicar el IPC 2018, que incluye a 180 países. Lo que nos muestra esta tabla de posiciones para el mundo actual es muy preocupante. Basado en un puntaje de 0 a 100 (donde 0 significa totalmente corrupto y 100 la utopía; es decir, un país sin corrupción), el promedio mundial es de 43. Más de dos terceras partes de los países tienen menos de 50 puntos. El planeta está jalado.

Este año, al igual que el anterior, los países más limpios del mundo son Dinamarca (88) y Nueva Zelanda (87), seguidos de Finlandia, Singapur, Suecia y Suiza (85). Entre los más corruptos, aparecen Somalia (10), Siria y Sudán del Sur (13), y Corea del Norte y Yemen (14). De los latinoamericanos, sin sorpresa, Venezuela es el peor (18).
¿Qué nos revela esta primera foto? Que existe una clara correlación entre democracias fuertes (salvo Singapur), sociedades de bienestar y eficiente control de la corrupción, e, inversamente, entre Estados fallidos y corrupción desbocada.

No es casual que, en los últimos años, 113 países hayan caído en sus indicadores de democracia (elecciones libres, instituciones fuertes e independientes y respeto a los derechos civiles y políticos). Esta situación a nivel global fomenta el surgimiento de líderes populistas, usualmente elegidos por sus propuestas anticorrupción, como hemos visto en Estados Unidos, Brasil, Hungría, Guatemala, Filipinas, etc. Contradictoriamente, según el Instituto Tony Blair, el 40% de esos líderes están procesados bajo cargos de corrupción.

Si ajustamos el lente y miramos nuestra región, el IPC 2018 muestra que las Américas tienen un puntaje promedio de 44 (igual que la región de Asia Pacífico), frente a 32 del África subsahariana, 35 de Europa del Este y Asia Central, 39 de Oriente Medio y África del Norte y 66 de Europa occidental. Compartimos el deshonroso mérito del tercio inferior de la tabla con las regiones más complicadas del mundo. Lo grave en nuestro caso es que si sacamos a Canadá (81), Estados Unidos (71, siendo su posición más baja en siete años) y Uruguay (70) de la lista, América cae al límite de los 30/100.

El Perú ha descendido dos puntos en comparación con el año pasado (de 37 a 35, compartiendo puesto con Zambia, Costa de Marfil y Timor Oriental), aunque, valgan verdades, estamos estancados en ese sector hace más de una década. Claro, un país con cinco ex presidentes y líderes de la oposición involucrados en escándalos de corrupción (desde investigados, hasta presos, prófugos y condenados), con dos fiscales de la Nación y un contralor destituidos por la misma razón, con Los Cuellos Blancos del Puerto y Lava Jato punteando los titulares desde hace dos años, e innumerables escándalos a nivel regional y municipal, no podía esperar un mejor resultado.

Pero no todo está mal. El IPC también es sensible a los destapes de la prensa de investigación, la acción eficaz de fiscales y jueces, la reacción del gobierno y las movilizaciones populares de rechazo a los corruptos. Si logramos que este lado sano del Perú prevalezca sobre nuestras capas enfermas, es muy probable que en las próximas mediciones mejoremos nuestra posición en la tabla como lo han hecho Argentina (subió ocho puntos en tres años), El Salvador y Ecuador (sumaron dos puntos en un año), y alejarnos del pelotón de los corruptos (Guatemala, Venezuela, Nicaragua, México y Brasil, entre otros).

Como empezamos hablando de fútbol, a ver si nos inspiramos para el IPC 2019 con un himno cantado por la mejor barra del Mundial: “¡Vamos, vamos, Blanquirroja, vamos a ganar, que esta hinchada no te deja de alentar, todos juntos a esta copa vamos a llegar, cada vez te quiero más!”.